Vladimiro Mujica 02 de noviembre de 2018
La
partida de Teodoro Petkoff me ha traído un torbellino de memorias. Dos de sus
grandes amigos, Luis Castro Leiva y Manuel Caballero, lo fueron también míos,
y, en un sentido muy profundo es como si terminara de cerrarse un círculo
histórico, a pesar de los años que han pasado entre una muerte y las otras. O
al menos se cierra un círculo personal de tres referencias que me fueron muy
cercanas, cada una en su propia dinámica y espacios. En una dirección
ligeramente distinta, la trayectoria de esta trilogía se entrecruza en
múltiples dimensiones con la de otro venezolano profundamente ligado a nuestra
historia contemporánea, y a la de nuestra familia: Pompeyo Márquez.
Pero
para poner en perspectiva la saga de los Mujica, al menos en su relación con la
política, hay que navegar en el tiempo al encuentro de Guillermo Mujica, nacido
en 1908, el patriarca fundador de la rama contemporánea de la familia, y a sus
encuentros juveniles con los hermanos Eduardo y Gustavo Machado, con Pedro
Ortega Díaz, con Miguel Otero Silva, con Eduardo Gallegos y con Pompeyo
Márquez. Guillermo estuvo entre los expulsados de Venezuela en los tiempos de
Eleazar López Contreras y su encuentro con los líderes comunistas se tradujo en
lo que él mismo llamaba el contagio con el “sarampión” del comunismo. El
sarampión de Guillermo dejó profundas secuelas en el activismo político de su
descendencia, especialmente en tres de los hijos varones, Pedro Juan, Felipe y
Vladimiro, y en menor medida en Marina y Hugo o María Antonia. Los tres
primeros fueron quienes en mayor o menor grado abrazaron la militancia política
en distintos momentos de sus vidas, inicialmente como miembros de la Juventud
Comunista y eventualmente como militantes del MAS, partido del cual Felipe
llegó a ser su presidente y actual secretario general. Pero, más allá del
asunto de la militancia política directa, nuestro padre trajo a la casa las
ideas, los libros y las vivencias, de la izquierda y el pensamiento
izquierdista. Bien a través de sus relatos personales, o los de sus amigos de
toda la vida como Eduardo Gallegos, Pedro Ortega y Pompeyo Márquez.
Abundando
en mi caso, probablemente mi contacto con las ideas comunistas se produjo por
un lado a través de mi experiencia infantil, tenía yo cuatro años a la caída de
Pérez Jiménez, y juvenil, tratando de entender porque la policía política, la
Digepol en ese entonces, allanaba nuestra casa en La Pastora una o dos veces al
año y se llevaba preso a mi padre o a alguno de los hermanos. O porqué mi
hermano Pedro Juan apareció con quemaduras y señales de haber sido torturado
casi hasta morir en los calabozos de la Policía Municipal en Cotiza. Pero tan
importante como lo hechos fueron las ideas y los libros. Leí, probablemente sin
entenderlos a fondo, El Capital de Marx y libros de Engels, cuando tenía 13 o
14 años. Fui militante de la Juventud
Comunista y eventualmente, con 15 años, responsable de la organización en el
liceo Carlos Soublette. Abandonar el comunismo a comienzos de los 70s para
afiliarme al naciente Poder Joven, heredero de las ideas del mayo francés del
68, fue un evento traumático para mí. El motivo central de la ruptura, algo que
no entendí sino muchos años más tarde, fue llegar a la conclusión de que en mi
organización comunista no se nos permitía pensar con libertad. Había dogmas
incuestionables y eso terminó por ser inaceptable para un eterno pensador libre.
Como yo me concebía a mí mismo.
