Fernando Mires 25 de febrero de 2024
@FernandoMiresOl
La historia avanza pero no de modo vertical, escribió Leo
Trotzki – tan brillante como intelectual, tan desastroso como político-. Ese
avanzar sigue, según Trotzki, un desarrollo “desigual y combinado”. Eso quiere
decir: formaciones históricas a las que creíamos superadas, no solo pueden
retornar sino además están contenidas o incrustadas, a veces de modo
subrepticio, en las más actuales o modernas (estructuras agrarias feudales en
el socialismo soviético, era un ejemplo de Trotzki). La tesis ha probado ser
correcta y vale tanto para la geología, la historia universal e incluso
para las historias individuales.
Del pueblo-masa al pueblo-ciudadano
En cada ser civilizado anida el humanoide que lo precede
y domesticarlo suele ser tarea difícil para cada uno. Algunos no lo logran,
cuando más llegan a cosmetizar al ser paleolítico que llevan dentro. En eso
pensaba al escuchar la larga parrafada de Vladimir Putin frente a su
entrevistador (más bien, su propagandista norteamericano) Tucker Carlson, en
donde el cruel dictador intentaba justificar los asesinatos en masa que comete
en el país vecino, Ucrania, apelando a un concepto de nación que desde hace
mucho tiempo ha sido superado en los estudios históricos y sociales. Me refiero
al concepto de nación étnica-cultural a la que en los países
democráticos solo recurren grupos fascistas o fascistoides en contraposición
al concepto de nación jurídica-política, que hoy prima en las
relaciones internacionales.
Putin repetía frente a Tucker los mismos argumentos que
aparecen en su texto Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos.
Hablaba como recitando una lección, sin subir ni bajar el tono. Sin duda está
acostumbrado a disertar en círculos donde sus secuaces lo escuchan arrobados,
como si cada una de sus palabras fuese una revelación o una profecía. Algo
parecido pasaba con Hitler cuando, entre los suyos, se desataba en largas
charlatanerías sobre su teoría de las razas, comparando a los seres humanos con
los animales, para terminar concluyendo que los arios son una raza superior (en
la película Der Untergang, Bruno Ganz lo imitaba a la perfección).
Tamañas aberraciones solo pueden permitírselas los dictadores. En cualquier
país democrático, las peroratas de Hitler, también las de Putin, habrían movido
a risa o escarnio. Lo vergonzoso es que Tucker Carlson lo escuchaba con
afectada devoción, perdiendo así la oportunidad de interrumpirlo con alguna
observación y dejarlo en ridículo ante la cámara. Eso es lo que habría hecho
cualquier periodista honesto y profesional. Pero Tucker solo es profesional.
Lo que quedó muy claro en la primera parte del monólogo
de Putin, es que el tirano, al intentar demostrar que Ucrania y Rusia forman
una unidad histórica, se refería, entre varios, a aspectos de tipo idiomáticos,
religiosos, culturales, dejando de lado todos los hechos que han llevado a
convertir al pueblo de Ucrania en la ciudadanía de una nación moderna.
Para Putin el pueblo es simple población unida por lazos
de sangre y por un idioma común dentro de un mismo habitat. En ese
punto Putin coincide letra por letra con la definición de nación de Stalin. La
nación- escribía Stalin- es "una comunidad humana estable, históricamente
formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de
vida económica y de psicología manifestada esta en la comunidad de cultura”
(Stalin, el marxismo y la cuestión nacional). Siguiendo al mismo
Putin, Alemania del Este no habría podido ser nunca una nación, pues
pertenecía al mismo contexto étnico-cultural que Alemania Occidental. Y, sin
embargo, las Naciones Unidas, atendiendo a sus credenciales jurídicas y
políticas, la reconocían como nación. Putin también
Putin vivía en Alemania del Este cuando las multitudes de
ese país irrumpieron en las calles coreando la consigna: “Nosotros somos el
pueblo” mientras derribaban a lo largo de sus marchas los muros ideológicos
antes de que fueran derribados los de cemento. Ese “Nosotros somos ” no se
refería evidentemente al pueblo étnico sino al pueblo soberano, entendido este
como depositario originario del poder. De un poder que, para la gran mayoría de
los alemanes del Este, había sido usurpado por una clase política dominante (nomenklatura)
al servicio de la URSS. Por eso mismo Putin nunca logró entender el
sentido histórico de las revoluciones nacionales y populares que, poniendo fin
al comunismo, liberaron a sus naciones del imperialismo ruso-soviético.
Al desconocer al pueblo alemán del Este como unidad
política, ignoraba Putin, al igual que Stalin ayer, el concepto de
ciudadanía y con ello no reconocía la conformación política de la nación donde
estaba viviendo, la que al exigir la unidad con la de Occidente no negaba el
basamento histórico-cultural alemán, pero sí exigía la democratización radical
del país bajo un estado de derecho expresado en una Constitución y en sus
instituciones.
