Walter Sanchez Silva 09 de diciembre de 2014
En Navidad los creyentes celebramos el
nacimiento del Niño Dios que vino a la tierra a cambiarlo todo, a ser sal y luz
del mundo. ¿Lo es todavía en estos tiempos en donde el dolor y el sufrimiento
humano parece ser cada vez mayor? ¿Vale la pena festejar este acontecimiento
cuando en muchos lugares del mundo los cristianos son perseguidos, maltratados,
asesinados, juzgados injustamente, etc., etc., etc.?
Lo pregunto porque cosas como la masacre
de los cristianos en Medio Oriente a manos de los terroristas musulmanes del
Estado Islámico… me dejan pensando. No sé qué haría yo en una situación así
pero desde aquí todos en ACI Prensa rezamos mucho por estos hermanos y hacemos
todo lo que está en nuestras manos para ayudarlos.
Para la mayoría de los cristianos en el
mundo la situación no es la de Medio Oriente, es distinta. No tenemos que pagar
con la vida el asistir a la Misa del domingo: vamos, rezamos y seguimos.
En estos días y por distinta razones
–como mi hijo enfermo en el hospital (ya fuera de peligro, a Dios gracias) y
otras situaciones dolorosas y complicadas en mi entorno– reflexionaba en la
alegría en medio del dolor y el sufrimiento. Más dolor y más sufrimiento que el
mío, por cierto, y pensaba en si es que acaso tenemos razones para celebrar la
Navidad, para mirar con esperanza al futuro.
Y sí, sí hay razones para la alegría,
para la esperanza y para el consuelo. Lo que nos toca es salir a buscarlas. No
hay que ir muy lejos para encontrarlas.
Benedicto XVI dijo, hasta el cansancio
durante sus ocho años de pontificado, que Cristo es la esperanza que está por
encima de toda esperanza humana. Lo dijo de tantas formas distintas y en tantas
ocasiones que se me quedó grabado. Y le doy muchas gracias por eso, por esa
clara enseñanza de entre las muchas que nos dejó.
Y ahora es el Papa Francisco es el que
nos dice en este Adviento, que Dios siempre nos consuela, está ahí para
nosotros. En su homilía de la Misa de esta mañana ha exhortado a “abrir las puertas
al consuelo del Señor” ya que “el pueblo tiene necesidad de consuelo. La misma
presencia del Señor consuela”.
El Papa dijo también que “nosotros,
habitualmente huimos del consuelo; tenemos desconfianza; estamos más cómodos en
nuestras cosas, más cómodos también en nuestras faltas, en nuestros pecados.
Ésta es tierra nuestra”. En cambio “cuando viene el Espíritu y viene el
consuelo nos conduce a otro estado que nosotros no podemos controlar: es
precisamente el abandono en el consuelo del Señor”.
El abandono, ese que nos cuesta tanto
porque nos aferramos a las seguridades o a cosas que no son tan importantes
como Dios… cómo nos cuesta dejarlo todo para firmarle el cheque en blanco a
Dios, sobre todo cuando el dolor para ir más allá de nuestras fuerzas…
Y ante ese sufrimiento, Francisco nos ha
dicho también que “Jesús nos enseña a vivir el dolor aceptando la realidad de
la vida con confianza y esperanza, colocando el amor de Dios y del prójimo
también en el sufrimiento”.
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