viernes, 30 de agosto de 2013

Ni bateo, ni estudio, ni nada

Ángel Oropeza agosto 28, 2013
@angeloropeza182

Desde hace algún tiempo, los estudios de Psicología Social han venido mostrando al pragmatismo y a lo que se ha dado en llamar el “utilitarismo transaccional”, como una de las características resaltantes y conductualmente más salientes de los venezolanos. Cuando hablamos de “pragmatismo”, la primera referencia es sobre la escuela filosófica del mismo nombre creada en EEUU e Inglaterra a finales del siglo XIX, bajo la orientación de pensadores como William James y John Dewey, según la cual lo único verdadero es aquello que funciona.  Desde el punto de vista positivo, esa corriente pragmática del pensamiento ha ejercido una notable influencia en la sociedad moderna, al enfatizar la importancia de encontrarle la utilidad y el “sentido práctico” a los conocimientos, y ponerlos al servicio de la transformación de las cosas.  El pragmatismo habitual de los venezolanos tiene, de hecho, muchas ventajas que pudiéramos discutir en otro artículo. Sin embargo, y hablando específicamente del terreno político, una mala o inadecuada comprensión del pragmatismo como el que se ha observado en algunos sectores hoy en día puede terminar generando prejuicios, inacción y parálisis.

Un equivocado o primitivo pragmatismo político hace que sólo se observen los resultados más evidentes o rápidos de las acciones, en desmedro de consecuencias más trascendentales e importantes, aunque no tan visibles e inmediatas. Asimismo, una mala utilización del pragmatismo político hace que se desechen todas aquellas consecuencias que no encajen con los prejuicios iniciales de la persona, lo que representa justamente la negación de lo planteado por el pragmatismo filosófico.

Una persona con pragmatismo primitivo necesita saber con certeza las consecuencias inmediatas de sus acciones, porque de lo contrario se inhibe en realizarlas. Así, por ejemplo, un beisbolista preso de pragmatismo primitivo sería un estruendoso fracaso, porque como nunca sabe qué lanzamiento le va a hacer el pitcher, entonces decide no batear. Es como si dijera: “hasta que no sepa o esté seguro qué es lo que me van a pitchear, entonces no bateo”.  Lo mismo pasaría con un estudiante primitivamente pragmático, quien decide no estudiar para el examen porque no sabe cuáles van a ser las preguntas que le harán. Es como si dijera. “¿cómo y para qué voy a estudiar el tema 11, si no estoy seguro que lo van a preguntar?”.  Ambos, pelotero y estudiante, están condenados al fracaso producto de la inacción generada por su primitivo e inmaduro pragmatismo.

El pelotero exitoso es aquel que se prepara y entrena para que cuando llegue el momento de batear, lo pueda hacer bien no importa cuál sea el lanzamiento que tenga que enfrentar. El estudiante inteligente es aquel que estudia y se prepara lo mejor que pueda, justamente porque no sabe qué le van a preguntar, pero tiene que estar listo para enfrentar con éxito y ventaja lo que venga. De igual manera, nuestra labor como venezolanos de estos tiempos de mengua y  transición es estar preparados, precisamente porque lo único que sabemos es que tendremos que luchar, aunque sin la claridad de qué tipo de lucha o de situaciones por afrontar nos esperan.

Mucha gente está angustiada porque no sabe qué va a pasar en Venezuela. Esa incertidumbre y falta de claridad sobre lo que nos viene, lejos de conducirnos a la inacción y la parálisis, nos debe mover a reforzar la organización popular en todos los rincones del país. Es el momento de acompañar las luchas sectoriales de quienes están luchando por su dignidad y sus derechos: los trabajadores de la salud y de las universidades, los gremios y sindicatos, los estudiantes y educadores, los trabajadores de la economía informal, los obreros, desempleados y perseguidos. Es también el momento de decidirse con fuerza a aprovechar la campaña electoral que ya se inicia para repolitizar al país y avanzar en su articulación y organización. La formación y activación de los comandos familiares son una excelente iniciativa en ese sentido. Y, finalmente, insistir en votar el próximo 8 de diciembre. ¿Para qué? dirán algunos. La respuesta es simple: precisamente para que pasen cosas.  En un país donde -como lo hemos advertido en otras oportunidades- los tiempos reales corren más rápido que los tiempos constitucionales, hay que estar preparados. Todas las salidas democráticas son factibles, pero sólo cuando exista una mayoría contundente que las haga posibles.

La tarea de estos días es organizar un tejido social tan efectivo y una mayoría electoral tan incuestionable que pueda viabilizar y hacer posible una válvula de escape que permita, cuando sea necesario y posible, una salida a la crisis de dolor e indigencia. Lo demás, es -de nuevo- sólo primitivismo pragmático. Como decidirse a no batear ni estudiar.



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