Por Piero Trepiccione 09 de
septiembre de 2018
Hoy en
día las pasiones que se desatan en las redes sociales cuando el tema
tratado tiene que ver con Venezuela son impresionantes. Los calificativos más
soeces se usan para atacar, ridiculizar, desacreditar o intimidar a
cualquiera que emita opiniones o análisis que se circunscriban a la realidad
del país. La irracionalidad priva por encima de cualquier intento serio de
aproximarse a la coyuntura venezolana. Hemos llegado a un estadio en el que no
existen “medias tintas”. A esto, sencillamente, se le denomina: “política
visceral”, una forma de acción asociada a las emociones en extremo que minimiza
o simplemente, elimina toda posibilidad de diálogo para resolver las diferencias
políticas.
Esta
“política visceral” se desarrolla fundamentalmente desde las redes
sociales. Algunos actores la practican con absoluta transparencia en
su identidad pública y otros (la gran mayoría) bajo el anonimato. Consiste
en asumir una actitud de supremacía moral cual santo tribunal de
inquisición y desdeñar ofensivamente de líderes políticos, sociales o
empresariales que expresen opiniones distintas a los planteamientos
“duros” esbozados desde la visceralidad. Esta práctica recurrente en los
últimos tiempos, ha logrado permear en ciertos sectores de la
sociedad venezolana que han optado por desconectarse del liderazgo,
generando consecuencias terribles que tienen que ver con la ultra-fragmentación
del descontento generalizado de la población, la siembra de la desconfianza en
muchos líderes opositores, el descrédito de la política como forma de procesar
las diferencias en una sociedad, entre otras.
Esta
visceralidad en acción permanente voló en mil pedazos a la que ha sido
hasta hoy, la mejor plataforma política de articulación que tuvo la oposición
en los últimos veinte años. Vale decir, la mesa de la unidad democrática mejor
conocida como la MUD. Con su tarjeta de la manito llegó a sacar la
votación individual más alta registrada en nuestra historia política y llegó a
tener una referencia de apoyo en la opinión pública nacional de casi un
cuarenta por ciento, algo solo superado por el PSUV en sus mejores tiempos con
un apoyo alrededor del cuarenta y dos por ciento. Hoy la MUD está por debajo de
2% de apoyo y prácticamente está fuera de juego. La visceralidad practicada por
la antipolítica y con apoyos internos en los partidos, que buscaban mejor
acomodo luego del rotundo triunfo del 2015 para fines presidenciales,
contribuyeron a ello. Hoy día, frente a las decenas de intentos de
reagrupamiento de los factores opositores la visceralidad termina promocionando
junto al Gobierno la implosión de una direccionalidad unitaria.
Y
enmarcando todo esto, tenemos un país que se desgarra a diario. Esta
estrategia de fomentar y fortalecer acciones viscerales que realzan los
estadios de la antipolítica puede llevarnos al escenario más temido de todos:
vivir una guerra. Si, suena duro a pesar que en los últimos tiempos se haya
estado banalizando e inclusive en algunos casos, invocando esta fórmula para
“supuestamente” resolver nuestros males, pero que nos lleva a estadios mucho
más dantescos que los que se padecen actualmente por las carencias generadas
por la crisis. Tenemos el deber de alertar que la visceralidad nos puede
llevar directamente a una guerra absolutamente no convencional.
09-09-18
Tomado de: http://efectococuyo.com/opinion/politica-visceral-o-la-mejor-forma-de-acabar-en-una-guerra/
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