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sábado, 25 de febrero de 2017

LA INTERNACIONAL DE LOS FACHOS, por @FernandoMiresOl


Fernando Mires 24 de febrero de 2017

Frauke Petri, líder de Alternativa por Alemania (DfU) -el partido ultraderechista según los periodistas, populista según los sociólogos, fascista según quienes nombramos a las cosas por su nombre- se encuentra de visita en Rusia.

En Rusia, Petri –con quien ningún político quiere fotografiarse en Alemania- ha recibido honores reservados solo a los más altos dignatarios. Hasta el momento se ha entrevistado con diversos personeros de estado, entre ellos el Presidente de la Duma (Parlamento) y estrecho colaborador de Putin, Vyacheslav Volodin, y Vladimir Zhirinovsky, rabioso antisemita y presidente del partido “Democrático Liberal” ruso.

La visita de Petri a Moscú no es sorpresa. No ha hecho más que seguir los pasos de Marine Le Pen, asidua visitante del Kremlin (y de la Torre Trump) columnista del periódico oficialista Russia Today, declarada defensora de la política internacional rusa y admiradora efusiva del hipernacionalismo anti-europeo proclamado por el presidente Trump durante su campaña electoral.

Ni Petri ni Le Pen son la excepción. Prácticamente todos los partidos racistas de Europa son fervientes partidarios de Vladimir Putin de quien reciben –informan los periódicos- apoyo monetario para las campañas electorales que libran en sus respectivos países. Marine Le Pen a la vanguardia.

La hábil Le Pen ha sabido retribuir los honores de Putin. En reciente entrevista al periódico ruso Izvestia, prometió que si llega a la presidencia bregará por el levantamiento de las sanciones a Rusia. Y luego pronunció palabras que deben haber sido bombones para Putin: “Crimea pertenece a Rusia”. Que esas mismas palabras violen el espíritu y la letra de las resoluciones de Minsk firmadas por el propio gobierno ruso, la tiene sin cuidado.

Definitivamente: el FN y la AfD son los partidos de Putin en Francia y Alemania del mismo modo como en un pasado no muy lejano los comunistas europeos llegaron a ser los partidos políticos de la URSS en sus respectivos países.

Vladimir Putin sigue así, bajo otras formas, una de las líneas centrales del estalinismo. Ha sabido construir sus caballos de Troya al interior de las naciones europeas. La diferencia –puede que no sea gravitante- es que mientras los caballos del estalinismo eran comunistas, los del putinismo son fascistas (o para ser más precisos: neo-fascistas).

Entre el internacionalismo de los comunistas y el de los neo-fascistas es imposible hacer analogías (todas las analogías son falsas) pero sí –y eso es diferente- es posible hacer paralelos. Y bien, los paralelos entre Stalin y Putin son más que evidentes.

Putin, igual que ayer Stalin, practica una política colonial con las repúblicas vecinas, establece relaciones de clientela con las dictaduras del mundo islámico (Turquía, Siria e Irán), extiende amenazas hacia Ucrania, y si los europeos se dejan estar, pronto lo hará hacia los países bálticos y Polonia. Con diversos gobiernos del mundo ha configurado alianzas políticas. En Europa ya las mantiene con Hungría. Incluso Latinoamérica no es ajena a sus visiones. De hecho cuenta allí con dos aliados incondicionales: las dictaduras de Castro en Cuba y la de Maduro en Venezuela.

El imperialismo de Putin –es la diferencia con el imperio chino de nuestros días- no es en primera línea económico. Lo que une a Putin con las naciones que controla, o donde ejerce influencia, es una relación ideológica: el desprecio por la democracia occidental. Esa ideología tampoco se diferencia de la del imperio estalinista.

Putin hoy como Stalin ayer, es un declarado enemigo de la “sociedad abierta” y por lo mismo de los valores políticos que representa la Europa moderna. En cierto modo, como destacara una vez Rudi Dutschke, Stalin era el representante de un “asiatismo despótico” practicado en nombre del marxismo. Algo parecido ocurre con Putin.

Los ideales que hoy acaricia el ex marxista Putin son los de la Madre Rusia, los de la ultraconservadora confesión ortodoxa, los del familiarismo patriarcal, los de la homofobia, los de la eurofobia y los de la xenofobia. Putin es así fiel al anti-occidentalismo zarista y comunista. Su utopía, en lugar del comunismo, es la del por él llamado, "mundo post-occidental". Su modelo político reside en la fusión de un solo líder con el estado y con la nación. Son esos –quizás está de más decirlo- los mismos ideales de los neo-fascistas europeos. Esa es la razón por la cual los mal llamados nacionalistas son - aunque parezca paradoja- muy internacionalistas entre sí. En todo caso mucho más que los defensores de la Europa moderna. Han fundado en la práctica una quinta internacional: esa es la internacional de los fachos.

Stalin por cierto, agitó la lucha de clases, las del proletariado en contra de “la burguesía”. En eso tampoco se diferencian demasiado putinistas y estalinistas. En efecto, en todos los movimientos neo-fascistas (o putinistas) encontramos dos constantes. La primera: lucha de clases hacia abajo: odio hacia los extranjeros pobres. La segunda: lucha de clases hacia arriba: odio a las “elites” políticas (“la progresía” en lugar de “la burguesía)

Los neo-fascistas se han convertido en todos los lugares donde existen, en el partido de los resentidos y miedosos sociales. Los extranjeros pobres son para ellos el objeto elegido de un odio que en el fondo es hacia ellos mismos. Los partidos neo-fascistas son sus portavoces. La Rusia de Putin es, como ayer la URSS, la patria de la revolución, pero esta vez, no del proletariado, sino del populacho enardecido, en fin, de la revolución anti-política de las masas inorgánicas articuladas bajo gobiernos autocráticos y partidos racistas.

Frauke Petri, líder de los neo-fascistas alemanes, se encuentra en Moscú. La noticia apareció con letras muy pequeñas en los periódicos, como si la dama hubiera ido de vacaciones a Las Baleares. En lugar de enfrentar a una mujer que en nombre del nacionalismo más extremo viaja a recibir instrucciones (y con toda seguridad, dinero) de un estado enemigo de la democracia occidental, los medios y los políticos intentan minimizar el hecho. Grave error.

Quizás cuando los políticos europeos entiendan que a la democracia no solo hay que vivirla sino, además, defenderla, será demasiado tarde. Ayer EE UU tuvo que proteger a Europa. Pero de los EE UU de Trump lo más que pueden esperar los europeos son negocios. Y tal vez, para el estrafalario presidente, Europa ya no es un buen negocio.

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