Mi
encuentro con Petkoff y el MAS se produce a mi regreso de Chile en 1973. Luego
de haber sido testigo del auge y caída de la Unidad Popular y el gobierno de
Allende. La idea del socialismo democrático, algo que pudiera combinar las
ideas del pensamiento liberal, responsable de algunos de los avances más
importantes de la civilización, con las ideas socialistas avanzadas europeas,
sin autoritarismos ni dogmas, se me hizo inmensamente atractiva. Fue en ese
entonces cuando aparece en mi horizonte de referencias intelectuales el nombre
de Teodoro y su libro de ruptura histórica “Checoslovaquia, el socialismo como
problema”. Mi militancia en el MAS se centraba en buena medida en el ámbito de
la UCV, primero como estudiante y luego como profesor, y a Teodoro como
individuo llegué fundamentalmente de la mano de José Domingo Mujica, Fernando
González y Manuel Caballero, tres de mis entrañables amigos de la universidad.
Yo
tenía muy presente la experiencia chilena, donde había sido testigo de cómo la
división e intolerancia de la paradójicamente llamada Unidad Popular había sido
una causa de la caída de Allende, al menos tan importante como la alianza
interna derechista operando con apoyo norteamericano. Ello me llevaba a ver con
gran desazón como el MAS, una idea brillante de movimiento de movimientos, que
lo tenía todo por delante para surgir como el David victorioso que enfrentara
al Goliat de la polarización adeco-copeyana, sucumbía a las divisiones y
fracturas internas. Para mi terminó por ser un conflicto insalvable el que el
sector teodorista del MAS estuviera enfrentado al grupo dirigido por mi hermano
Felipe, los “perros”, y a otro grupo liderado por Caraquita Urbina, conocido
como la “rosca”. Opté por alejarme de la militancia activa en el MAS, aunque mi
corazón, mi postura y mi acción política estuvieron siempre cercanas al
partido. Intenté, y creo que lo logré, mantener una excelente relación con mi
hermano, con su grupo y sus amigos, y también con el teodorismo y su líder, con
José Vicente Rangel y con Pompeyo Márquez.
Abrigaba el sueño, imposible, de que alguna vez el movimiento de
movimientos encontrara nuevamente su camino convergente. Cabe aquí preguntarse a la luz de los
acontecimientos de los últimos 20 años de destrucción del país a manos del
chavismo y sus herederos, ¿Qué habría ocurrido si el MAS no se hubiese
fragmentado y dividido? Quizás como muchos especulamos en su momento, eso le
habría cerrado en buena medida el camino a la pesadilla chavista que no habría
podido disponer del vacío que existía en la izquierda.
Pero
mi contacto más extenso e intenso con Teodoro se produjo en los tiempos en que
era ministro de Cordiplan en el segundo gobierno de Caldera, y Luis Castro
Leiva, Ignacio Avalos, José Domingo Mujica y yo, formamos un cuarteto que
pretendía cambiar el perfil de la ciencia y la educación superior en Venezuela.
La cercanía con Petkoff se hizo más intensa cuando apareció la abominación
autoritaria del chavismo que introdujo nuevas y profundas divisiones en la
izquierda. Nunca apoyé a Chávez y me identificaba muy cercanamente con la
posición de Petkoff sobre la amenaza que el chavismo constituía para la
democracia. Fue Teodoro quien me invitó a comenzar a escribir para El Mundo
como articulista, primera vez en mi vida que me pagaban por escribir, y
posteriormente nos mudamos todos ad honorem a Tal Cual. Luego vinieron mis
tiempos como representante de la sociedad civil en la Coordinadora Democrática
y mis frecuentes visitas a la dirección de Tal Cual a hablar con Petkoff y a
aprender de un hombre que había tenido la honestidad y la fuerza para
reinventarse como político y hombre de acción, una y otra vez.
Esta
narración íntima y a la vez colectiva, está por concluir. Termina por
simplemente expresar mi gratitud hacia un hombre que le enseñó a mi generación
a pensar en que socialismo, libertad y democracia no eran conceptos
incompatibles. A diferenciar entre el socialismo troglodita y autoritario y el
socialismo iluminado a la escandinava que puede coexistir con el capitalismo
responsable. Llamé a Felipe con ocasión de la partida de Petkoff y me
reconfortó, en medio de la tristeza por su muerte, oírle decir que al final, y
sé que fue así, encontraron ellos la coincidencia, donde la había, y el
respeto, en una relación que fue evolucionando a través de muchas etapas
complejas. Cosas de demócratas y de gente que ama y amó a Venezuela.
Vladimiro
Mujica
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