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domingo, 16 de septiembre de 2018

La guerra “de los otros”, por @JesusSeguias ‏




Jesús Seguías 15 de septiembre de 2018

Washington y Bogotá tienen la palabra ¿Qué falta para que se decidan a actuar en Venezuela? ¿Cuál es su temor?
De Saddam Hussein a Nicolás Maduro

Venezuela ya es un país arruinado y lleno de calamidades, con un gobierno que no gobierna, con una población chavista que no está de acuerdo con lo que ésta ocurriendo pero juegan cuadro cerrado con Nicolás Maduro (“pues ante la amenaza externa, unidad interna”), con un liderazgo opositor desarticulado y paralizado, con una ciudadanía indignada donde cada quien hace dibujo libre buscando respuestas y pretendiendo llenar el vacío, y con 30 millones de venezolanos que andan a la deriva, desesperanzados, y más de la mitad de éstos con ganas de huir hacia más allá de las fronteras.

En medio de ese terrible escenario, sobreviene lo que faltaba para completar el cataclismo: ruidos de guerra, anunciando una confrontación final para dilucidar si Nicolás Maduro se queda o se va del Palacio de Miraflores.

Algunos factores de oposición consideran que el gobierno dio por cerradas las vías electorales y constitucionales para provocar un cambio en el país, y, por tanto, no les queda más que pedir a la comunidad internacional que intervenga militarmente para poner fin al proyecto socialista iniciado por Hugo Chávez hace dos décadas y que ha llevado al país a la ruina y al sufrimiento.

Gobierno y oposición tienen 20 años de desencuentros radicales pero algunos de ellos coinciden hoy en dos cosas: La inminencia de la guerra y el liderazgo bélico de Washington y Bogotá.

José Vicente Rangel ha sentenciado que el ataque colombiano es un hecho. Mientras que algunos opositores sostienen con firmeza que los venezolanos pasarán las navidades sin Nicolás Maduro; otros ya están preparando las celdas en la Corte Penal Internacional, y no faltan quienes ya se están postulando como presidentes de la transición.

Washington y Bogotá tienen la palabra

¿Pero qué piensan en Washington y Bogotá? ¿Están decididos a expulsar a Maduro de la misma forma como lo hicieron con Hussein en Irak y Kaddafy en Libia? ¿Qué es lo que aun mantiene cautos a los actores principales de esta hipótesis de guerra? ¿Todo quedará en ruidos o habrá guerra de verdad?

Hasta ahora, lo que viene a la mente de casi todos los que en la oposición apuestan a la guerra para expulsar a Nicolás Maduro del poder es una confrontación en el plano de la Guerra Convencional. Imaginan en tono burlón a las anémicas tropas, tanques, aviones y barcos venezolanos comandados por el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino, enfrentados a las fuerzas militares del Comando Sur de los Estados Unidos, reforzadas con la flota naval de la OTAN por el norte y este, con las bien entrenadas tropas colombianas por el Oeste, y con la mayor potencia militar latinoamericana, Brasil, por el sur.

Pero por los lados del gobierno, desde hace 15 años, han descartado a la guerra convencional como mecanismo de resistencia y permanencia en el poder. El arsenal bélico venezolano es chatarra en potencia. Ellos saben que jamás ganarán esa guerra con tanques, aviones y barcos de guerra. La mirada de estos ha estado enfocada en otra estrategia. Y esa es justamente la preocupación de Washington y Bogotá.

Pero supongamos que sí existe un plan de intervención militar internacional en Venezuela ¿Pueden Estados Unidos y Colombia derrotar a las fuerzas militares venezolanas? Sin duda. Estados Unidos tiene capacidad bélica para destruir la Tierra 30 veces. Es el cuerpo militar convencional más formidable y temible que haya existido en la historia de la humanidad. La Fuerza Armada Nacional Bolivariana no estaría en capacidad de resistir ni 72 horas en una guerra convencional con los Estados Unidos, la OTAN, y buena parte de América Latina. Eso no lo discute nadie que tenga un mínimo de conocimientos acerca de guerras convencionales. No hay que ser un genio para saberlo.

¿Entonces dónde están las dudas? ¿Por qué tanta cautela por parte de Washington y Bogotá para decidirse a atacar?

