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miércoles, 25 de noviembre de 2015

A la intemperie por @marconegron


Por Marco Negrón


Por donde quiera que se la mire, esa es la sensación que da la Caracas de hoy: la de una ciudad indefensa, que ha quedado a la intemperie, desamparada frente a los eventos naturales pero también al comportamiento cada vez más anarquizado de sus habitantes y a la esquizofrenia gubernamental. Que ante una frecuencia creciente de linchamientos de personas sospechosas de haber cometido delitos las autoridades miren para otro lado y tengan que ser los ciudadanos comunes quienes les llamen la atención acerca de su deber de intervenir, es un síntoma de lo dicho pero no el único.


Recientemente el portal Prodavinci daba una noticia extraordinaria: ‘’el servicio de búsqueda y salvamento no tiene aviones ni helicópteros’’, la cual remitía a otra del portal Efecto Cocuyo: ‘’Caracas tiene un déficit de 80% en servicio de ambulancias’’. En otras palabras, tanto el país como su flamante capital carecen de los equipos más elementales para atender no ya eventos catastróficos, sino incluso las emergencias cotidianas de sus habitantes. Ello en un contexto en el cual Venezuela ha contado con la más elevada cifra de recursos financieros de su historia.

Planificar el desarrollo de la ciudad ha pasado a ser una tarea improbable si no imposible: la base de la planificación es la información pero, en el país y en las ciudades, la información oficial ha desaparecido en innumerables rubros críticos. No es sólo el escándalo de un Banco Central que no entrega los datos a los que por ley está obligado: hace varios años que no se cuenta con cifras oficiales de homicidios como tampoco en otras importantes áreas relativas a la salud. En el campo de la vivienda, a la vez que se genera gran confusión mezclando en una sola categoría la producción de viviendas nuevas con la refacción de otras existentes, no hay elementos que permitan comprobar la veracidad de las cifras que ofrece el gobierno, clamorosamente refutadas por la encuesta Encovi.

El Ejecutivo nacional no sólo les sustrae los recursos que constitucionalmente les corresponden a los gobiernos locales, sobre todo pero no únicamente a los de oposición, sino que constantemente interfiere en sus competencias (casos más notorios: Gran Misión Vivienda y “soluciones viales” del Ministerio del Transporte Terrestre) frustrando cualquier aspiración a un desarrollo urbano ordenado.

La situación es bastante más compleja de lo que pueda pensarse, pues este estado de desamparo de nuestras ciudades no tiene que ver nada más con el deterioro y obsolescencia de la infraestructura: las cosas van mucho más allá y se traducen en una severa desinstitucionalización de la vida urbana que se manifiesta en cuestiones tan banales como, por ejemplo, el creciente irrespeto a las normas de circulación y la evidente inhibición de las autoridades, incluso en aquellos municipios que alguna vez marcaron pauta al respecto.

Todo ello, naturalmente, conduce a una descomposición social cuyas principales manifestaciones son la pérdida de los valores ciudadanos y de solidaridad (basta recordar los espeluznantes episodios de camiones accidentados cuya carga era saqueada con avidez mientras el conductor agonizaba en la soledad de la cabina), cuya consigna pareciera ser la del sálvese quien pueda.

Por eso, al darse las condiciones que permitan salir de este oscuro capítulo de la historia venezolana, la prioridad para lograr el renacimiento de las ciudades no estará, con todo y lo importante que es, en la reconstrucción de la infraestructura física sino en la recomposición de los valores republicanos y de ciudadanía. Como lo experimentamos los venezolanos con el perezjimenismo, sin ellos las mejores y más modernas infraestructuras serán insuficientes para construir una sociedad a la altura de los tiempos.

24-11-15




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