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martes, 27 de agosto de 2013

OPORTUNIDAD PERDIDA

Américo Martín 23 de agosto de 2013
amermart@yahoo.com 
@AmericoMartin 

I
Más allá del debate electoral mismo y de la reflexión acerca de la ruina de la economía y las plagas sociales que se han descargado con furia inaudita sobre el agobiado pueblo venezolano, mueve seriamente a preocupación la disparatada conducta de los líderes más encumbrados del gobierno cuando se trata de agredir o de dar explicaciones.

Pareciera que es el dirigente principal, el propio Nicolás Maduro, presidente reconocido por el CNE, el más alocado exponente de esta estirpe. Es difícil hablar y actuar como Chávez, ya lo sabemos. Tampoco era estrictamente necesario para el sucesor tratar de imitarlo y con ello ocultar el hecho rotundo de su ausencia inapelable. Frente a un desmoronamiento nacional como el que se advierte en el país, remedar al otro era no solo repetir sus errores, esos que nos han colocado en el borde del abismo, sino hacerlo sin su gracia escénica y habilidad comunicacional, tan útiles siempre para evadir su directa responsabilidad en el fracaso.

Maduro perdió una oportunidad importante  para darse una imagen renovadora, susceptible de levantar esperanzas y expectativas mientras se apura el amargo trago electoral de diciembre. Nadie le pedía “ser como Chávez” hasta en los cantos y chistes que si en aquel son naturales y cubrían de frescura y novedad la impostura, en éste lucen falsos y rebuscados. No todos tienen la facilidad de suscitar risas alegres y disfrazar de virtud el vicio

No tener confianza en uno mismo cuando se ejerce la dirección de un gobierno no solo magnifica los errores sino que oculta los aciertos. Y el problema es simple: Maduro está demostrando largamente su endeble personalidad y su falta de consistencia política. De lo ideológico, mejor no hablar.

II

Si conociera la historia, la de verdad, no la extraída de libros escolares de exaltación bolivariana, Maduro habría encontrado numerosos casos bien resueltos de sucesores como él. Sin renegar de sus “padres políticos”, estos sucesores comprendieron la urgencia de labrarse con hechos y estilos su propia imagen, su propia manera de relacionarse con la gente y con el país. Sin ir a la historia universal, casos como el del calmado y muy exitoso emperador Octavio Augusto, tan diferente al brillante Julio César, Maduro podría fijarse en la de Venezuela, su propio país.

Cuando el general Eleazar López Contreras ocupó la silla de su admirado general Juan Vicente Gómez, a quien seguía devotamente, y respecto del cual se sentía como un hijo, el verdadero hijo del dictador, dio un viraje inmediato en la dirección esperada y de esa manera pudo contener las explosiones políticas y sociales que pudieron arrollarlo. Y encima preparó su sucesión por vía electoral. No saltó a perpetuarse hasta la eternidad en el mando como su jefe, sino que limitó por propia voluntad su período de gobierno y cedió el poder en forma pacífica y legal al nuevo presidente electo por decisión del Congreso, como para entonces mandaba la Constitución.

Más importante aún fue su apertura política. Sin renegar para nada y nunca de su padre putativo, impuso su propia personalidad, su propia política y su propio estilo. Por eso se le tiene como el precursor de la democracia.

Maduro en cambio ha proclamado ser también hijo de un padre putativo con el cual dice encontrarse en forma mágica, y sin embargo desaprovechó la oportunidad de dar un viraje parecido que le habría reservado sin mucho esfuerzo un lugar en la historia.

Se ha aferrado patética, lamentablemente a la imagen de Chávez, y no sería cruel decir también: irrisoria. Se le nota desesperado, contradictorio, desacertado, asombroso en sus mentiras y en sus huecas promesas, jamás cumplidas. Considera para su desgracia que cualquier “alejamiento” de las maneras de ser de su mentor lo hundiría frente a sus propios leales y por eso extrema con estilo macabro su adhesión al fallecido. ¿Espera aplausos al hablar de sus noches durmiendo junto al ataúd de Chávez? ¿Cree que se enternecerán por su brutal metáfora del pajarito que le transmite ánimo? ¿No se ha dado cuenta que para mentir, como lo hace a diario, debe ofrecer alguna base de racionalidad, algún elemento en el cual fundar sus extravagantes afirmaciones?

III

Alguien le diría que en las dificultades es preciso acusar a la oposición de cualquier cosa a fin de confundir la atención. Pero seguramente no le aconsejaría aferrarse con tanta desesperación a mentiras tan escandalosas que ni sus seguidores creen. ¿Qué pasó con los saboteadores eléctricos detenidos, que “en los próximos días presentaré al país”? ¿Y los magnicidios, bendito sea el Señor? A lo largo de nuestra historia republicana ha habido un solo magnicidio, uno solito, y en cambio en los años de revolución se han denunciado cientos. Eso sí, sin que aparezcan los culpables, sus armas, documentos capturados, indicios, pruebas, nada de nada. Maduro, sobre todo, nos ha acostumbrado a denunciar magnicidios que lo atormentan como moscardones, con la particularidad de que nadie de su entorno los menciona, y él mismo, pasados unos días, abandona el tema hasta volver más adelante a aturdirnos con la misma  lata.

En lugar de naufragar en ese pantano que lo aísla y debilita, pudo dictar medidas susceptibles de proyectarlo en el mundo y el país. Libertad de los presos políticos, regreso de los exiliados, diálogo para encarar entre todas las tendencias los más graves problemas del país.

Pero el hombre perdió el tren y en próximas consultas electorales podría perder el poder.

¡Cuán cierto es que Dios no le da cacho a burro!


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