Por Arnaldo Esté
De un día para otro, como
cambiando caucho en autopista, el gobierno, con su vieja fe en el efecto
curativo de las improvisaciones, saca nuevos componentes y medidas de su
paquete. No es un curso que siga criterios ideológicos. Es un despelote
destructivo. Uno percibe un quinteto de mando, conjurado para el poder,
nervioso al tocar el territorio de los virreyes militares que en las fronteras
han manejado el contrabando de gasolina, nervioso al buscar el tesoro de las
remesas y más nervioso aún al ver y oír el desmadre del jefe heredero que
pareciera no poder controlar su incoherencia en palabras y gestos.
Ya los economistas han
abordado el tema y sacan a flote su violencia e improvisación, la inflación que
se comerá los salarios. En otras palabras, la destrucción del país continúa.
Pero esta, como toda
catástrofe, pasará. Hay que pensar en la construcción.
He insistido en la cosa
educativa, en la educación como curso prioritario y fundamental que va mucho
más allá de las imprescindibles medidas económicas. La crisis es una
oportunidad para aprender.
La educación, como ya hemos
repetido, atiende a la formación: a los valores, como sustancia de la ética, y
a las competencias como logro eficiente de actitudes, instrumentos,
habilidades, destrezas, orientadas por los valores, para el desempeño adecuado
de la persona en un contexto determinado. El país espera y necesita gente así
formada.
Las escuelas y
universidades, en estas condiciones de catástrofe, deben ser ambientes de
aprendizaje en vivo. Y no solo para sobrevivir, sino crecer a pesar de la
adversidad.
Padres, docentes,
estudiantes de todos los niveles deben organizarse, discutir y diseñar modos de
permanencia, experiencia y avance. Modos de enfrentar la agresividad de las
medidas y seguir funcionando buscando madurar socialmente. Ejerciendo prácticas
y pedagogías que profundicen la democracia. En esta condición la dictaduras y
el autoritarismo no se derrota con violencia, sino profundizando la democracia
y la participación de muchas maneras.
No es fácil cuando la
incertidumbre nos arropa y se busca la respuesta en la queja y el llanto. Las
redes sociales, tan útiles para aprender y convocar, son fatales para cultivar
el dolor, el lamento y la noticia negra. El rumor se torna información y la
mala noticia una nota de distinción. Contrario a esto, las redes, Whatsapp,
permiten la mancomunidad, la mejora de la seguridad, la atención compartida de los
problemas, la convocatoria a reuniones y eventos. La vida debe continuar:
fiestas, competencias deportivas, atención a niños y ancianos solitarios
dejados atrás por el éxodo. Instancias inmediatas de cohesión que nos hacen
sentir fuertes y resistentes ante ese deslave gubernamental.
08-09-18
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