Alejandro Oropeza G. 10 de noviembre de 2018
“Políticamente hablando, la debilidad del
argumento ha sido siempre que quienes escogen
el mal menor olvidan con gran rapidez que
están escogiendo el mal”.
Hannah
Arendt: “Responsabilidad personal bajo una dictadura”, 1964
Siempre
he sentido curiosidad por dos palabras que son utilizadas regularmente: una en
el argot de la justificación de acciones y futuros posibles; y la segunda como
definición específica de determinadas acciones propias del Estado. Es decir,
que una soporta en sí la posibilidad de construcción y de realización de
utopías y edades doradas, lo que de suyo se entiende que se asienta en
formulaciones ideológicas con reconocimiento de verdades absolutas; mientras
que la otra resulta de la concreta y práctica ejecución de hechos reales por parte
de una burocracia que sobrelleva parte de la funcionalidad de un Estado
determinado.
Me refiero a esos nebulosos conceptos de progresismo
e inteligencia. Nebulosos
porque cuando alguna palabra o expresión puede servir para definir o
caracterizar todo necesariamente se debe reconocer que no sirve para nada, ello
por cuanto la definición termina por rondarse o abarcarse a sí misma, lo que
finalmente termina siendo una inutilidad. Pero, fijémonos que con respecto a la
primera expresión: Progresismo, esta resulta ser que ha sido secuestrada en la
práctica de la semántica ideológica, quizás desde y por su origen allá en los
lejanos años de la Revolución Francesa, por eso que en general se auto proclama
como la “izquierda”.
Por lo que si usted es de izquierda, entonces, usted
es progresista de manera automática. Y si vamos a lo que ciertamente significa
la palabra, según el DRAE, progresismo define la condición de una
persona o colectividad con ideas y actitudes de avanzada. Cabría
preguntarse ¿qué entendemos por avanzada? Y así quizás revisemos buena parte
del diccionario buscando un sentido. Si vamos a la práctica de la posibilidad
de “bajar” a la realidad la idea de progresismo, ella resulta ser que
fundamenta la acción real, concreta y cotidiana de los regímenes políticos que
son definidos como de izquierda, con su amplísima gama de posibilidades de
acomodo en la realidad.
Progresistas entonces son los gobiernos de izquierda
de Europa que han estado o están en ejercicio en Francia, Suecia, España y
Finlandia, por ejemplo. Con la particularidad, si mal no recuerdo, que en muy
pocos de ellos la palabreja es utilizada en sus caracterizaciones o en el
fundamento de las razones que justifican el diseño e implementación de
políticas públicas de alcance general.
Progresistas han sido los Sistemas Políticos que
fueron implantados en la URSS desde el triunfo de la Revolución Bolchevique,
hasta que tocó apagarle la luz a la existencia de un Estado y de un sistema.
Ese progresismo carga sobre sus espaldas la vida de millones de personas,
gracias a las hambrunas, los gulags y la represión selectiva y persecución del
régimen, vía la KGB, por ejemplo. Progresista fue la República Popular China,
desde su creación por allá en el año 1949. República que puede contabilizar
bajo el progresismo de Mao millones y millones de muertos gracias a los saltos
hacia delante o la Revolución Cultural, por nombrar solo dos “avances”.
Así, la denominada revolución bolivariana es
progresista, con los gloriosos atributos que la vienen caracterizando hace ya
cerca de veinte años y que todos conocemos. Progresista es la revolución cubana,
y la sandinista también y el gobierno del señor Evo Morales, entre otros
regímenes y experiencias, en fin con estos progresismos y avanzadas hacia el
futuro me dirá usted si desea ser calificado bajo tal condición.
Progresista entonces fueron también JP Sartre,
Simone de Beauvoir y Albert Camus por su apoyo y cercanía a la revolución
cubana y, ciertamente, lo pasaron muy bien por allá haciendo turismo
revolucionario izquierdista del bueno. En nuestra vapuleada Tierra de Gracia,
también nos han visitado algunos progresistas (de lejos), paradójicamente
provenientes de la avanzada de los estudios de Hollywood.
La verdad es que bajo el esquema del progresismo
ideológico las sociedades han soportado las más salvajes y retrógradas
dictaduras y persecuciones y de aquella avanzada definitoria lo que ha quedado
ha sido atraso, caos, muerte y el desajuste de las posibilidades de generar
políticas que lleven satisfactores efectivos a esas poblaciones mancilladas y
perseguidas.
Quizás habría que redefinir el término o arrebatarle
a esa izquierda retrógrada e inoperante en beneficio de las sociedades en donde
llega a imponerse como régimen o como sistema político, la idea del
progresismo, ya que es una hipocresía y un error histórico en sí mismo
La otra palabra que me llama poderosamente la
atención es la de inteligencia, pero no en esa acepción que
reconoce las capacidades de un individuo por poseer una condición destacada que
se traduce en la práctica en beneficios para la sociedad y la humanidad. Me
refiero a esa otra y extraña caracterización/definición de cuerpos de
inteligencia del Estado ¿En qué sentido son inteligentes? ¿Son
inteligentes esas organizaciones? Y si efectivamente lo son, ya que podría
haber alguien que seguramente pensara que sí, que efectivamente los hay: ¿qué
beneficios producen a la sociedad a la cual sirven al ser parte del Estado?
Me pregunto: ¿Qué de inteligente puede haber en el
allanamiento de la residencia de los ancianos padres de un diputado? ¿O en la detención
sin cumplir protocolo judicial alguno de un diputado, electo en votaciones? ¿Es
inteligente que un detenido en un organismo de “inteligencia” muera en
circunstancias muy extrañas cuando se encuentra bajo la custodia de
precisamente, la inteligencia estadal?
Pareciera que la historia y el presente, registra
muy poca inteligencia, en la acepción útil, en los cuerpos de inteligencia: las
SS, la Gestapo, la KGB, la Digepol, el Sebin, la Stasi, la Volkspolizei, y paradójicamente todas, absolutamente todas
actúan y justifican sus actividades para proteger al pueblo, no al régimen no,
al pueblo que es precisamente al que persiguen y el objeto de sus inteligentes
funciones. Nadie podría negar que tales cuerpos son necesarios en determinadas
circunstancias, lo que sería objeto de un muy amplio análisis imposible de
atender acá.
Claro, pero es que existe una terrible correlación
positiva entre la ilegitimidad de los regímenes políticos y la inteligencia de
sus policías políticas; es decir, mientras más atributos prácticos se sumen en
la definición de una tiranía, más excelsa será la inteligencia de sus cuerpos
de seguridad.
Y fijémonos que otra correlación puede ser
establecida: a medida que los regímenes políticos son más “progresistas”, más
echan mano de los órganos inteligentes para poder mantenerse en el dominio de
una sociedad. O quizás, que mientras menos eficientes sean las políticas
públicas en la atención de la agenda social de un Estado progresista, más
recursos son destinados a la inteligencia de sus órganos de represión ¿Por qué
será?
Debería la sociedad avanzar en pos de logros que
permitan la construcción de un Estado eficiente y efectivo, más allá de los
acomodos semánticos que retóricamente persiguen una verdad inexistente e
imposible por utópica.
Debería el Estado avanzar en trabajar al lado de la
sociedad en la búsqueda de un futuro cierto que no en la definición de esquemas
inexistentes de acción que quedan en eso, en palabras vacías sin verdad ni
reconocimiento
Alejandro
Oropeza G.
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