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lunes, 8 de mayo de 2017

Venezuela es un volcán por @goyosalazar


Por Gregorio Salazar


Las rocas fundidas de lo que fue este país conforman el magma de la erupción que, inexorablemente, sobrevendrá. Un país licuado en prácticamente toda su capacidad de hacer, de avanzar y mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos ha sido reducido a una masa incandescente de la cual apenas estamos viendo el derrame de lava por los bordes. Pero la temperatura sube y sube sin que aparezcan fórmulas que puedan evitar que estalle buscando el cielo.

A poco más de un mes de iniciadas las protestas por la evidencia definitiva del barrido del Estado de Derecho por vía de las famosas sentencias del TSJ, la reacción de los venezolanos no se ha detenido. Todo lo contrario, las redes sociales que sirven de delta a los acontecimientos que mantienen a la población en vilo están repletas de registros que arman, con lo falso y lo verdadero, lo real y lo manipulado, la imagen del estado de conmoción en el que día tras día nos vamos sumiendo.

La espiral de la violencia gira hacia arriba. Los excesos represivos pueden ser calificados sin ambages de sanguinarios. Cuerpos de seguridad que no disimulan el odio hacia el ciudadano, que tirotean hacia sus hogares, que roba y golpea inclementemente a los indefensos, que dispara a matar con instrumentos hechos para la disuasión, que no tiene contemplaciones con ancianos y muchos menos con adolescentes, dejando tras cada jornada un registro de fallecidos o fracturados o de centenares de cuerpos llenos de hematomas o incrustaciones de plástico, metal o vidrio.

Pero el desafío de los jóvenes también impulsa esa vuelta ascendente de la dureza con que se dan los choques en calles y avenidas de casi todo el país. Porque con el correr de los días crece el ejército de manifestantes que a pecho descubierto van contra las tanquetas, que asedian a los carros ballenas con sus cada vez más inútiles chorros de agua, y que más de una vez han desbordado o hecho retroceder a las fuerzas antimotines. Mientras mayor es la asimetría, más alto es el perfil de heroicidad con que se dibujan las escaramuzas.


Por lo pronto, las llamaradas sobre los blindados a los que cada día impactan las Molotov, imposibles de no aparecer cuando la violencia se ceba en los indefensos, resplandecen sólo en el tuiter o en el facebook o en una que otra portada de periódico, pues la televisión es mantenida diríase que en otro país y en otra época. Por censura, por autocensura o por exceso de prudencia el resultado es el mismo.

Un escenario en el que con frecuencia aparecen brotes de preanarquia requiere la presencia estelar de las instituciones. No ha sido así. A la Defensoría del Pueblo se le reclama su apocamiento y parcialización y a sus puertas han ido a dar otras protestas pacíficas, creativas e impactantes protagonizadas por grupos de jóvenes. La Fiscalía tiene atisbos de querer actuar, pero sigue a medio camino entre el hacer y el decir. Deplorable.

En medio de este escenario volátil en el que el Poder Ejecutivo tiene un inmenso poder de resolución, aparece de improviso el presidente de la República diciendo tener la fórmula “para la paz”: una convocatoria a asamblea constituyente, que ya los más lúcidos especialistas han descrito con lujo de detalles como una maniobra que profundiza el desprecio por la Constitución, una pretensión de usurpar de nuevo la soberanía popular y un intento por entronizar las fórmulas ideologizadas que ya el país rechazó en otra frustrada intentona reformadora.

Es obvio que esa propuesta ha recrudecido la protesta y el rechazo. Está visto, con su delirante insensatez, Maduro arrastra a Venezuela hacia una erupción de incalculables consecuencias.

07-05-17




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