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miércoles, 22 de abril de 2015

Una Aberrante Figura, por @lmesculpi

Luis Manuel Esculpí abril de 2015

Ciertamente los signos más evidentes del fracaso de está pretendida revolución se manifiestan actualmente en las esferas económica y social. Los elementos más protuberantes de la crisis se manifiestan en esas áreas. La aguda situación trasciende a todos los espacios de la vida social. La inseguridad ha traspasado los límites imaginables. Los hospitales están en la indigencia. La educación vive momentos verdaderamente críticos. El deterioro de los servicios públicos los sufrimos permanentemente. Crece la pobreza. Las instituciones no están al servicio del conjunto de la sociedad. El deterioro de la calidad de vida es eminente. El desmantelamiento del aparato productivo adquiere proporciones verdaderamente alarmantes. Para colmo de males Maduro anuncia una política económica ¡demoledora!...más demoledora aún!

El gobierno actúa como se ignorara tal situación, su discurso es evasivo. Les obsesiona la conservación del poder por el poder mismo. En eso no escatiman esfuerzos. Allí centran toda su acción. Atrás quedaron los postulados y banderas que antes levantaron. La corrupción los carcome. La deontología y la ética están ausentes. El auge de la violencia en buena medida está asociada a la predica de estos años. La impunidad reina. El deterioro del ambiente social no le es ajeno.

Si las pinceladas de este diagnóstico no resultarán suficientes bastaría con añadir la abominable pretensión de dignificar la delación y la traición. En un país donde verdaderos patriotas sufrieron torturas e incluso sacrificaron sus vidas por guardar silencio y no delatar a sus compañeros; tal como está reseñado en numerosos testimonios de la lucha contra las dictaduras. Incluso en la " la terrible década de los 60" tal como Américo Martín tituló el segundo tomo de sus memorias existieron suficientes revelaciones de comportamiento dignos y principistas. La narrativa venezolana es prolija en esta temática. Lo cierto es que ha reaparecido la tortura física y sicológica, las declaraciones de los estudiantes y los presos políticos así lo demuestran.

Se pretende institucionalizar la aberrante figura del "sapo" con el eufemismo de "patriota cooperante". Los regímenes autoritarios propician la degradación social y de la condición humana en función del objetivo de conservar el poder. La perversión ha llegado hasta el punto de que sin prueba alguna el sapeo y el montaje de supuestos delitos puede llevar una persona a la cárcel, tal como sucedió con el piloto Rodolfo González, a quien el gobierno le colocó el alias de "el aviador" para darle credibilidad a las grave acusaciones que lo condujeron a la trágica decisión de terminar con su vida.

En nombre de la lucha por la justicia social, la igualdad y añadían la libertad, la democracia y los más nobles ideales se cometieron horribles crímenes contra la humanidad, el fascismo y el stalinismo son dos caras de una misma moneda. El autoritarismo convierte víctimas en victimarios. Transformaron la administración del poder en estados policiales. El oficialismo en su práctica tiene rasgos comunes con tales regímenes. Llama particularmente la atención como algunos- no muchos-de los personajes que respaldan al régimen, o sus familiares, antes perseguidos encarcelados y torturados hoy guardan un silencio cómplice. Tal afirmación también es válida, para antiguos defensores de los Derechos Humanos, ellos si son más numerosos y emblemáticos. Si fueran consecuentes con la conducta de otro tiempo la instauración de la funesta figura de los "patriotas cooperantes" sería una causa por demás justa para romper el silencio y sumarse a la denuncia y a la protesta. Era lo menos que se podía esperar de ellos. Han sido asimilados por la dinámica perversa que los caracteriza. La degradación también los arropó.

Existen razones de sobra para plantearse el cambio político, es una tarea de primer orden la recomposición de la vida en sociedad, resulta imprescindible recuperar el funcionamiento de las instituciones democráticas. Superar la opacidad, lo funesto y lúgubre resulta imperativo. Las elecciones parlamentarias ofrecen una preciosa oportunidad que no debe ser desaprovechada, así lo constatan las encuestas. Ellas no son una panacea, más una victoria puede significar el inicio del cambio. Subestimar esa realidad puede conducir a la repetición de errores del pasado. Perder esa perspectiva resultaría imperdonable. A pesar de las contradicciones, pareciera que las fuerzas democráticas hemos asimilado la experiencia, en tal sentido hay signos esperanzadores de la justa valoración de ese proceso y de la necesaria concentración de esfuerzos para alcanzar un triunfo contundente. Ello es perfectamente posible y necesario. Insistimos así se despejaría el horizonte.

Luis Manuel Esculpí

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