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sábado, 8 de septiembre de 2018

“¿Cómo se llamaba mi maestra?” por @CECODAP @FERNANPEREIRAV




Por Fernando Pereira 08 de septiembre de 2018
@FERNANPEREIRAV

Estos días de turbulencias me sorprendieron revisando un álbum de fotografías familiares. Creo que buscaba allí adentrarme en el remanso de los momentos y afectos atesorados en el alma familiar; huyendo quizás de la hostilidad hecha presente. No piensen que estoy hablando de una carpeta digital que puede albergar miles de momentos metidos en un bolsillo. El tamaño y peso del nuestro es proporcional al número de años e historias que contiene. Lleno de polvo y papeles ya amarillentos de años; pero con la capacidad de traer sonrisas y aguarte la mirada.

Resaltó la foto cuando recibí mi diploma de primer grado. Un corbatín completamente volteado delata a un estudiante sudado que venía de correr en el patio sin entender de formalidades. Allí está la sonrisa de mi maestra hecha posteridad.

La maestra Mireya que con su sonrisa supo guiar mi llegada al primer grado en una humilde escuela.

La maestra Mireya que con su sonrisa supo guiar mi llegada al primer grado en una humilde escuela. Como hijo único no fue nada fácil adaptarme; pero su perenne sonrisa iluminaba el buenos días en la puerta del salón o los momentos en que el número 8 se empeñaba en darle órdenes a mis dedos de que lo acostaran en vez de mantenerlo parado como quería mi mente.

Allí están las fotos que dan testimonio de otro momento de transición: mi llegada al primer año de bachillerato. Lorezo Stocco, joven salesiano estudiante de teología, avivaba mi participación en los grupos juveniles. Fotos haciendo juegos grupales, obras de teatro, dinámicas de grupos, festivales musicales, campamentos. Un registro gráfico que da cuenta de un inicio de lo que sigo haciendo décadas después en mi vida.

Las fotos dan cuenta de los momentos de celebración, cumpleaños, paseos, clubes deportivos a pesar de la austeridad que imponía la humildad. Hay la presencia de adultos significativos: maestras, profesores guías, orientadoras, mentores que tienen un rostro y un nombre.

Por eso me impactó la historia de un niño de 7 años que no puede recordar el nombre de su maestra.
“Este año escolar Daniel tuvo cinco maestras. Llegaban y se iban. La última no podría decirme si ella vio el cambio de actitud en él cuando inició y cuando culminó porque no estuvo”.

“Regresar, el verbo difícil de Daniel”

Es una historia real recogida por Carmen Victoria Inojosa y que forma parte de la serie “Los hijos de la crisis. Niños que crecen viendo mermadas sus posibilidades en la Venezuela de hoy” gracias a la alianza de La Vida de Nos y Cecodap.

El álbum de Daniel no tendrá la foto con su maestra sonriente; pero también faltarán las de sus entrenadores y mentores:
“Como su hijo era bastante inquieto y disperso, Caroline su mamá entendió que a él le vendría bien practicar un deporte en el que le enseñaran a ser disciplinado. Lo inscribió en taekwondo y, cuando la academia bajó las santamarías porque los instructores migraron, lo metió en fútbol y natación. Pero esas escuelas también cerraron por falta de docentes y problemas financieros”.

Daniel no tendrá una secuencia de fotos con los kimonos que fueron creciendo con su cuerpo, tampoco con diferentes uniformes de fútbol ni en diferentes competencias de natación.

No tendrá la experiencia de quienes pudimos disfrutar considerando a la escuela nuestra segunda casa, la experiencia de no querer irnos cuando sonaba el timbre sino proseguir jugando con nuestros amigos, de pertenecer al grupo juvenil en el colegio, en la parroquia o tener el grupo de amigos que nos reuníamos en el parque Carabobo o en la plaza Candelaria sin la angustia de que algo nos podía pasar.

Daniel forma parte de una generación cuyos maestros y entrenadores se van y los centros cierran por falta de recursos. Daniel forma parte de una generación que debe conjugar el verbo recordar para que le mantenga sus vínculos, afectos y sueños.

Invito a leer la historia completa en www.lavidadenos.com
06-09-18



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