Por Simón García
Se conoce como extremismo
una conducta que pretende situarse en la parte más alejada y opuesta a un punto
de inicio. En política, el extremismo se desarrolla como un elemento excluyente
y agresivamente repelente de las opiniones que se distribuyen en los puntos
intermedios.
El extremismo comporta
unilateralidad, exageración, prisa compulsiva y frecuentemente una visión de
corte autoritaria. En política, las posiciones extremistas restringen o
sencillamente niegan el diálogo y la negociación: al enemigo ni agua.
Ser extremista es todo lo
contrario a hacer política, arte de transformar progresivamente la realidad,
porque el ni un paso atrás, el vete ya o el abstencionismo principista
contienen una intransigencia que se niega a asumir la realidad política
Los objetivos extremistas
son frecuentemente irreales. Pero así no tengan siquiera un alfiler para
hacerle una raspadura al bloque dominante, convocan a un suicida choque
frontal, justificado en la ilusoria, inútil y minoritaria suposición de que la
muralla caerá en la próxima embestida. Las pérdidas no cuentan.
La retórica del liderazgo
extremista es talla única: todo o nada; ahora o nunca y sin términos medios. La
personalidad extremista se mira a sí mismo solo en la arena, flotando en los
vítores de la multitud y poniendo su pie sobre el cuerpo inánime del perdedor.
Una fina línea separa dos
universos contrarios: radicalismo y extremismo. La diferencia suelen mantenerla
la inteligencia de los líderes. Alfredo Maneiro tuvo una visión radical
mientras seguidores suyos patinan, con facilidad, hacia el extremismo.
Ser extremista es todo lo
contrario a hacer política, arte de transformar progresivamente la realidad,
porque el ni un paso atrás, el vete ya o el abstencionismo principista
contienen una intransigencia que se niega a asumir la realidad política. Por
eso, los extremistas le hacen el trabajo al poder, comenzando por aislarse a sí
mismos y estableciendo que no puede haber unidad sino con los puros. Llaman a
incendiar el mundo sin tener ni medio palillo de fósforo y sin perturbar el
estatus quo. Lo suyo es diferenciarse, proyectar bravura y mantenerse en la
engañosa apariencia de la dureza. Nada de ir a las raíces.
Las reducidas vanguardias
extremistas, (María Corina, Ledezma, ¿Borges?) ostentan un supremacismo moral,
lanzan un anzuelo maximalista y prometen soluciones a corto plazo.
El extremismo es un
sucedáneo dañino de la política. Sus consecuencias negativas se observan en la
oposición venezolana a medida que la estrategia virtuosa ( constitucional,
pacífica, democrática y electoral) ha sido sustituida por posiciones fuera de
la constitución, que descartan la vía electoral, se saltan la verificación
democrática y privilegian falsas salidas como el golpe, la insurrección popular
o la invasión extranjera.
Las reducidas vanguardias
extremistas, (María Corina, Ledezma, ¿Borges?) ostentan un supremacismo moral,
lanzan un anzuelo maximalista y prometen soluciones a corto plazo. Van hilando
una trama de política ficción que, en una situación de desesperación frente a
la profundización de la crisis, puede resultar atractiva para millones de
personas que prefieren un caudillo que una dirección colectiva, un lance en vez
de una organización, un resultado instantáneo antes que el paciente trabajo de
conquistar una mayoría que sea capaz de derrotara a la maraña del poder en el
terreno donde realmente hay que enfrentarlo y abatirlo.
El liderazgo reformador,
obligado a trabajar una salida pacífica y negociada con sectores del campo
oficialista, ha permitido que el pensamiento extremista gane terreno. Es hora
de oponerle una política unitaria, alternativa y efectivamente expresiva de los
deseos de la mayoría. En esto si hay que ser precisos: o lo hacemos o
terminaremos por desaparecer.
09-09-18
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