San Josemaría 19 de octubre de 2019
Quizá
no exista nada más trágico en la vida de los hombres que los engaños padecidos
por la corrupción o por la falsificación de la esperanza, presentada con una
perspectiva que no tiene como objeto el Amor que sacia sin saciar. (Amigos de
Dios, 208)
Si
transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del
horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados -amar y
alabar al Señor, y poseerle después en el Cielo-, los más brillantes intentos
se tornan en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas.
Recordad la sincera y famosa exclamación de San Agustín, que había
experimentado tantas amarguras mientras desconocía a Dios, y buscaba fuera de
El la felicidad: ¡nos creaste, Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está
inquieto, hasta que descanse en Ti!. (…)
A
mí, y deseo que a vosotros os ocurra lo mismo, la seguridad de sentirme -de
saberme- hijo de Dios me llena de verdadera esperanza que, por ser virtud
sobrenatural, al infundirse en las criaturas se acomoda a nuestra naturaleza, y
es también virtud muy humana. Estoy feliz con la certeza del Cielo que
alcanzaremos, si permanecemos fieles hasta el final; con la dicha que nos
llegará, quoniam bonus, porque mi Dios es bueno y es infinita su misericordia. Esta
convicción me incita a comprender que sólo lo que está marcado con la huella de
Dios revela la señal indeleble de la eternidad, y su valor es imperecedero. Por
esto, la esperanza no me separa de las cosas de esta tierra, sino que me acerca
a esas realidades de un modo nuevo, cristiano, que trata de descubrir en todo
la relación de la naturaleza, caída, con Dios Creador y con Dios Redentor.
(Amigos de Dios, 208)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico