Antonio Ecarri Bolívar 10 de septiembre de 2018
Hay
una tendencia universal -nosotros no podíamos ser la excepción- desde las redes
sociales, que se utiliza para denostar de los políticos por igual, acusándolos
de ser la causa de todos nuestros males. Porque, quienes escriben esos
mensajes, presumen ser la perfección de toda condición humana. Ya he visto
análisis científicos, de reputados psiquiatras y sociólogos, afirmando que casi
todo tuitero, desde la comodidad de su casa u oficina, se cree el sumun de la
perfección, la pureza y la santidad. Eso obviamente es tan falso como fatuo,
pero es una realidad que debemos enfrentar. Al menos no sucumbir frente a su
chantaje permanente.
Digámoslo
de una vez por todas, la política no solo no presume de pureza, inocencia o
candidez, sino de todo lo contrario y no se trata de ningún mal endémico
incorporado al cromosoma de unos “políticos malucos”, sino porque quienes
ejercen tan denostado oficio son los líderes de seres humanos y no de ninguna
troupe de ángeles, arcángeles y serafines.
Usted, estimado lector, si es un opositor a éste régimen y quiere unir
solo a quienes considera libre de todo error, defecto o mácula, pues le sugiero
dirigirse a la Iglesia más cercana a su domicilio y buscar, en las imágenes
sagradas, el Santo de su preferencia a ver si logra que baje a hacer política
por usted, pero le rogamos que deje la memez de denigrar de todos los
políticos, con el consabido retintín de que “todos son iguales” y, en
consecuencia, “todo está perdido”.
Los
políticos no son perfectos, ni mejores o peores que usted, simplemente son
seres humanos ejerciendo una nobilísima tarea que presume entrega y sacrificio
por los demás. Tampoco los políticos esperan recompensas de apoyo unánimes a su
actividad, porque quienes actuamos en este campo del quehacer humano tenemos
muy presentes las palabras de ese latinoamericano y hombre de Estado de
excepción, que es Julio María Sanguinetti, quien suele afirmar: “los políticos
somos como los remeros de los viejos galeones: llevamos palo para remar y palo
para dejar de remar”. Y tiene razón.
En
definitiva, a lo que vamos: impulsemos la unidad de todos, empinémonos por
encima de diferencias obvias pero nimias, frente al inmenso reto de sacar a
nuestra nación de esta pesadilla. Más del 80% de los venezolanos adversamos a
este gobierno y si todos presionamos, ayudando así a la comunidad internacional
que ya lo está haciendo, para obligar al régimen a hacer elecciones, lograremos
el objetivo del cambio de régimen. El tema es que no hay alternativa diferente
a ésta, porque no conozco a ningún Estado del planeta que haya planteado algo
distinto. Y aquí quienes vociferan, contra las elecciones, no plantean nada
diferente a una hipotética e ilusa invasión, pero quien la podría ejecutar
nunca lo ha planteado seriamente.
Nuestra
propuesta se afinca en la necesidad de elaborar una hoja de ruta, entre todos,
para acordarnos en la vía y en los instrumentos para transitarla, así como el
plan para reconstruir la nación. Entonces, ese liderazgo será colectivo y a ese
equipo dirigente se le facilitará, luego, decidir quién va a dirigir el corto
proceso de transición que va a inaugurar la nueva etapa de progreso y
prosperidad de Venezuela. Nunca al revés.
No
serán puros ni castos los que dirijan ese proceso de reconstitución de la
unidad, que logramos con éxito el 2015, pues debemos seguir el ejemplo de
nuestros padres libertadores, quienes lograron la unificación de todo un
pueblo, para poder triunfar, sin remilgos ni marginados de ningún tipo,
Tal
como nos lo revela José Rafael Pocaterra en sus “Memorias de un venezolano de
la Decadencia”:
“No
hicimos la independencia con santos, ni la patria la fundaron bienaventurados.
Con militares desmandados, con viciosos de todo jaez, con políticos de toda
maña, con jugo de sudor de esclavos, “con patas en el suelo” y sangre
apelmazada de indios y gorgueras de encaje, un solo ideal aleó y forjó ese
metal sagrado de la libertad, en cuyo molde hemos fundido nuestros mártires,
nuestros santos, y nuestros héroes… ¡Y dios no ha roto el molde!”.
En tal
virtud, como Dios no ha roto ese molde donde fundimos nuestros mártires,
nuestros santos y nuestros héroes, vamos a llenarlo ahora con toda nuestra
diversidad democrática. Así lograremos estructurar el frente coherente y sólido
que podrá enfrentar, con éxito, esta adversidad que tiene desesperanzado y
frustrado a todo un gran pueblo. Nada de eso se logra solo con los míos y los
puros, sino con todos los que forjaron el molde que nos narra Pocaterra y que
nos dio la libertad.
Finalicemos,
entonces, con el llamado unitario que nos hace, desde el fondo de la historia,
el más destacado de los presos de la tiranía gomecista: “Uníos sí, uníos de
dignidad, uníos de valor, con lágrimas en los ojos, que la batalla contra el
mal es una sola y malditos sean los que aprovechan en esta hora la emoción
sagrada para sorprendernos con sus propósitos personales. No, no hay caudillos,
no hay intelectuales, no hay obreros, no hay comunistas; hay solo venezolanos.
Venezuela será y es una y única contra todas las fuerzas adversas”.
¡Qué
Dios y nosotros lo oigamos!
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