Los temores en la Casa de Nariño

Recientemente, Ivan Duque, el presidente colombiano, hizo algunas advertencias sobre la opción bélica para resolver la crisis del país vecino: “Una intervención militar en Venezuela, encabezada por Estados Unidos, no es el camino… Creo que Estados Unidos es el primero en entender que una intervención militar de carácter unilateral no es el camino”. Duque insiste en apelar a la presión internacional para hacer que “el mismo pueblo venezolano, incluidas sus instituciones -o lo que queda de ellas- puedan permitir esa transición”.

Sin embargo, el presidente colombiano puso énfasis en evitar una intervención militar de carácter unilateral por parte de Estados Unidos.¿Significa que si es una intervención militar consensuada con otros países sí es el camino correcto? ¿Podría decirse que Duque está tratando de confundir a Maduro para que éste se confíe, baje la guardia y luego reciba un sorpresivo ataque militar colombo-estadounidense?

Es un disparate suponer que en la era de la información puedan pasar esos gazapos sin que nadie se entere. Quizás lo que está ocurriendo es que el presidente colombiano tiene perfecto conocimiento del terreno que está pisando. No sólo sabe contar los cañones sino que tiene claro los alcances y consecuencias de una posible intervención armada internacional en Venezuela, y el impacto directo que pueda tener en Colombia.

Por eso Duque prefirió sugerir que sean los mismos venezolanos, “incluidas sus instituciones” quienes dirijan la transición. Sin duda, no se refiere a la desmantelada Asamblea Nacional. Creo que más bien se refiere a las fuerzas armadas venezolanas, o a factores del mismo gobierno, o simplemente le está enviando un mensaje a los dirigentes opositores que reclaman una intervención militar internacional: vayan ustedes adelante con el formato de la guerra, vayan al combate, pongan los muertos, y luego veremos si les apoyamos, pero jamás al revés.

La cautela de Iván Duque es tan pronunciada que se atrevió a marcar distancia con las posiciones radicales de Alvaro Uribe, su mentor, quien horas después de la afirmación moderada del presidente pidió a la comunidad internacional intervenga con mayor determinación (¿militarmente?) en Venezuela. Pero una cosa es ser candidato o expresidente, y otra muy distinta ser el presidente de una nación. Las responsabilidades son muy diferentes.

Todos sabemos que Colombia cuenta con la segunda fuerza armada más poderosa de América Latina (después de Brasil). De manera que no está en discusión la ventaja que llevaría Colombia a Venezuelas en una hipotética guerra convencional, aun sin el apoyo de los Estados Unidos. Sin embargo, el gobierno colombiano tiene cuatro poderosas razones particulares para no irse de bruces con una confrontación bélica con Venezuela.

La primera. Tiene grandes y urgentes retos sociales que atender en su propio territorio, las desigualdades internas fueron caldo de cultivo para que la izquierda colombiana propinara un susto inmenso a los partidos del status en las pasadas elecciones.

La segunda. El “chavista” Gustavo Petro, respaldado por una fuerza opositora pro-izquierdista de más de 8 millones de colombianos (cifra sin precedentes en la vida política de ese país) amenazó con ejercer una oposición radical al gobierno de Duque. No dejarán de rechazar y boicotear la mayoría de los actos gubernamentales. Será una oposición recia.

La tercera. El gobierno de Maduro ya esta reanimando y reactivando a las FARC y al ELN para complicarle la vida al gobierno colombiano en caso que este decida intervenir en alguna acción militar en Venezuela (los “rusos” también juegan).

Y la cuarta. Se trata de la carta debajo de la manga que tiene el gobierno venezolano.

El protocolo de guerra de Estados Unidos

En Venezuela no ocurrirá ningún ataque estadounidense sin antes llenar los requisitos del protocolo bélico establecido en USA. Es muy difícil que algún presidente de ese país (incluido el presidente Trump) salga por el mundo, cuan Rambo cualquiera, a “echar plomo” de manera caprichosa, o a aplicar la “Diplomacia de las Cañoneras” (tal como lo denunció hace pocos días el influyente diario New York Times). Los Estados Unidos tiene poderosas instituciones, medios de comunicación, ciudadanos activos, leyes, valores, y hasta un “deep state” (Estado Profundo) que recuerdan permanentemente que el presidente tiene poder pero no todos los poderes. Justo con eso está lidiando en este momento el presidente Trump.

