Por Ángel Oropeza
Según ciertas concepciones
políticas primitivas, la paz es simplemente la ausencia de guerra o la
inexistencia de conflictos. Esta fue siempre la tesis de los especímenes de la
represión militarista latinoamericana, como Pinochet, Somoza, Castro, D’Aubuisson
o Duvalier. Por supuesto, es la que comparten Maduro, Cabello y otros
representantes de nuestra decadente oligarquía.
Así como la salud no se reduce
a la ausencia de enfermedad, o la libertad no es solo no estar preso, la paz es
mucho más que lo que estas visiones reduccionistas interesadamente proponen. La
palabra “paz” viene del latín pax (pacis), que significa “acuerdo
o pacto”. Y esto es así,
porque la paz es el fruto de la sana convivencia entre los seres humanos. La
paz es un estado de equilibrio y armonía que, en su dimensión política, solo es
posible en presencia de un orden social justo en el que todos tengan los mismos
derechos y las mismas oportunidades para desarrollarse como tales. Los humanos
somos en esencia seres en conflicto, producto de nuestra natural y deseable
diversidad. Es por ello que la paz social, más que la ausencia de conflictos,
supone la capacidad para manejarlos y transformarlos en fuente constante de
enriquecimiento colectivo.
Al igual que la mayoría de los
sátrapas de nuestro continente, el régimen venezolano ha comenzado nuevamente a
hacer uso de la palabra paz en su acepción de farsa. Se habla de una
“constituyente para la paz” y de quienes se oponen a ella como desestabilizadores
y enemigos de “su” paz. Ahora bien, ¿qué significa “la paz” para la clase
política gobernante? Cuando el régimen habla de la necesidad de “preservar” la
paz, ¿de qué está realmente hablando?
La “paz” para el
madurocabellismo no es otra cosa que el mantenimiento –a juro y por la fuerza–
de un orden político en el que una minoría corrupta hace negocios con las
necesidades materiales de una inmensa mayoría. Es esta “paz” la que ha
permitido, por ejemplo, que 82% de las familias venezolanas se encuentren hoy
por debajo de la línea de pobreza, lo que nos ha convertido, desde la
perspectiva del ingreso, en el país más pobre del continente. La “paz” que pide
preservar el oficialismo es la que ha permitido el “milagro” económico de un
severo empobrecimiento colectivo combinado con un obsceno proceso de
concentración de la riqueza en pocas manos, al punto que hoy tengamos el índice
más alto de desigualdad social (0,44) de los últimos 20 años.
La “paz” que pide preservar
nuestra hipócrita oligarquía es la misma que cobró la vida de 28.230
venezolanos el año pasado, 76% de ellos menores de 35 años, lo que nos ubica
como el país más violento del mundo. Es la misma “paz” que tiene a 63% de la
población sin ningún tipo de seguro de atención médica, que ha provocado una
escasez superior a 80% en medicamentos esenciales, y que nos ha convertido en
el país de América Latina donde es mayor el gasto del propio bolsillo de los
ciudadanos para atender problemas de salud.
La “paz” que Maduro y Cabello
piden a gritos “proteger”, es la que tiene a casi 2 millones de jóvenes que ni
estudian ni trabajan, y donde solo 40% de la población juvenil asiste
regularmente a un centro de enseñanza. Es la “paz” de las colas interminables
para poder comprar cada vez menos, de la delincuencia galopante y de la
inflación más alta del planeta. Esta es la “paz” que nos piden resguardar, en
su propio provecho, quienes se esconden atemorizados detrás de guardaespaldas
disfrazados de soldados, pidiendo a gritos que nos sacrifiquemos todos para que
ellos puedan seguir disfrutando los placeres sensuales del poder. Es la paz de
los explotadores, que no es otra cosa que violencia y miseria para el pueblo.
Es por ello que, a diferencia
de esa farsa, la búsqueda de la verdadera paz, la que solo se consigue a través
de la justicia, al mismo tiempo que una noticia de esperanza y liberación para
la mayoría, es la amenaza más peligrosa para el presente orden constituido, y
para el statu quo de los poderosos y gobierneros.
16-05-17
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