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lunes, 18 de marzo de 2013

El negocio de la caridad


Por: Héctor Abad Faciolince 16 Mar 2013

El popular presidente de Uruguay, Pepe Mujica, que regala su sueldo y lleva una vida más franciscana que el papa Francisco, declaró en Venezuela: “Chávez fue el hombre más generoso que he conocido”.

Fidel Castro sentenció que el presidente venezolano fue “el mejor amigo que tuvo el pueblo cubano a lo largo de su historia”. También el expresidente de Honduras, Manuel Celaya, resaltó esa cualidad: “su inmensa generosidad debe ser reconocida en todo el mundo”. Su caridad con los pobres llegó incluso a los países ricos. Joe Kennedy, hijo de Robert F., declaró lo siguiente: “Gracias al liderazgo del presidente Chávez, cerca de dos millones de personas en EE.UU. han recibido asistencia gratuita en forma de calefacción. Nuestros rezos van al pueblo de Venezuela, a su familia y a todos los que recibieron el calor de su generosidad”.

No creo que la generosidad de Chávez pueda ponerse en discusión: entregó a Cuba, durante años, 100 mil barriles de petróleo diarios, a precios subsidiados y sin garantías de pago; compró millones de bonos de deuda argentina; ayudó generosamente —aunque no se sepa con cuánto— a las Farc… Como la caridad empieza por casa, dejó rica a su familia, que de modestos campesinos pasaron a ser grandes terratenientes. Según Semana, “la familia Chávez pasó de tener una humilde finca de tres hectáreas en Barinas a poseer 450.000 repartidas en 17 fincas, con costos que van de 400.000 a 700.000 dólares cada una”. De que fuera generoso, pues, no hay duda. De lo que sí hay duda es de si esa plata era suya, y de si tenía derecho a disponer de ella como si la hubiera producido con el sudor de su frente y sacado de su propio bolsillo.

Paréntesis. Vamos a suponer que Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, fuera iluminado por un relámpago y se cayera del caballo en el camino de Damasco. Que siguiendo a Jesús, vendiera todo lo que tiene y lo diera a los pobres. Su fortuna se calcula en 73 mil millones de dólares. Esconde tres mil millones en Panamá, para la familia, y los otros 70 mil los regala a 35 millones de necesitados en México (que tiene 120 millones de habitantes), es decir, les toca de a dos mil dólares a cada uno. No está mal, 35 millones de personas le quedarían eternamente agradecidas, aunque ninguno de ellos, realmente, habrá salido de la pobreza con este regalo. Cierro el paréntesis.
Hugo Chávez, durante su mandato, pudo disponer de una fortuna que fue 15 veces la fortuna de Carlos Slim: un millón de millones de dólares. Y con esa plata, que no era suya, sino de Venezuela, fue generoso. Con los venezolanos más pobres, sin duda, a quienes dio mercados, becas de estudio, medicinas, ropa, vivienda, uniformes rojos, etc. Y con otros pobres de otras latitudes, incluyendo a dos millones de pobres gringos y a 11 millones de pobres cubanos.

Chávez, en cierto sentido, entendió y aplicó el mensaje de la Iglesia: hay que dar limosna a los pobres. En eso ha consistido buena parte del poderío de los católicos. Incluso si un mafioso regala narcodólares a la Iglesia, ese dinero se vuelve limpio, porque se va a repartir entre los necesitados. Lo mismo hacen muchas ONG, aunque buena parte de la generosidad de los países del primer mundo se vaya en pagar sueldos a quienes vienen a ser generosos con los pobres del tercero. ¡Qué buenos y generosos que son! ¡Todos han entendido el negocio de la caridad!

Porque ahí está el detalle. La caridad no anónima, es interesada. El que regala —aparentemente a cambio de nada, por pura bondad— se vuelve un mito, un santo, un benefactor. Y quienes le reciben, aunque no son deudores en plata, contraen otra deuda, la de la gratitud, que todo lo tapa y todo lo perdona. No dudo que haya millones de personas muy agradecidas con Chávez y que por eso mismo lo quieran mitificar. Lo que dudo es que sean mejores personas después de haber recibido el regalo. Han recibido lo que en Venezuela se llama un bozal de arepas, es decir, un premio para alabar bondades y callar maldades.

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