EMILIO NOUEL 14 de mayo de 2017
@ENouelV
La
historia de los regímenes políticos y sus ejecutorias prácticas nos ilustra
acerca de los tipos de gobierno que los humanos hemos disfrutado o padecido.
Unos
son buenos, otros no tanto, algunos regulares, pero también hay los
detestables.
En
estos últimos, sus ejecutantes logran concentrar el mayor número de
iniquidades, tropelías y estropicios sociales. De estos no son pocos los que
enarbolan convenientemente un discurso reivindicador de los más, de los
menesterosos, como engañifa para llegar al poder.
Sin
embargo, se convierten, no solo por su ideología, en gobiernos aborrecibles.
Literalmente, en enemigos del género humano, aunque hablen en nombre de altos
ideales.
El que
padecemos los venezolanos en la actualidad, es uno de esta calaña infame. Es de
los peores que pueden haberse conocido por su naturaleza destructora.
Las
pruebas sobran, y su notoriedad nadie imparcial y objetivo las puede refutar.
La
farsa del gobierno militar-cívico de Venezuela se patentiza a diario. Sus
mentiras nadie las cree ya, ni sus acólitos. Su fementida adhesión a la
democracia ha sido desnudada. Hasta los organismos internacionales a los que
entregaban cifras maquilladas, al fin se han percatado del timo. Éstos no
confían más en tales triquiñuelas. Una opinión es unánime, dentro y fuera del
país: el gobierno es embustero y estafador.
Por
otro lado, aunque no todos pueden ser metidos en el mismo saco y con igual
responsabilidad, nunca antes en la historia de nuestro país se había llegado a
los extremos de corrupción política y administrativa como en los últimos 18
años. Nunca en el pasado, altos funcionarios de gobierno fueron acusados de
pertenecer a mafias del narcotráfico y otros delitos. El asco se ha instalado
en la Venezuela decente ante tanta degradación moral y política.
Y como
colofón de todo este oprobio, somos víctimas también de unos gobernantes
tiranos, salvajes, que no respetan libertades ni Ley. Su principio de gobierno
es la arbitrariedad, su modus operandi, el atropello; su fuerza, la bruta, más
allá de las supuestas ideologías que los inspiran, señuelos para engañar
incautos. Un gobierno militar y militarista se está mostrando en toda su
desvergüenza llevándose por delante el principio del debido proceso al someter
a civiles que protestan de manera pacífica, a la justicia militar, infringiendo
así, sin pudor alguno, la Constitución.
Su
apetito desmedido por el poder y el dinero, los presenta ante el mundo como lo
que realmente son: forajidos de la política. El respeto al Estado de derecho o
a los derechos humanos no está en sus planes. Su respuesta a las demandas de
democracia y libertad es el encarcelamiento y el asesinato de jóvenes.
Sean
militares o no, carecen de rectos principios morales, no tienen palabra, ni
honor, ni vergüenza. Poco les importa como queden frente a la historia, su
familia o ante el país.
Afortunadamente,
la mayoría aplastante de los ciudadanos decentes, y muchos militares también, no
soportan tanta inmundicia y pillaje de los dineros públicos, tal estado de
arbitrariedad y violación a los derechos humanos, tanto descrédito
internacional.
La
reconstrucción político-institucional y moral de la nación, cuyo inicio cada
día se acerca más, precisará de todos los venezolanos de bien, que hoy repudian
resueltamente a unos gobernantes farsantes, delincuentes y tiranos, la
combinación política más tóxica que puede haber. A ellos les llegó la hora de
la partida y de la Justicia.
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