Por Pedro Palma
El resultado del referéndum
del 23 de junio en el Reino Unido (RU) para decidir sobre su permanencia o no
en la Unión Europea (UE) nos dejó un mal sabor a muchos, pues al imponerse la
opción de salir de esa importante comunidad, mejor conocida como Brexit, era
lógico concluir que las consecuencias serán negativas en términos netos para
todos los miembros de esa unión y para la comunidad internacional en general,
pero en particular para los británicos, que son los que más van a perder.
Como se sabe, las reacciones
no se hicieron esperar. En los días siguientes se desplomaron los mercados
accionarios, la libra y el euro sufrieron fuertes caídas frente al dólar y al
yen, y los precios de la mayor parte de los productos básicos, o commodities,
bajaron fuertemente, generando todo ello alarma entre muchos de los que, tan
solo pocas horas antes, habían votado por el Brexit, así como entre
los europeos y la población internacional en general. Pero esas consecuencias
inmediatas no serán las únicas.
Si bien algunas de estas sobrerreacciones
iniciales pueden corregirse en el futuro próximo, existe un práctico consenso
entre los analistas sobre las adversas repercusiones económicas, políticas y
sociales que están por operarse en el corto y mediano plazo, tanto en Europa como
a escala global, aun cuando su intensidad e inmediatez son todavía imposibles
de predecir.
Una de las consecuencias
económicas será la disminución en el comercio entre el RU y la UE debido a las
mayores tarifas, barreras y otros costos que se aplicarán a esas transacciones,
generando esto menores niveles de actividad económica y de ingreso para los
europeos, y en particular para el RU. El flujo de inversiones que desde los
distintos miembros de la unión hacía la Gran Bretaña también se reducirá, propiciando
que, por una parte, la productividad disminuya en esa nación, lo que
restringirá sus posibilidades de crecimiento económico y su competitividad y,
por la otra, limite la generación de fuentes de trabajo, lo cual afectará con
particular fuerza a los jóvenes británicos, quienes no solo verán limitadas las
oportunidades locales de empleo, sino también las posibilidades de trabajar en
los otros países de la UE sin limitación alguna, como hasta ahora. De hecho, la
pérdida de ventajas laborales implícitas en el Brexit influyó notablemente para
que la gran mayoría de los jóvenes votara a favor de la permanencia en la UE.
Además de la penalización al
liderazgo político británico por el resultado del referéndum, el Brexit también
puede generar consecuencias geopolíticas adversas, tanto dentro como fuera del
RU. El desagrado de los escoceses y de los irlandeses del norte por la
inminente salida de la UE puede renovar sus sentimientos independentistas en el
futuro inmediato, y lo sucedido puede animar a los líderes de varios grupos
políticos extremistas y populistas de otros países de Europa a plantearse la
posibilidad de promover iniciativas de separación similares, lo cual, de
lograrse, podría debilitar severamente la solidez y sobrevivencia de la
integración del viejo continente.
El Brexit también puede
afectar negativamente a los países emergentes a través de la merma de sus
exportaciones a la UE, así como por los menores precios de los commodities
debido al fortalecimiento del dólar y a la menguada actividad productiva y
comercial internacional. Eso afectaría con particular fuerza a los países
altamente dependientes de las exportaciones de esos productos básicos, como es
el caso de Venezuela, que no solo sufriría por la nueva baja de los precios,
sino también por los menores volúmenes de producción y exportación de petróleo,
y por sus críticamente bajas reservas internacionales.
En conclusión, decisiones
colectivas altamente influidas por mensajes populistas engañosos pueden hacer
mucho daño, no solo a las comunidades que las toman, sino también al mundo en
general. De eso ya tenemos experiencia los venezolanos.
30-06-16
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