De acuerdo a su visión imperialista, Putin vio en los
actores democráticos de los países sometidos a la URSS, elementos
desintegradores de “la unidad histórica” (a la que pertenecía Ucrania) creada a
mano armada por la URSS. Por esa misma razón nunca lograría entender después
por qué Ucrania, al alejarse de Rusia tal como lo había hecho Alemania del
Este, constituiría, a partir de la declaración de independencia de 1991 una
nación sustentada sobre pilares políticos y no etno-culturales. Mucho menos
lograría entender el sentido y carácter de movimientos nacionales ucranianos
como “la revolución naranja” del 2004 o la revolución del Maidán del 2013, las
que proclamaban el derecho a conformar una Ucrania europea y democrática, no
rusa y no autoritaria .
Estaría quizás de más decir que los argumentos que hoy
utiliza Putin para afirmar que Ucrania pertenece a Rusia pueden ser extendidos
por el mismo, y sin ningún problema, a los países bálticos, a Finlandia e
incluso a Polonia. En el hecho, su opúsculo sobre la unidad histórica entre
ucranianos y rusos es el fundamento ideológico de una declaración de guerra a
la Europa de hoy, basada en el principio de la soberanía de naciones jurídicas
y políticamente constituidas y, sobre todo, reconocidas como tales en las Naciones
Unidas. Es el caso de Ucrania.
Putin como el anti-Lenin
De tal modo que la locura (no tiene otro nombre) de Putin
reside en su proyecto de hacer retornar a la Europa pre-moderna, a aquella
donde la Rusia de los zares brillaba por su extensión y poderío militar. Ese
proyecto implica por supuesto, volver –tal como lo intentó Stalin– a la Rusia
arcaica, pre-revolucionaria, pre-comunista, pre-leninista.
La animosidad que despliega Putin en contra de Lenin
reside en el hecho de que el revolucionario ruso vio en la revolución de
octubre la entrada de Rusia en una Europa moderna supuestamente
pre-revolucionaria (es la tesis
central de su libro El Estado y la Revolución) en contraposición a
Stalin quien rehabilitó el nacionalismo (ur) ruso en nombre del comunismo. Por
eso Gorbachov se inspiró en Lenin, así como Putin se inspiraría en
Stalin. O aún más simple: Putin representa, tanto en su país, como en sus
proyectos extranacionales, el retorno histórico a la barbarie,
utilizando, en aras de ese objetivo, el desarrollo de la ciencia y de la
tecnología posmoderna, incluyendo la amenaza nuclear.
El desarrollo histórico es desigual y combinado,
repitamos otra vez con Trotzki. La tesis aplica perfectamente a la historia de
Rusia.
Para una persona no democrática y anti-política como
Tucker Carlson, dado el consumo de masas que pudo observar en los supermercados
de Moscú, Rusia es hoy una nación muy moderna y, en ningún caso, bárbara. Para
alguien más ilustrado, el concepto de barbarie no tiene nada que ver con el número
de supermercados sino con la ausencia de democracia
Hacia una barbarie posmoderna
El término barbarie tiene, como es sabido, un origen
griego. Bárbaros no eran los no griegos, como suele decirse, sino todos los
pueblos que no viven en polis, es decir, todos los que no se rigen
políticamente. Por lo tanto, las zonas o islas griegas regidas por cánones
agrarios y no por los de la polis eran habitadas por “griegos bárbaros”. La
política, según los griegos, era condición de ciudadanía pero también de civilidad
(no confundir con civilización).
Parece que los griegos tenían razón. No es ninguna
casualidad que los gobernantes autoritarios, pensemos en Rusia, Hungría,
Turquía y en América Latina en la Venezuela de Hugo Chávez, han obtenido sus
más grandes caudales de votos en las zonas agrarias, las que mientras más
lejanas a las urbes, más autoritarias son. Con cierta razón Karl Marx nos
hablaba del “idiotismo de la vida campesina”.
Marx hablaba del idiotismo agrario en el sentido griego y
no en el psicológico. Idiotas, para los griegos, eran todas las personas que no
tenían acceso a la vida política, aún viviendo en la polis. Ahora, volviendo al
presente, podríamos afirmar que, desde el momento de su declaración de
independencia con respecto a la URSS, la mayoría abrumadora del pueblo
ucraniano decidió constituir una nación política y no solo una étnica o
cultural, esto es, una nación contrapuesta radicalmente a la idea bárbara de
nación que nos propone Putin como alternativa a la nación política moderna.
Al llegar a este punto será necesario reafirmar: el
concepto de nación política no niega al concepto de nación cultural. Más
aún, la formación de naciones culturales puede ser considerada como la base que
permite el aparecimiento de una nación política. Pongamos un ejemplo: Irán.
