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domingo, 28 de julio de 2013

La mediocridad del liderazgo latinoamericano

Luis Ochoa Terán 26 JULIO, 2013

El ingreso de la región latinoamericana al Siglo XXI, ha sido intrascendente y pobre políticamente, prácticamente hemos tenido una década perdida como consecuencia a un liderazgo político dominado por la mediocridad y que no ha sabido ni logrado insertarse en la modernidad de un mundo conceptual cambiante y globalizado, mediatizado por intereses económicos subalternos o intereses políticos propios que han maltrecho el Estado y han distorsionado la concepción política y la grandeza del Estado-nación y ello, ha traído como consecuencia, la pequeñez de la integración.

Sin lugar a duda los países tienen intereses, pero esto no es excusa para doblegar la dignidad del Estado, y es precisamente aquí donde nace la diferencia entre el empresario, el político y el estadista. Los empresarios velan por los intereses económicos propios que a su vez, generan desarrollo económico y social para el país. El político debe establecer el equilibrio entre los intereses privados económicos, el desarrollo económico y social  y los intereses públicos. El estadista,  aparte de establecer los equilibrios sociales, económicos y políticos del país proyecta internacionalmente una concepción política de Estado que va más allá del interés del Estado-nación y conceptualmente se proyecta insertándose en el bien común de la región y la comunidad internacional que lo valora y trata de emular y adaptar a sus peculiaridades.

En este sentido, el liderazgo latinoamericano se ha mimetizado por corrientes ideológicas autoritarias y cuando no, subalternado a intereses económicos de sus nacionales o a los financiamientos a saco roto, menospreciando principios y objetivos políticos que usufructúan pero egoístamente no proyectan por el facilismo de los beneficios y el silencio de los principios. Es un liderazgo mezquino, ensimismado e indolente frente a quienes adolecen lo que disfrutan. En este sentido, dos liderazgos nos turban el espíritu y golpean nuestra conciencia democrática latinoamericana, un Santos sometido a intereses económicos nacionales  y una  Bachelet que marcada por el sufrimiento de las luchas política, desdeña quienes ahora lo sufren como venganza a su propia tragedia.  Este es el infortunio contra la cual luchó y por lo cual murió el Libertador Simón Bolívar.


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