Es necesario resaltar que después del fracaso en la Guerra de Vietnam, los Estados Unidos son extremadamente cautelosos para entrar en conflictos que pongan en riesgo la vida de los estadunidenses. Debe existir una razón muy poderosa para que ello ocurra. Un ejemplo fueron los ataques terroristas contra las Torres Gemelas en Nueva York. Esa fue una buena razón para ir a la guerra convencional contra los talibanes en Afganistan.

Luego de una habilidosa manipulación de la opinión pública, el presidente Bush Jr. aprovechó este conflicto para incorporar a Irak en los países que significaban una amenaza directa e inmediata a la seguridad de los Estados Unidos. Sólo así fue posible que la Casa Blanca se atreviera arriesgar una vez más las vidas de las tropas estadounidenses. Casi 5 mil soldados dejaron sus vidas en Irak. Fue la más dura baja después de la guerra de Vietnam. En honor a la verdad, esa sociedad ya esta muy marcada por el luto ocasionado por las guerras.

Recordemos que en la anterior guerra del golfo (1991), que se organizó para liberar a Kuwait de los invasores iraquíes, los Estados Unidos limitaron sus ataques hasta la total liberación de Kuwait, pero no llegaron ocupar Bagdad. Se retiraron. Y en Libia, no hubo ocupación militar sino ataques aéreos a través de drones. El control de la situación interna estaba en manos de los propios libios, de los civiles en armas y algunos militares desertores.

El protocolo pasa por calificar el tipo de amenaza que tienen frente a sí. Se evalúa al enemigo a través de una escala determinada por tipos de actores (países, grupos terroristas, fuerzas insurgentes) y el nivel de amenaza que estos signifiquen contra la población, el territorio o los intereses de los Estados Unido en cualquier lugar del mundo:

Veamos cuál de estas claves del protocolo se aproxima al caso venezolano:

Enemigo Tipo 1: Actores enemigos que no amenazan directamente, ni en términos inmediatos, la seguridad de los Estados Unidos y la vida de los estadounidenses, pero están violando los valores democráticos y los derechos humanos en cualquier lugar del mundo, o están agrediendo a países aliados a través de agresiones militares o de ataques terroristas (son los casos de China, Rusia, Cuba, Nicaragua, Siria, Panamá, Yemen, los balcanes, Irak, Libia).

Con este tipo de enemigos, el protocolo obliga a algunos pasos. En primer lugar, se pasa a las acciones disuasivas pero no letales en términos directos. En caso de fracasar, se estudia con detenimiento no sólo la posibilidad de ataques militares severos sino su efectividad para lograr el objetivo. Atacar sin estar seguro de obtener los resultados esperados es un escenario impensable en el Pentágono.

Hoy día, gracias a los avances tecnológicos, estas acciones disuasivas se ejecutan a través de drones, y donde no se arriesga la vida de ningún estadounidense. La guerra para expulsar a Kaddafy en Libia fue un claro ejemplo de ataques fulminantes sin arriesgar de manera desproporcionada la vida de los estadounidenses.

Enemigo Tipo 2: Actores enemigos que representan una amenaza comprobable e inmediata a la seguridad de los Estados Unidos pero que no se han activado aun (caso Corea del Norte, Irán,¿ ISIS, Al Qaeda).

En este caso, se activa el protocolo de ataques preventivos y disuasivos a través de sanciones y/o ataques aéreos y misilísticos, pero evitando mayores riesgos para la vida de los estadounidenses.

Enemigo Tipo 3: Actores enemigos que estén al borde de un ataque o hayan atacado efectivamente a los Estados Unidos o a sus intereses en el exterior (Afganistan luego de los ataques del 11 de Septiembre en Nueva York, o la supuesta amenaza con armas químicas de Irak).

En este caso, la decisión de enviar tropas estadounidenses a algún frente de guerra goza de amplio consenso en la estructura del poder estadounidense.

¿A cuál de los 3 grupos de enemigos pertenece el caso venezolano? ¿Desde Venezuela se ha ejecutado un ataque letal efectivo contra los Estados Unidos? ¿Venezuela representa una amenaza para la seguridad nacional los Estados Unidos equiparable al poder nuclear de gobiernos forajidos como Corea del Norte e Irán, o de ataques terroristas? ¿O Venezuela es un caso de atentado a la democracia y a la violación de los derechos humanos pero que -hasta ahora- no amenazan directamente la seguridad nacional de USA y la vida de los estadounidenses?

