Bernardino Herrera León 09 de noviembre de 2018
La
economía venezolana ha colapsado. En escala histórica del mundo, Venezuela
muestra la mayor y más brutal recesión que haya sufrido país alguno, excepto
aquellos países que padecieron destructivas guerras internas.
A lo
largo de las últimas siete décadas (1950- 2018), la historia del PIB venezolano
había sufrido años muy malos, pero aislados. Uno fue en 1989, en ocasión de la
dramática caída de los precios petroleros. Otro en 2002, por el paro y despidos
masivos en la industria petrolera. Los años malos aislados aumentaron en la
época de Hugo Chávez en el poder, con todo y bonanza.
Pero,
desde el 2014 hasta este 2018, es la primera vez en la historia económica que
el PIB cae cuatro años seguidos. De eso se trata el colapso
¿Qué
significa perder 50% del PIB en cuatro? Significa que ha desaparecido la mitad
de su actividad económica. Y esta “historia sin fin” no parece detenerse.
Ninguna economía latinoamericana ha vivido esa tragedia en tan colosales
dimensiones.
Otro
indicador es la evolución del PIB por habitante, que muestra dos grandes
tendencias históricas, para ese mismo período de siete décadas. Uno, entre los
años 50 y 70, de alto crecimiento sostenido, con inflación de un dígito y tasa
de cambio estable. Tiempos dorados. Y el otro, de caída sostenida, que acelera
en el período Chávez-Maduro, hasta alcanzar, este año 2018, la increíble cifra
de un PIB per cápita menor que la registrada en 1950.
Hoy
somos más pobres que hace 70 años. El mito de que somos un país rico era un
fraude. No lo somos. En los últimos 40 años, Venezuela no crece económicamente
También
ha caído el mito de la relación entre recesión y precios del petróleo. Las
caídas aisladas del pasado estuvieron siempre acompañadas de bajas dramáticas
en los precios de nuestro principal producto de exportación. Esta vez no es
así. En el 2014, primer año de la actual recesión, los precios de cada barril
seguían cercanos a los 100 dólares. Ciertamente, hoy producimos menos, unos
1.200 millones de barriles diarios, casi un tercio que hace 40 años atrás.
Ningún país productor de petróleo sufre ni inflación ni recesión.
Venezuela
es la única economía del mundo con hiperinflación. Y no cualquier
hiperinflación, sino la más alta y sostenida que se haya registrado, con saltos
intermensuales superiores a 230%. Pero aún no tocamos fondo.
Países
como Perú, Chile y Colombia sufrieron crisis económicas y políticas similares,
aunque nunca en la magnitud de la nuestra. Son, sin embargo, las economías que
más crecen. No por casualidad han asimilado la estampida migratoria de dos
millones de venezolanos, de los más de cuatro millones que ya se han marchado.
Esos países demuestran que sí es posible revertir los colapsos. Pero para
revertir el colapso primero hay tocar fondo. Nuestro colapso aún no lo hace.
En los
últimos 19 años de chavismo, Venezuela ha recibido 947 mil millones de dólares
en ingresos petroleros, medido en balanza de pagos que son los datos más
exactos posibles. Aun así tenemos hoy más del doble de la pobreza que en 1998.
La ideología, además de trágica, es costosísima. Los venezolanos han perdido un
promedio de 12 kilos de masa corporal. Más que pobreza extrema, Venezuela está
sumergida en una hambruna que no tiene razón ni lógica alguna. Y aún no tocamos
fondo.
También
se ha revelado el falso mito de los agentes externos como causantes de la
crisis. La “guerra económica”, el “bloqueo imperialista”, el “saboteo de la
derecha golpista o fascista” y muchos otros siguen, sin embargo, repitiéndose.
La ideología y sus mentiras tampoco conocen fondo.
Todos
saben que además del corrosivo estatismo, el control de cambio y precios son
causas del colapso. Pero aún se mantienen. Nadie duda que tales controles son
la fuente de las inmensas fortunas personales de la camarilla corrupta que
ocupa el poder. Pero la población venezolana aún no ha podido despertar de este
letargo.
El
colapso aturde y barbariza. Dejamos de pensar en los demás y al mismo tiempo
pensamos mal de todos. La dirigencia política opositora, especialmente la que
está representada en la casi extinta Asamblea Nacional, está más extraviada y
desarticulada que nunca. Su desvarío no parece conocer fondo. Tanto que algunos
se aprestan a participar en elecciones municipales, como si el Sebin necesitara
más concejales que asesinar.
Ya no
cabe duda que Venezuela sufre el pleno colapso. La cuestión es saber si este
colapso tendrá fondo. La historia dice que muchas sociedades colapsaron
desintegrándose. Otras se tribalizaron, regresando a épocas primitivas. Cuba y
Haití, por ejemplo, se han convertido en sociedades vegetativas, que mueren
demográfica y económicamente de manera lenta. Cocinan a leña, desforestan peligrosamente,
sus mercados negros apenas dan para cubrir las demandas indispensables. Nos
estamos pareciendo a esos casos.
El
colapso de Venezuela aún no toca fondo definitivo. No mientras la satrapía
corrupta se mantenga en el poder. Pero luego que desalojen el poder tampoco.
Queda el tóxico feudalismo delictivo injertado en casi dos décadas de chavismo.
Habrá que desmantelarlo para tocar fondo. Luego, la cultura populista puede
derrotarse. Las ideologías reducirse a su mínima expresión. Podremos salir de
esta pesadilla con paciencia y largo plazo.
Una
vez tocado ese fondo, el país necesita una nueva dirigencia política e
intelectual para acometer la recuperación épica de nuestra nación. He allí otra
gran incógnita, saber si este vacío de liderazgo que nos embarga tenga un fondo
también. Intentemos que sí. Apostemos que sí.
Bernardino
Herrera León
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