Por Indira Rojas
El sábado 3 de noviembre de
2018, familiares y amigos asistieron al funeral del economista y político
venezolano, miembro fundador del partido Movimiento al Socialismo. Falleció el
31 de octubre.
Teodoro Petkoff sepultó todo
bajo tierra. Enterró algo de sí mismo en ese entonces. Rompió con 20 años de
lucha en el Partido Comunista de Venezuela. Pero allí está, en una fotografía
en blanco y negro, caminando al frente de un grupo de seis hombres de izquierda
con paso despreocupado y gesto severo. Es apenas uno de los tantos recuerdos de
la década de los 70. Carlos Rodríguez ha traído la foto al funeral de Petkoff
en una carpeta verde, para mostrársela a las hijas del difunto político y
exguerrillero. El sepelio se realiza el 3 de noviembre de 2018, en el
Cementerio del Este, tres días después de su muerte.
Rodríguez tiene 74 años. En
su juventud fue dirigente estudiantil. Durante la lucha armada contra el gobierno
de Rómulo Betancourt era un comunista “legal”, no era perseguido. Pero al gozar
de tal libertad le competían otros asuntos. Se encargaba de llevar comida y
ropa a los que se ocultaban en las montañas. Hasta que todo terminó. “Teodoro
decía que había que enterrar a los guerrilleros que habían muerto, y con ello
enterrar también la lucha armada”. En 1969, Petkoff fue liberado bajo la
política de pacificación de Rafael Caldera. No escapa por un túnel ni trepa
desde una ventana en un hospital. Por primera vez marcha hacia la salida de la
cárcel por la puerta principal. Bajo la manga trae Checoslovaquia: el
socialismo como problema. Su primer libro, su primera ruptura. Cuando se
desentendió de la línea soviética y del movimiento comunista internacional, se
ganó a Fidel Castro de enemigo. Para el dictador cubano el naciente partido
Movimiento al Socialismo (MAS) era un nido de traidores.
Más de 60 personas han
venido al sepelio. Rodríguez le muestra la fotografía de aquella época de
cambios a las hijas de Petkoff y a todo el que lo saluda. Le pregunta a un
viejo amigo periodista si este le obsequió la imagen años atrás. Le responde
que no, pero le asegura que esa es una foto histórica. Se la muestra al
economista Luis Brusco, quien trabajó en el Banco Central de Venezuela por más
de 20 años. También a Francisco Solórzano, ex diputado y reportero gráfico,
antes militante del MAS y hoy simpatizante del Partido Socialista Unido de
Venezuela. Rodríguez lo saluda con afecto.
―Este es uno de los pocos
chavistas que yo quiero. ¿Cómo estás Frasso?
―Cónchale, Carlitos,
lamentando esto. Petkoff era un hombre con el que tenía una suprema amistad.
―Mira esta foto.
―Vamos a ver si tengo buena
la memoria. Estos son Teodoro Petkoff, Freddy Muñoz, Pompeyo Márquez, José
Vicente Rangel y este…¿quién es este?
―¡Ese es Manuel Caballero!
Otros viejos militantes del
MAS saludan a Carlos Rodríguez. También amigos del periódico Punto,
fundado por el partido con el dinero que el escritor colombiano Gabriel García
Márquez donó en 1972: los cien mil bolívares que ganó con el Premio Rómulo
Gallegos.
La dirigencia del MAS envía
a la capilla una gran corona de gerberas naranjas. El féretro de Petkoff está
cubierto por una bandera de Venezuela. Encima hay un ramo de 6 rosas blancas.
Alejandra, la hija menor del político, y Azucena Correa, la secretaria personal
de Petkoff, se acercan al ataúd y miran hacia dentro. “Tan bello, ¿verdad?”,
murmura la mujer que lo asistió por 40 años.
Todos conocen a la señora
Azucena. Tiene 84 años. Petkoff tenía 86. Carmen Ramia la besa en la mejilla.
También un hijo político de Pompeyo Márquez se acerca para darle el pésame.
Después llega Ricardo Domínguez, amigo de Petkoff desde la década de los 70. A
todos les dice lo mismo: que visitó a Teodoro un día antes de su muerte y
cuando lo miró a los ojos ella sintió la despedida.
La señora Azucena sabe que
la comida favorita de Petkoff era la pasta. También el bistec. Las reuniones de
amigos y políticos se hacían en el patio trasero de su casa. Los dejaba solos
allí por horas infinitas, mientras ella dormía en su habitación. Hace ya
algunos años, Petkoff tocó la puerta de su casa a medianoche para presentarle a
una mujer que había conocido: Neugim Pastori. Azucena salió de la cama
en baby doll y así recibió a la pareja. Al día siguiente, el jefe y
amigo le preguntó qué le había parecido aquella mujer, quien se convertiría
luego en su cuarta y última esposa. Neugim está sentada frente a la urna.
También Aurora Martínez, la primera mujer de Petkoff.
Algunos comentan, fuera de
la capilla, que Petkoff estaba deprimido. Dicen que empeoró cuando se decidió
hace un año que la versión impresa de Tal Cual, el diario que fundó en
2000, dejaría de circular por falta de papel. Para entonces, pesaban sobre el
medio amenazas, procesos judiciales y dos demandas de Diosdado Cabello. La
muerte del tabloide físico fue la despedida de su último bastión, que los
“talcualeros” mantienen a flote en la web. “Él no estaba deprimido. Estaba
decepcionado”, afirma la señora Azucena. Era un desencanto de larga data. El
día que Petkoff cumplió 50 años le dijo a su secretaria que no lo felicitara.