Todo indica que el gobierno venezolano es calificado como un Enemigo Tipo 1. Esto significa que, en caso de ser insuficientes las severas sanciones a funcionarios del gobierno venezolano, entonces se pasaría a otro tipo de ataques, pero sin involucrar tropas estadounidenses.

Esto pudiese implicar acciones disuasivas más severas, es decir, ataques cibernéticos que desestabilicen las comunicaciones del gobierno y, como medida extrema, ataques puntuales a objetivos militares a través de drones con capacidad destructiva muy letal, sobre todo a la infraestructura y equipos militares. En este escenario, lo más seguro es que Venezuela entre en caos, y se abran las puertas para muchos escenarios impredecibles.

Uno de estos escenarios, luego de la devastación de la infraestructura militar venezolana, consistiría en que los oficiales y soldados venezolanos radicalicen sus posiciones políticas y cierren filas en torno al presidente Maduro, y pasen a otra fase de la guerra.

Otro escenario es que éstos se vean forzados a tomar decisiones frente al gobierno (¿Destitución de Maduro? ¿Forzar a negociaciones? ¿Conformar un gobierno de transición y de unidad nacional donde estén incluidos los militares y los chavistas civiles?

De manera que en medio de un escenario de caos todo es posible. Hasta aquí, y de darse una confrontación militar convencional, pereciera que el desenlace está claro, y hasta podríamos suponer que el fin del gobierno de Nicolás Maduro es cuestión de horas a partir del momento en que se inicien los supuestos ataques.

Pero no todo es llano. Hay obstáculos y peligros. Hay que ponderar otros factores participantes en un hipotético conflicto bélico. Es lo correcto. Y eso es lo que mantiene paralizados a Washington y Bogotá en este momento.

La gran interrogante consiste en saber quién se hará cargo de la seguridad y orden interno después de los hipotéticos ataques aéreos a objetivos militares venezolanos. Descartada la presencia de tropas internacionales, entonces sin duda correspondería a los venezolanos asumir ese rol ¿Pero están preparados los civiles venezolanos para ello? ¿Con cuál fuerza armada están contando?

Si los civiles no están armados ni tienen fuerzas paramilitares bien organizadas, entonces todos los caminos conducen a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Dicho más exacto, en medio de escenarios de guerra, sólo quienes posean armas y organización pueden mantener el orden y estabilizar el país. Lo demás cuenta muy poco. Así que cualquier escenario de confrontación militar pasa por dejar en manos de la actual FANB el papel de controlar y poner orden en el país.

Caos en los cuarteles

Pero también es muy difícil que los componentes militares venezolanos actúen con espíritu de cuerpo. Eso ya no existe en la FANB. Durante más de 15 años (a partir del golpe del 11 de abril de 2002), el gobierno se ha dedicado a minar la cohesión interna. La institución militar venezolana están pasando por un proceso de descomposición marcado por el debilitamiento de las lineas de mando (donde un sargento carajea a un general en su cara y no pasa nada), por la corrupción, por la penetración ideológica, por la desmoralización, las deserciones, lo cual hace difícil su capacidad y cohesión interna para enfrentar a enemigos. La formación ideológica y política de muchos de sus integrantes pesa mucho a la hora de tomar decisiones como cuerpo.

La FANB venezolana no tienen, por ejemplo, la cohesión interna que han tenido las fuerzas armadas colombianas en su lucha contra el narcotráfico y la guerrilla, y éstas ya llevan 40 años lidiando con guerrilleros mal armados y con recursos muy limitados, a pesar de sus negocios con las drogas.

También están de por medio los intereses personales creados por muchos militares venezolanos durante años y que a la hora de un desenlace pesan sobremanera en las decisiones finales y en la preservación de la cohesión interna. Y cualquiera fisura que surja entre ellos será suficiente para que también estalle el caos en los cuarteles y en las calles.

Ese caos en los cuarteles, por cierto, fue lo que provocó el retorno de Chávez al poder 72 horas después del golpe del 11-A. En ese entonces, la incidencia opositora en las fuerzas armadas era infinitamente superior a la que existe en este momento.

No perdamos de vista que hasta ahora estamos hablando de simples ataques de drones internacionales. No hay ni marines, ni soldados colombianos, ni de otros países involucrados para recomponer el orden interno. Los venezolanos estarán solos en ese escenario de caos, y sin garantía cierta que esos ataques militares puntuales signifiquen la expulsión de Nicolás Maduro del poder.

