Miguel Méndez Rodulfo 02 de noviembre de 2018
La
muerte de Teodoro Petkoff, lamentable como es natural todo deceso de una
persona conocida y entrañable, ha conmocionado al país y ha producido el efecto
de reencontrarnos todos. La noticia dolorosa para la gran mayoría (por supuesto
que un grupo minoritario conformado por el régimen y otro de radicales de
derecha, no mostró compasión, sino odio) ha tenido amplia difusión en todos los
medios y hay muchísimos artículos, entrevistas y programas que lo recuerdan.
Con Teodoro quizá se nos ha ido el último gran personaje de nuestra política
que combinaba dos atributos muy poco comunes: intelectualidad y acción. Pero lo
que quiero destacar es que en medio de la noticia triste todos nos deleitábamos
con sus fugas espectaculares, con sus irreverencias y con sus ocurrencias, en
tanto que nos sorprendíamos de sus posiciones éticas y libertarias frente a la
URSS y al Partido Comunista de Venezuela, en una época en que el dogma
comunista imperaba en la intelectualidad del mundo y en los partidos comunistas
de Francia, Italia, China y de América Latina. No era poca cosa romper con ese
dogma que obnubilaba la mente de medio mundo, pero Teodoro lo hizo, y en eso
fue pionero a escala planetaria.
Otra
cosa significativa y de hecho altamente positiva es que de pronto, con este
infausto suceso, la sociedad venezolana se vio reflejada en la honestidad y
honradez a prueba de balas de Teo. De repente reparamos que si se puede hacer
política como un servicio público de amor por Venezuela, desde la pulcritud en el
manejo de los recursos públicos, desde una posición de aprender de los demás,
de que el que gobierna no se las sabe todas. Caer en cuenta de su estatura
intelectual, de su cualidad de pensador, de su reflexión constante sobre el
país, nos hizo ser de nuevo optimistas, nos permitió reencontrarnos en el
centro, que es el espacio de la política. Por un momento bajaron las tensiones,
se aliviaron las divisiones, se atenuaron los odios y pudimos pensar que si se
puede alcanzar la esperanza de un nuevo país; pero sobre todo, se pudo
constatar una vez más, que esta división política que hoy impera, que es muy
real y tiene sus explicaciones, no es definitiva y que llegado el momento nos
volveremos a unir como país.
De
este personaje singular habría mucho que aprender, de su falta absoluta de
megalomanía, por su desprendimiento de la riqueza material, de su humildad para
reconocer sus errores, de su respeto por las personas, del apego infinito a la
democracia sobre todo dentro de su partido, de recibir sin venganza la crítica
de amigos y compañeros de partido (las que duelen), no digamos las de
adversarios o enemigos (las que no duelen), de ponerse en el lugar del otro y
aprender de él; todo ello le permitió ser la persona dúctil que fue, pero le
aseguró la vía para no ser Presidente de Venezuela, porque ese mensaje no lo
entendía bien ni lo valoraba la masa votante.
Tal es
el legado de una figura legendaria que nos dejó su ejemplo de rectitud, lucha y
coraje.
No
quiero terminar mi artículo, sin dejar de rechazar las agresiones sufridas por
María Corina y su equipo de campaña. En la política venezolana es tradición
centenaria respetar a las mujeres y en general a la familia. Son muy conocidas
las anécdotas de Gómez recibiendo y atendiendo las súplicas de sus comadres
pidiendo clemencia para alguien cercano al dictador que había caído en
desgracia. Lo destacable no es si el sátrapa era magnánimo o no, sino el respeto a la familia, que ellas no
sufrieran represalias. Este régimen cada vez más se aventura en la violencia,
lo cual no tiene ningún asidero legal; pero cruzar la línea roja del respeto a
la figura femenina, es pésimo para el escaso prestigio que le queda al
gobierno.
Miguel
Méndez Rodulfo
Caracas
2 de Noviembre de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico