Claudio de Castro 06 de febrero de 2016
“Quédate con nosotros Señor, porque
atardece” (Lucas
24, 29).
Esta es mi oración favorita
para ocasiones especiales. Me da serenidad, la certeza que Jesús está
conmigo y me acompaña.
También hago esa oración cuando estoy
por enfrentar un problema del que no encuentro la solución. Yo sólo soy
un inútil. Conozco mis debilidades. Pero con Jesús a mi lado,
todo me parece sencillo. Todo lo veo claro.
Su amor es una fuerza arrolladora,
imparable.
Me encanta saberlo cerca. Es mi
mejor amigo.
No comprendo muchas cosas, soy un
simple padre de familia con 4 hijos, casado desde hace 31 años, que procura
vivir su fe. Tal vez no debiera ni escribir, pero algo en mi interior me
mueve a hacerlo. Es como si escuchara una voz en lo más hondo de mi alma que me
urge:
“Escribe Claudio, deben saber que los
amo”.
Siempre he pensado que mis libros calan en las personas y les sirven
de apoyo porque narro las cosas sencillas, cotidianas, que a todos les son
familiares.
En este momento, mientras escribo, me
encuentro sentado en una de las bancas de la Biblioteca Nacional. Me encanta
venir. Aquí puedo pensar, reflexionar y escribir con absoluta tranquilidad. A
veces me coloco unos audífonos y escucho música mientras observo la naturaleza
a mi alrededor.
Disfruto mucho estos momentos con
Dios. Lo contemplo en su creación. Y le digo que “lo amo”.
¿Y su plan en mi vida? Hace mucho
dejé de preocuparme por ello. Ya no lo cuestiono, ni me enfado, ni
lo pregunto por qué. Sencillamente confío.
Procuro abandonarme en sus manos, como el pequeño que se refugia en
los brazos de su papá. Es un refugio contra todo. Cuando
eres niño, la cercanía de tu padre te da una seguridad extraordinaria.
“Quédate con nosotros Señor, porque
atardece” (Lucas
24, 29).
Es el santo abandono.
Dejarme llevar por Dios me ha costado
un poco. Como muchos tengo este carácter que ni yo lo deseo. Pero lo he
amoldado a la voluntad del Padre después de recibir muchos golpes en la
vida, por mi terquedad.
Cuando experimentas a Dios y lo conoces un poquito más,
comprendes que no hay nada por qué temer. Al final, todo será para tu bien,
como Él lo planeó desde el principio.
Entonces, cada gesto, cada acción de
Dios, cada caricia suya es como si nos dijera: “Yo soy. Y te amo. No tengas
miedo”.
Él ve tu dolor y quiere
consolarte, mostrarte un mejor camino. Desea que lo conozcas y lo ames por
voluntad propia. Quiere llenarte de gracias, abrazarte, estar
contigo.
Cuando experimentes Su amor
entenderás.
Todo será claro, transparente y ante
ti se desplegará como un pergamino en el que leerás tres palabras:
“YO ESTOY CONTIGO”.
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