La verdadera pesadilla

Pero ahora entramos en la verdadera pesadilla. En el hipotético caso de una exitosa intervención armada internacional, el gobierno venezolano ya tiene todo estructurado para pasar a la guerra asimétrica en cuestión de horas. Esa es su jugada. Ya lo han dicho en cadena de radio y televisión. No es un secreto. Esta es la verdadera guerra a la que temen colombianos y estadounidenses.

En una guerra asimétrica, el conflicto pasa a una fase mas escabrosa e impredecible. Entran en acción los ataques sorpresas, las emboscadas, el atrincheramiento de los guerrilleros en áreas civiles (lo cual hace difíciles las operaciones de persecución y castigo de las fuerzas insurgentes), los actos de saboteo, el uso de misiles personales antiaéreos, el terrorismo.

La experiencia de Estados Unidos en Irak y Vietnam está sesgando mucho las decisiones respecto a Venezuela. Irak, por ser la experiencia más reciente, da la clave para definir los temores de Washington y Bogotá. Así nos aproximaremos a lo que pudiera pasar con Venezuela, pues de este ejemplo (marcando las distancias culturales, históricas y políticas) se desprenden algunas lecciones clave.

De Saddam Hussein a Nicolás Maduro

La expulsión de Saddam Hussein del poder pasó por dos guerras. La primera guerra fue la reacción mundial contra la invasión iraquí a Kuwait a finales de 1990. En ese entonces, las fuerzas aliadas destruyeron buena parte del arsenal de guerra iraquí y los forzaron retirarse de Kuwait. Este era el objetivo, por eso no entraron en Bagdad, y tuvieron que replegarse. Por tanto, Saddam Hussein continuó en el poder 12 años más.

Durante esos 12 años, el pueblo iraquí siguió sufriendo en manos del dictador pero también sufrieron en extremo por las sanciones internacionales para obligar infructuosamente a Hussein a abandonar el poder. Sólo las tropas internacionales podían obligar al dictador a irse. La oposición iraquí estaba pulverizada y desarticulada.

Lección uno ¿Un ataque aéreo contra instalaciones militares venezolanas, con destrucción de infraestructura y arsenal, con muchas bajas militares pero también civiles, y sin que las tropas extranjeras ingresen al país para hacerse cargo del orden interno, garantiza la salida de Maduro del poder? Ante la duda, entonces lo mejor es abstenerse.

En 2003 (la siguiente guerra) Irak tenía la segunda flota militar aérea más grande del mundo, luego de la de Estados Unidos. El arsenal de guerra iraquí era uno de los más completos del planeta. El dinero del petróleo facilitó esa tarea a Hussein. Para entonces, las últimas tres generaciones de iraquíes tenían experiencia de guerra convencional (desde la Guerra Iran-Irak). Sin embargo, 40 días fueron suficientes para destruir a esa fuerza militar y forzar a Hussein a huir.

La pesadilla vino después con el surgimiento de la guerra asimétrica. Ese fue el calvario de las tropas enviadas por Bush. En 8 años, murieron 4.422 estadounidenses en un país casi desértico. En la guerra convencional inicial, que duró seis semanas, perecieron pocos soldados, pero más del 80% murió en la guerra asimétrica.

Apenas en 2011, ocho años después, fue que Estados Unidos pudo zafarse de aquel territorio convertido en un infierno. Lo peor de eta guerra: la tarea no fue completada. En la Casa Blanca y en el Pentágono recuerdan hoy con pesar que la expulsión de Saddam Hussein del poder no debió ser el único objetivo para tan grande sacrificio, y que había que andarle con más cuidado al reto. Sacar a Hussein sin darle paz democrática a Irak y mayor estabilidad a la región dejaba un vacío peligroso. Después de Hussein, considerado en 2003 como la mayor tragedia de los iraquíes, vino una pesadilla peor: el estado islámico. Aún Irak y su pueblo siguen de tragedia en tragedia, es un país que está en la nada.

Justo esta experiencia es la que ha impedido una mayor determinación militar por parte de Estados Unidos y la OTAN en Siria. Saben que expulsar a Bachar El Assad puede dejar al país en manos de algo peor: el Estado Islámico. Por eso es que se ha estancado el caso sirio, mientras el dictador sigue por sus fueros.