Irán, es una nación religiosa y cultural, más todavía: es
religiosa-cultural y por lo mismo está gobernada por una dictadura teocrática
tal como hace ya miles de años. Los grupos disidentes, en continuo aumento,
tampoco niegan el carácter religioso- cultural de la nación, pero sí su arcaica
gobernancia teocrática, exigiendo derechos sexuales y de género, mayor
participación ciudadana, más libertades políticas, en breve: reformas
democráticas.
En Irán, como en Rusia, hay una feroz lucha entre el
pasado histórico y un eventual futuro democrático. Esa es la razón por la cual, la dictadura rusa,
reaccionaria y “pasadista”, encuentra con la de Irán, así como con otras
dictaduras islámicas, una notable afinidad. En sentido griego estamos
presenciando una rebelión de la barbarie en contra de la democracia
caracterizada por la existencia de una ciudadanía y la formación de una
civilidad. En ese proceso, la Rusia de Putin no solo ha retrocedido, como se
ufana el mismo Putin, a la era zarista, sino aún más atrás.
Al fin y al cabo, hasta los zares tenían consejos de
ministros a los que consultaban periódicamente. Putin en cambio, usando las
tecnologías más sofisticadas, ha vuelto a esa época primaria de la humanidad en
la que el poder no era ejercido por el más inteligente, o por el más sabio, o
el más listo, sino por el más brutal. Ayer, presidente democráticamente
elegido, aparece hoy convertido en el dictador más violento del mundo. Ayer,
socio preferido de Angela Merkel, hoy socio preferido de Kim Jong-un. Para el
Putin actual no existe esa distinción tan fina que hizo Hannah Arendt entre
violencia y poder. Para Putin el poder es la violencia y la violencia
es el poder.
Navalny es solo uno, tal vez el más conocido, de una
larguísima fila de personas a las que ha mandado asesinar Putin. Eso significa,
sin más ni menos, que no solo estamos frente a un régimen que comete, como
todas las dictaduras, asesinatos. La criminalidad de Putin es
estructural, y eso quiere decir, sistémica. Alcanzado ese punto, ya no hay
vuelta atrás. Nadie sabe lo que nos espera todavía con ese enloquecido demonio
manejando todo el poder de Rusia, un país donde los leves asomos de ciudadanía
y civilidad aparecidos durante Gorbachov y Jelzin, ya no existen más.
Ciudadanía y Civilidad
Ciudadanía y civilidad suelen aparecer como sinónimos,
pero no lo son. Ciudadanía alude a una relación de derechos y deberes entre los
miembros de un pueblo y el estado nacional. En efecto, somos ciudadanos
eligiendo a nuestros representantes en el estado, pero también pagando nuestros
impuestos al estado. Civilidad en cambio es algo más complejo: alude a sistemas
de relaciones no solo verticales con el estado sino horizontales y
transversales al interior de la, por Hegel llamada, sociedad civil.
La sociedad civil no es todo lo que no es estado, sino un
conjunto complejo de relaciones sociales. O dicho en estas palabras: no hay sociedad sin
asociaciones. A esas asociaciones pertenecen no solo las políticas –de
hecho estas, por su relación con el estado son más bien ciudadanas– sino a todo
tipo de relaciones no delictivas, formadas de acuerdo a las leyes que otorga el
derecho público. Lech Walesa, en sus tiempos revolucionarios, lo dijo en su
lenguaje simple, y de modo muy claro: “Luchamos por un nuevo orden que permita,
pongamos por ejemplo, a los criadores de canarios, organizarse entre sí, y
establecer enlaces con otras organizaciones dedicadas a otras cosas”. En
lenguaje más alambicado, Habermas nos hablaba de la interacción comunicativa
desde donde se generan discursos sociales que solo pueden nacer en democracia
pero que a la vez son forjadores de democracia. Eso se llama, civilidad. Esa
civilidad que había comenzando a aparecer durante Gorbachov, sería después
arrasada por la dictadura de Putin.
Pues bien, al oponerse a Occidente, la triada
antidemocrática de nuestro tiempo, la formada por Rusia, China e Irán, se está
oponiendo de hecho a las nociones de ciudadanía y civilidad prevalecientes.
Ambas han sido negadas al interior de sus propios países. El odio a Occidente
que profesan y propagan no es más que el terror a la posibilidad democrática en
sus naciones. Solo así nos explicamos sus agresiones a las democracias
externas. Por eso, el llamado nuevo orden mundial que postulan, sumándose a
ellos, de modo vergonzoso, gobiernos democráticamente elegidos como el de Lula
en Brasil, no tiene más objetivo que subordinar a las democracias del mundo al
dictado de las autocracias. O para decirlo de modo más imaginativo: se trata de
destruir los espejos donde los demócratas de sus países se miran.
Eso, justamente eso, es lo que está en juego en la guerra
a Ucrania. Quien no lo entiende así es porque definitivamente no quiere
entenderlo así.
Fernando Mires
@FernandoMiresOl
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