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lunes, 5 de marzo de 2012

En el país de la soledad y la tristeza


Por Eduardo Sánchez Rugeles, 29/02/2012

Impresiones aleatorias sobre las últimas balas.

Hace tiempo que todo terminó. En Venezuela, la vida cotidiana es un ejercicio de espera y resistencia en el que cualquier día puede ser el último día. Solo las balas tienen la palabra. El insomnio sugiere incómodas preguntas: «¿Y si, en realidad, estamos podridos? ¿Y si los asesinos tienen la razón? ¿Y si Dios nos abandonó? ¿Y si, batidos por el plomo, estamos condenados a desaparecer? ¿Y si la idiosincrasia es esta rara mezcla de violencia, mediocridad, corazones enfermos, mala fe? ¿Será que, más allá de las ficciones democráticas (de nuestra mentalidad de sketch), nuestro patrimonio radica en la pobreza del espíritu? ¿Y si las balas duplican, triplican, cuatriplican el número de cabezas? ¿Y si los asesinos, los pederastas y las bestias, organizados en partidos, conforman una mayoría? ¿Y si el país se acabó? —insiste el insomnio—. ¿Y si no queda nada?». «Puede ser… Puede ser», responde el hastío, argumenta el techo.

No conozco a este muchacho Juancho, conocido popularmente como OneChot. Hasta el día de ayer, cuando Caracas se encaprichó con su nombre, no tenía referencias sobre su trabajo. El vendaval de información me hizo pasearme por las calles de Rotten Town. La tara baladológica me distancia del estilo. No es el tipo de música que suelo escuchar. La estupidez de la realidad alentó mi curiosidad. Intimidado por las ironías del mundo me dejé llevar por las imágenes de un río de sangre. La noticia sobre el crimen avivó mi indignación, mi malestar inefable. Lo más triste es saber que todos los días pasa lo mismo. Personas mayores, hombres, mujeres, jóvenes, niños. La ciudad es el horno crematorio de una raza maldita, regida por gendarmes indolentes. La geografía de Caracas tiene referentes atroces. Nuestros monumentos celebran sucesos ordinarios: porque en aquella esquina mataron a tu padre, porque en la plaza de enfrente masacraron a nuestro amigo; porque el otro día en la autopista, de noche, regresando del trabajo le dispararon al vecino, porque en aquel edificio, donde de niños nos juntábamos a redactar tareas y jugar caimaneras, violaron y mataron a la muchacha bonita, aquella a la que por timidez nunca nos atrevimos a saludar. A veces, apostando por un concepto ingenuo de humanidad, me pregunto si los asesinos ejercen el oficio del remordimiento, de la culpa, del qué bolas, del maldita sea, del por qué. Yo no sé ni creo en las razones que dan derecho a matar, decía el viejo José María Cano en una balada que se presta más a mi temperamento. Esta visión del mundo, quizás, hace tiempo que caducó.

El insomnio, herido por la lucidez, me dice que el destino de todos los hombres y mujeres de Caracas es el hacinamiento en las salas hediondas de Bellomonte. Y ya no sé qué creer ni qué pensar ni qué sentir ni a qué Dios rezar. Porque la sensación de soledad e indefensión solo permite reconocer una humillante derrota. No hay mucho que agregar. Día tras día, el Mal impone su criterio. Cuesta creer que, tras una década de desastre e indolencia, las encuestas sugieran que la competencia contra la casta de inútiles es reñida, que es necesario hacer malabares unitarios y campañas de conciencia para hacer entender las metáforas de este vulgar apocalipsis. El insomnio, con su burla habitual, pregunta: «¿Pero quiénes son los ciegos?». A lo mejor estos tipos tienen razón y la persistencia de los asesinatos es una forma de campaña, una manera de decir que Venezuela es un país de malandros, de enfermos, de criminales, de arribistas, de caníbales, de proxenetas, de vagos y coprófagos. A lo mejor, los otros, aquellos que por ingenuidad e inmadurez manejamos un criterio diferente de conciencia, no hemos tenido la fortaleza para confrontar lo evidente, para entender que lo que está pasando es una consecuencia natural del trágico culto a la miseria. Intimida pensar que, tras los carnavales de octubre, haya que volver a padecer el vacío y la desesperanza… El doloroso silencio tras las palabras trasnochadas de la gorda. Las recurrentes imágenes del balcón maldito.

Hoy juega la Vinotinto. Este tipo de evento hace saltar el remedo del orgullo, los vivas, los qué de pinga, los tweets patrioteros, la necedad de las banderas, nuestro falso concepto de honra. Mientras nuestro insólito y estúpido universo se ensalce en celebrar sus onanismos pensaré en este pana, Juancho, y en todas las personas caídas durante la guerra. Ejerceré mi derecho al malestar y al padecimiento de la humillación. «¡Qué carajo! —repite el insomnio—. Es así: estamos solos, abandonados por Dios, vencidos, masacrados, condenados a morir por un arma de fuego». Última cerveza. Música. Alguna balada vieja. ¡Salud por la soledad y la tristeza!

Tomado de:
http://sanchezrugeles.wordpress.com/2012/02/29/en-el-pais-de-la-soledad-y-la-tristeza/

Video de #OneShot Rotten Town:
 http://youtu.be/8bezB96gSzw

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