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sábado, 9 de octubre de 2010

¿Irreversible?


Por Luis Ugalde

Se nos dice en tono amenazante que la “revolución” es irreversible. Sí y no. Afortunadamente en Venezuela no hay marcha atrás, pero sí cambio hacia adelante. Son reversibles la recurrencia de los 15.000 asesinatos anuales, los secuestros, la ruina de las empresas básicas de Guayana, la pobre escuela para los pobres, el nombramiento de ineptos incondicionales para gobernar, el asedio a las universidades libres y autónomas, el sobresalto y negocio de los secuestros, la anemia de la industria de la construcción, la desbordada corrupción, la ineficiencia gubernamental que vuelve insuficientes los ingentes recursos y destroza los servicios públicos, la irresponsable adjudicación y donación de dineros sin tener que pedir permiso a nadie ni rendir cuentas, y la Asamblea donde no se discute, sino que se aclama. Reversible es la falta de inversiones, iniciativas empresariales y de trabajo de calidad, digno y bien remunerado. Pasará pronto la antidemocrática concentración del poder en un solo poder, la división de los venezolanos entre socialistas patriotas y capitalistas traidores vendidos al imperio.

Los autócratas se sienten salvadores providenciales y perpetuos. Hitler, Stalin, Franco, Mao y Castro, Stroessner y la dinastía Somoza, entre otros, consideraban que su obra y régimen eran permanentes. Si volvieran, sus países les parecerían irreconocibles.

Los regímenes mesiánicos convierten las esperanzas en pedestal para su opresión personalista. En la Revolución Francesa la libertad, igualdad y fraternidad soñadas se fueron metamorfoseando, la República se transformó en Imperio, y Napoleón, en nombre de la libertad, exportó a toda Europa batallas de muerte donde cientos de miles de jóvenes franceses y europeos murieron absurda y “gloriosamente” en guerras innecesarias; de triunfo en triunfo fue hasta la derrota final que dio paso a la Restauración del Antiguo Régimen. El iluso sol perpetuo resultó ser una vela que se gastó en una década. Pero las esperanzas e inspiraciones de la Revolución Francesa sí eran irreversibles y se volvieron universales. En la historia cuando las esperanzas salen a la calle ya no regresan vacías. Cuando los esclavos sintieron que la libertad les pertenecía y estaba a su alcance, la reclamaron e hicieron irreversible la ruptura de sus cadenas, aunque fueran reprimidos una y otra vez. Lo mismo se diga de la independencia de nuestros pueblos y de los derechos de las mujeres cuando descubrieron que también a ellas les pertenecía la escuela, la libertad, la igualdad de dignidad y la vida más allá de la cocina.

En Venezuela es irreversible la aspiración de las familias a una buena escuela para sus hijos, a buenos servicios de salud, a vivir sin amenazas del crimen y la violencia, al reencuentro de todos los venezolanos sin un sumo sacerdote que cuide y alimente el altar de la división nacional y del odio.

En estas jornadas electorales con alegría y esperanza se ha renovado la convicción de que nuestros desastres son reversibles y nuestras justas aspiraciones irreversibles. A veces el invierno parece eterno, pero pasa y de sus nieves derretidas bebe la primavera su vida.

Pero hay dos enemigos al acecho: por un lado la euforia del triunfo y el deseo del reparto del botín, que lleva a sepultar la unión, la grandeza de espíritu y los sacrificios necesarios para salvar la libertad, la dignidad y la justicia en el país. Por el otro, el empeño en demostrar que se tiene tanta fuerza y poder como para burlarse del sentir de la mayoría y aplastarla con la imposición de una voluntad armada.

Lejos de terminarse la tarea política con las recientes elecciones, empieza la prueba de la sensatez, honestidad y la capacidad de gobernantes y políticos. La sociedad venezolana debe seguir exigiendo a unos y a otros la práctica de las virtudes democráticas en la Asamblea, en las diversas instancias de gobierno y en la renovación del país. De aquí al 5 de julio de 2011 debe renacer con vigor la aspiración de ser una República de libres con prosperidad y convivencia pacífica. No olvidemos que en las dos primeras Repúblicas las mejores intenciones terminaron en fracasos espantosos. Nuestra esperanza es irreversible, pero debemos demostrar que son reversibles la ineptitud, la corrupción y el partidismo mezquino.

Publicado por:
http://analitica.com/va/politica/opinion/2102171.asp

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