Lección dos: no basta con expulsar a un presidente sino que hay que ir más allá. En el caso de Venezuela es necesario lograr la paz duradera, lograr la confianza necesaria para que concurran miles de inversionistas para la reconstrucción del país, y haya estabilidad y prosperidad económica. También es fundamental la implantación de la democracia.

Si estos objetivos no se logran después de unos presuntos ataques militares aéreos (aun cuando haya sido expulsando Maduro de Miraflores), entonces la guerra no parece ser la mejor opción ¿Qué sentido tendría? Hay que ver el mapa en todo su contexto, y también sus implicaciones.

Pero además la guerra de Irak deja otra lección: ¿Si en Irak, cuya topografía es desértica, perecieron más de 4 mil estadounidenses, se van a atrever Washington y Bogotá a entrar en un país selvático como Venezuela, a sabiendas que el apoyo más sólido que ha tenido el chavismo en más de 20 años ha sido en las zonas rurales y en las barriadas populares? Estas interrogantes generan también aprehensiones a la hora de tomar decisiones.

“Operación Tierra Quemada”

En caso de producirse un golpe militar o intervención extranjera en Venezuela, uno de los objetivos centrales de estas guerrillas urbanas y rurales sería destruir la industria petrolera. Así lo advirtieron sindicalistas y trabajadores de PDVSA en cadena de radio y televisión a mediados de 2014 en las adyacencias del Palacio de Miraflores y frente al Presidente de la República ¿Justificación de semejante despropósito? “Si el petróleo no es para el pueblo tampoco lo será para el imperialismo”. Obvio, el asombro y preocupación de los venezolanos ante esta salvaje advertencia fue mayúsculo. Y creo que hay razones políticas para concluir que están hablando en serio.

Esta acción sería una réplica de la “Operación Tierra Quemada” ejecutada por el ejército iraquí durante su retirada forzosa de Kuwait en 1991, cuando incendiaron más de 700 pozos petroleros. Extinguir el fuego llevó casi un año, y con un impacto ecológico gigantesco. Kuwait tuvo que esperar casi dos años para restablecer la producción de crudo. Pero la “Tierra Quemada” iraquí fue más allá. Durante la segunda guerra del golfo en 2003 fueron capaces de volar sus propios pozos petroleros en el sur de Irak cuando las fuerzas aliadas comenzaron a derrotar a las tropas de Saddam Hussein.

De manera pues que, de darse una acción militar internacional, Venezuela corre el riesgo de entrar en una espiral de violencia y caos mucho más severa que la que vivió Colombia, por ejemplo, durante 40 años.

Sin duda, las realidades de Irak, Libia, Vietnam y Venezuela no son comparables en términos históricos, culturales y políticos. Pero una guerra asimétrica en Venezuela puede provocar mucho daño por un tiempo indefinido. Y al nuevo gobierno que surja de una expulsión forzosa y violenta de Maduro, le costaría mucho sostener una campaña convincente hacia los inversionistas para que pongan su dinero en Venezuela porque “el riesgo es que (no) te quedes”.

Así que no está muy claro que Washington y Bogotá quieran empantanar a sus soldados en un país selvático (muy diferente a los territorios desnudos y desérticos de Irak) para enfrentar a fuerzas guerrilleras urbanas y rurales chavistas que vienen entrenándose desde hace más de 15 años, con armamento de última generación y con muchos recursos económicos.

Sin embargo, la de Venezuela, podría ser una guerra asimétrica con pobres resultados militares para las dos partes enfrentadas. Se sabe que Estados Unidos cuenta con información satelital privilegiada que es de ayuda vital en cualquiera escenario bélico (así atraparon a Raul Reyes de las FARC en territorio ecuatoriano) pero eso no es suficiente para ganar una guerra asimétrica. No es lo mismo bombardear guerrilleros aislados en una montaña que bombardear guerrilleros urbanos en las barriadas de El Valle, Catia o Petare en Caracas, por ejemplo. Las consecuencias fatales en la población civil serían intolerables para la sociedad mundial.

El cuadrante chavista en el tablero

Mientras se libra esta guerra asimétrica por un periodo de tiempo que nadie está en capacidad de predecir, Venezuela se hundiría en un infierno de anarquía y terror que hará pálidas las horas actuales que viven los venezolanos. Quizás las fuerzas encabezadas por Estados Unidos logren derrotar a las guerrillas urbanas y rurales chavistas en pocos días (en toda confrontación existen imponderables). Quizás no, y finalmente haya que sentarse en una mesa de negociaciones.

