Por Golcar Rojas,
11/12/2014
A veces pasan cosas que me hacen pensar que el chavismo no es algo
exclusivamente de los chavistas. El chavismo parece ser una forma de ser del
venezolano en general. Una conducta atávica, una tara, que será muy difícil de
erradicar.
Cuando no asumimos nuestras pifias. Cuando reaccionamos con violencia a
las críticas justificadas. Cuando volteamos a ver quién está al lado para
achacarles la culpa de nuestros errores. Cuando nos apoyamos en la mediocridad
del régimen para pretender justificar la nuestra. Cuando una crítica la
asumimos como una ofensa. Estamos actuando como chavistas, aunque seamos
acérrimos opositores.
La historia de hoy comenzó hace algunos meses. Cuando la escasez de
productos empezó a hacerse más grave y los proveedores empezaron a tener graves
fallas de productos. Cada vez tenían menos inventario y los productos más
caros. Los beneficios como créditos y descuentos los fueron eliminando. Nada
que en época de crisis grave uno no pueda prever y entender.
Mientras el país estaba relativamente “bien” -hace tanto que no lo está
realmente-, los proveedores tenían una atención también relativamente “buena”.
Los vendedores hacían más o menos bien su trabajo. Visitaban, tomaban pedidos,
despachaban y cobraban. Lo normal. Lo básico y sin esforzarse mucho. No era una
atención especialmente buena pero con lo mínimo teníamos.
El problema vino después. Cuando las dificultades para adquirir los
productos se incrementaron y en esa misma proporción, lamentablemente, fue
disminuyendo la atención.
Este drama, que llegó hoy a su clímax, se inició hace unos meses.
Necesitaba unos productos para mi tienda y un distribuidor de Valencia
los tenía, como en efecto pude constatar en la lista de precios que cada dos o
tres días me actualizan por e-mail.
Hice lo habitual. Llamé varias veces a la vendedora para hacer el
pedido. Su celular no conectaba. A los días, luego del cuarto intento
infructuoso, le pasé por mensaje de texto mi pedido, como había hecho en
innumerables ocasiones.
Pasaron los días y ni señas del pedido ni de la vendedora. A los dos meses de espera, decidí llamar a la compañía en Velencia. No lo había hecho antes para no dejar mal parada a la chica con sus jefes.
-Ella tiene dos meses sin teléfono.
Me respondieron al otro lado de la línea. Sólo les pedí que le dijeran que pasara por mi tienda.
A los 15 días se apareció. Cuando le dije que tenía dos meses tratando
de hacer un pedido, se limitó a decirme que no tenía teléfono pero que le
podría haber enviado el pedido por el correo que ella me envía la lista de
precios. Para ese momento, ya no quedaba en inventario ninguno de los productos
que yo precisaba.
Le expliqué que no sabía que ese era su correo porque venía a nombre de
la compañía y no sabía si recibían pedidos por esa vía. Y le dije, a manera de
consejo, que si no le parecía que lo más apropiado hubiera sido que por ese
mismo correo ella enviase un texto explicando su problema con el teléfono y que
mientras lo solventaba hiciéramos los pedidos a través del correo.
Se limitó a levantar los hombros y decir:
-Ay, Golcar, no pelees que a nosotros se nos está haciendo muy difícil
trabajar y si sigues peleando te vas a quedar sin proveedores.
Pasó.
Un mes después, cuando me llegó la lista de precios con productos que
estaban escasos y ellos tenían. Hice mi pedido por correo. Al día siguiente me
llegó la respuesta. En ella me aclaraban que para despacharme lo pedido había
ciertas condiciones como comprar junto lo que pedí algún otro producto de baja
rotación (huesos en pocas palabras) y que me indicarían en otro correo las
cantidades que me asignarían de acuerdo al inventario disponible. Supuse que lo
hacían así para cubrir a todos sus clientes por igual o, al menos, a la
mayoría.
Perfecto. Me calaré sin pelear las condiciones. Pasaron 15 días, un
mes. Ni señas del correo ni de la mercancía pedida. Vuelve a llegar un mail con
la actualización de la lista de precios y les respondo:
“Me quedé esperando el último pedido. Quedaron en que avisaban cómo
distribuirían la mercancía para cada cliente y de eso hace ya casi un mes y
nada. Ni aviso ni mercancía,”.
15 días más y nada.
Hoy se aparece la vendedora a cobrar una factura. Le digo:
-Ustedes no quieren servir para nada.
Cara de Calimero. Pucheros. Trompita. La retahíla de excusas. Que la
compañía. Que la escasez. Que el país…
No sé con qué rocambolesca figura todo terminó siendo mi culpa por la
semana que me tomé de descanso. Justo en esos días ella se apareció. A cobrar,
no a recibir pedido que se supone ya estaba hecho, pero creyó que me podía
engañar.
Me alteré. Bueno, no me alteré. Se me fueron los tapones. La grité feo.
Muy feo, para decirle que lo único que yo pedía era una respuesta. Un correo
que dijera que no me despacharían lo pedido. Que no me vistiera que no iba.
Se ofendió por los gritos. Bajó la mirada.
-¿Qué culpa tengo yo de que el país esté hecho mierda?
Nunca asumió su pifia. Fue incapaz de decir “Discúlpame, he debido
avisarte”. Todo fue el país que no sirve y que ella no era la única
vendedora que fallaba, que en todas las compañías estaba pasando lo mismo
porque “ESTE PAÍS NO SIRVE”.
Alterado, le hice su cheque mientras con excesiva grosería le decía:
-El problema no es la crisis ni el país. El peo no es el gobierno. Eso
es otra cosa. El problema es que tú no sirves para un coño. Eres incapaz de
atender a un cliente como se debe. Un simple correo a tiempo explicando la
situación es lo único que tenías que hacer y no dejarme en el aire. ¡El
problema eres tú! Y tu excusa es el país, y la crisis, y tus jefes, y la
compañía. Con eso pretendes justificarte.
Ahí rodó otro proveedor. Gracias, por favores recibidos.
Pero entonces me queda esa sensación de que el chavismo es una forma de
ser que no tiene nada que ver con estar de acuerdo con el régimen, con apoyar y
votar por los que gobiernan. Esa actitud de responder a la crítica con ataques,
de justificar las pifias propias en el otro, de asumir que si todo el mundo lo
hace así yo también lo voy a hacer aunque sepa que no está bien. Esa capacidad
de usar la mediocridad del otro para justificar la propia. Ese “Lo hacemos
porque siempre se ha hecho así. Porque los otros también lo hacían o lo hacen”.
Y, finalmente, el “Lo hago porque me da la gana”, conductas y actitudes tan
exhibidas en cadenas de medios durante estos últimos 16 años, han calado en
nuestros huesos ¿o venía desde antes en nuestros genes?
¿Es posible que el venezolano haya sido chavista aún antes de Chávez?
¿Que el chavismo sea nuestra forma de ser?
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