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miércoles, 31 de julio de 2019

La otra investidura, por @AlvaroVargasLl




Álvaro Vargas Llosa 29 de julio de 2019
@AlvaroVargasLl

«Para ellos, toda pulgada de territorio ganado para el socialismo marxista o el populismo antiliberal en cualquier parte del mundo es una conquista»

sta semana, mientras las izquierdas de España frustraban, por sus cálculos y su voracidad, la posibilidad de un gobierno de esa tendencia política, al otro lado del charco se reunían, en el Foro de Sao Paulo, pero no en Sao Paulo, sino en Caracas, las zurdas del mundo para proclamar, en una fiesta de la fraternidad internacional y sin decirlo así, la investidura, es decir la supervivencia, de Nicolás Maduro.

No es una ironía menor. El Foro de Sao Paulo, creado en 1990 bajo el impulso de Fidel Castro y Lula da Silva (entonces en la oposición), cobró fuerza una década después, financiado por la corrupción de las empresas constructoras brasileñas, el gigante estatal Petrobras y, por supuesto, la faltriquera de Hugo Chávez. Dicha red internacional jugó un papel en la radicalización de la izquierda española. Formalmente, fueron Izquierda Unida y diversos movimientos sociales los que representaron a lo largo de los años a España en ese aquelarre, cuyo verdadero enemigo no era tanto el «neoliberalismo» que quería abolir, sino la socialdemocracia de la «Tercera Vía» de los británicos Giddens, Blair y Mandelson (New Labour) y, estirando un poco la liga, Bill Clinton (New Democrats), a los que veía como claudicantes ante el derrumbe del mito soviético y el triunfo, en Occidente y China, del capitalismo en sus diversas variantes.

Pero esos representantes españoles fueron postergados por Podemos, que a la larga acabó siendo, no formal pero sí indirectamente, el capítulo madrileño del Foro de Sao Paulo. Que Podemos tenga votos que antaño eran socialistas y el líder del PSOE anhele nuevas elecciones, al precio de sacrificar la investidura, para recuperar los votos que Podemos le birló, en gran parte tiene que ver con la radicalización de la izquierda española, a su vez epifenómeno de la que ha ocurrido en otras partes, al abrigo de redes de fraternidad revolucionaria como el Foro de Sao Paulo. De varios de sus miembros connotados, incluida Venezuela, Podemos ha estado muy cerca durante muchos años.

Que el Foro de Sao Paulo, en su XXV edición, convocara esta semana a revolucionarios de toda América Latina, así como de Europa, África y Asia, a Caracas, la capital del hambre y la muerte, para simbolizar la victoria de Maduro sobre sus enemigos y reimpulsar a una izquierda que ha ido perdiendo fuelle en aquel hemisferio como lo ha perdido, en su versión socialdemócrata, en Europa, es un buen recordatorio de por qué los adversarios de la democracia liberal, la globalización y los derechos humanos son un hueso tan duro de roer.

No descansan nunca, no desmayan ni siquiera en sus horas más bajas (el Foro se creó, justamente, poco después del derrumbe del Muro de Berlín), no abandonan a los suyos aunque estén bajo el estigma de la inmoralidad (como Lula, cuya libertad piden a gritos como si no hubiera ocurrido bajo su mando la mayor corrupción de la historia republicana de su país) y no distinguen entre aliados poderosos e islas a las que a muchos participantes costaría ubicar en el mapa, pues toda pulgada de territorio ganado para el socialismo marxista o el populismo antiliberal en cualquier parte del mundo es una conquista.

Me pregunto cuántas victorias habría ganado la causa de la civilización liberal, del Derecho y la soberanía individual si quienes profesamos estas ideas hubiéramos sabido actuar con el sentido de fraternidad universal y la terquedad bestial con que lo hace esta pléyade de infames que han ido a bailar su odio ideológico sobre la miseria de tantos venezolanos reducidos a condiciones infrahumanas.


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