En los juegos estratégicos que se hacen en la Casa Blanca y en el Palacio de Nariño lo que sí deben tener claro es el cuadrante “Chavismo”, y deben saber que el chavismo es un fenómeno político que transciende a Nicolás Maduro, a Cilia Flores, a Diosdado Cabello y al resto del llamado “alto mando de la revolución”.

Los chavistas, por decir lo menos, son 4 millones de venezolanos que tienen conexiones emocionales, políticas y económicas con ese proyecto, pero sobre todo tienen intereses particulares que defender. Subestimarlos ha sido la gran equivocación opositora durante 20 años. Dudo que Washington y Bogotá incurran en el mismo error. Por tanto, pretender pulverizarlos es un propósito difícil de lograr al estilo Rambo. Quien no entienda esto, entonces no ha contado los cañones correctamente.

Conclusión central: Los Estados Unidos son extremadamente cautelosos con las guerras asimétricas. La de Vietnam fue una guerra asimétrica, y Estados Unidos la perdió. La de Irak finalmente resultó ser una guerra asimétrica y tampoco logró el objetivo mayor. Y sin duda, la de Venezuela también puede concluir en una guerra asimétrica. Todo significa que Venezuela está montada sobre una poderosa bomba que hay que desmantelar con la precisión y minuciosidad de un anti explosivista, para que no mueran todos los actores por igual.

Desenlaces de El Día Después

De maneras que, y en resumidas cuentas, cualquier escenario de intervención militar internacional a distancia, sin la presencia de tropas extranjeras en territorio venezolano, podría provocar tres posibles desenlaces:

                                          1.        Maduro y sus seguidores se ven forzados a abandonar el palacio                     de gobierno y pasan a la fase de guerra asimétrica mediante la                        cual incendiarían al país por un tiempo indefinido. Venezuela                          entraría   en periodo de caos, de gobiernos inestables, de anarquía,                      de  una crisis mayor, y con capacidades muy limitadas para la                          reconstrucción de la economía. El hoy odiado gobierno de Maduro                    podría quedar pálido ante un escenario de caos, anarquía y horror.


2.        Nicolás Maduro decide retirarse sin mostrar resistencia y se va al exilio. El poder lo ocupan factores formales de la oposición. Los chavistas serían perseguidos por la ira de los millones de venezolanos que se sintieron agredidos durante 20 años. Habrá una persecución implacable de estos, una persecución que va más allá de las sanciones institucionales y que responden a la sed de venganza de cada uno de los venezolanos que tiene alguna factura pendiente que cobrar por las agresiones recibidas durante muchos años.

3.        Nicolás Maduro comprende que su proyecto no tiene futuro, que cada día que pasa están defendiendo la nada, que están provocando con sus desaciertos un inmenso sufrimiento al pueblo, que necesitan rehacer su juego político, generar importantes cambios internos, y decide aceptar un proceso de negociación para una retirada controlada, y donde el PSUV y los chavistas no sean ilegalizados ni perseguidos.


El primer escenario es el más indeseable, y es lo que realmente frena a Estados Unidos y Colombia. El segundo escenario queda totalmente descartado; eso no ocurrirá; el chavismo en el poder se está jugando la vida en esta confrontación decisiva. El tercer escenario es el que convendría a todos.

Pero… porque llegar a la fase destructiva y mortal para finalmente sentarse a negociar? ¿Por qué no negociar sin los muertos y sin la destrucción de la infraestructura nacional? ¿Por qué no se le evita esa tragedia a toda una nación, y a la que pertenecen chavistas y opositores por igual?

Es posible que no pase nada de lo que estamos prospectando ¿Pero necesitamos ponernos la pistola en la sien y apretar el gatillo sólo para enterarnos si el arma estaba cargada? Una persona responsable, y más aun si es político y militar, saben que esa es la mayor de las estupideces que puede cometer algún ser humano.

Cualquier conflicto de grandes proporciones en Venezuela, bien sea una rebelión civil masiva, o un golpe militar, o una intervención militar extranjera, o cualquier otro acontecimiento de alto impacto quizás sea el partero del cambio… pero también puede dejar al país en la nada, en modo anárquico y en medio del más traumatizante horror.


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