Que no tenía nada que celebrar. “Estoy cumpliendo 50 y no he podido demostrar
siquiera que yo puedo tapar un hueco”. Petkoff fue candidato a la Presidencia
dos veces: en 1983 y 1988. Y dos veces quedó en tercer lugar. En 1992 participó
en las elecciones municipales para ser alcalde de Caracas. Fue derrotado por
Aristóbulo Istúriz. En los años que siguieron se despidió de las posibilidades
de gobernar al país. También de su partido, al cual renunció públicamente en
1998. En aquel entonces, el MAS le dio el espaldarazo a Hugo Chávez.
José Vicente Rangel seguiría
los pasos del chavismo hasta hoy. En la carpeta verde de Carlos Rodríguez hay
otra fotografía en blanco y negro que, según recuerda, es de la época en la que
Rangel se lanzó a la Presidencia por segunda vez. Pompeyo Márquez está a su
derecha. Petkoff a su izquierda. Todos levantan el puño izquierdo a la vez, el
puño naranja de los masistas que se quebraría 20 años después y luego, en la
década de los 2000, sufriría otra fractura bajo el poder de Chávez sin que
muchas de las peticiones sociales y políticas cambiaran con ello. En la foto se
lee en una pancarta: “Cada día cuesta más hacer mercado”.
Los dirigentes del MAS en la
década de los 70 en un acto de calle. Fotografía cedida por Carlos Rodríguez
Henri Falcón, el excandidato
presidencial opositor de este año 2018, hace una aparición fugaz en el funeral.
Henrique Capriles Radonski también asiste al sepelio. “Me iré rápido. Estoy
deprimido, me siento mal”. Conversó con algunos amigos y conocidos, entre ellos
Vladimir Villegas. A las 11:00 de la mañana convocan a seis diputados de la
Asamblea Nacional para hacer la guardia de honor. Al frente del féretro están
tres representantes de la directiva: Omar Barboza, presidente del Parlamento;
Alfonso Marquina, segundo vicepresidente, y José Luis Cartaya, secretario. El
personal de seguridad pide a los presentes darle espacio a los parlamentarios
en la pequeña sala, cercada por 8 coronas de flores y con al menos 40 personas.
La señora Azucena grita tres
veces: “¡Silencio, por favor!”. El padre jesuita Francisco José Virtuoso,
rector de la Universidad Católica Andrés Bello, se viste con una túnica blanca
y bendice a Petkoff en su urna. Cuenta que se conocieron en la década de los 90
y que solían reunirse junto al padre Luis Ugalde. Aquellos no eran encuentros
para la fe, sino para la acción: se hablaba de economía en una época difícil en
la que Petkoff era ministro y estaba al frente de la Oficina Central de
Coordinación y Planificación. Llegó a Cordiplan en 1996, después de la crisis
bancaria y con una inflación de 103%.
El padre Virtuoso salpica
sobre el féretro agua bendita. Petkoff está a pocos metros del campo santo y
apenas a un paso de la urna una figurilla blanca de la Virgen reposa sobre una
mesa. Parece que no le quita la mirada de encima.
―Tu padre era ateo, ¿cierto?
―Lo es ―dice Alejandra
Petkoff―. Mis amigas me preguntaron si le haría una misa. ¡Ni loca! Me jalaría
los pies en la noche.
Este no es un rito
religioso. Es un acto de despedida.
El exguerrillero y político
Américo Martín se va poco después del mediodía, ya con el rostro cansado,
repitiendo a los periodistas que la lucha armada fue un error. Los diputados de
la Asamblea Nacional se marchan uno a uno. Para las dos de la tarde ya no hay
ninguno. Quedan los viejos amigos. Jacobo Borges, Rafael Guerra Ramos, Carlos
Oteyza, Luis Manuel Esculpi, Carlos Rodríguez.
Algunos tienen años sin verse.
No hay más homenajes en la
capilla. Irene Petkoff le confirma a su hermana que pronto lo llevarán al
crematorio, cerca de las 6:00 de la tarde. El cielo claro muta a un azul
oscuro. Los viejos amigos se quedan un rato más. Se sientan en los bancos
frente a la puerta de la capilla y conversan. Preguntan por los hijos de los
otros y por sus esposas. Hablan de los muertos que aparecen sonrientes en las
fotografías de Carlos Rodríguez. El único que sigue vivo, José Vicente Rangel,
no está en el funeral. Hay una tercera foto que Rodríguez lleva consigo. Los personajes
se repiten: Pompeyo, José Vicente, Freddy, Teodoro. Solo hay una cara nueva:
Luis Manuel Esculpi.
En aquella época, Esculpi ya
había renunciado a la identidad de Héctor José, nombre que usó cuando se unió a
la lucha armada y que estaba ligado a los recuerdos de sus primeros años de
amistad con Petkoff. El respeto y la camaradería permanecerían en el tiempo. Lo
acompañó en el luto por su hermano Luben. Fue a los entierros de sus padres.
Petkoff también asistió al funeral de la madre de Esculpi. Ese día, la familia
contrató a un sacerdote. Pasaron 45 minutos y no llegaba. Esculpi no podía
tolerarlo más. Dijo que esperaría 15 minutos y, si no aparecía, su madre debía
ser sepultada sin más demora. Petkoff, que estaba junto a él, le habló aparte.
―No seas así. Complace a tu
familia. Deja que se despidan. Espera al sacerdote.
Esperaron. Y Teodoro Petkoff
se quedó hasta el final.
05-11-18
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