Orlando Viera-Blanco 12 de noviembre de 2024
@ovierablanco
El
triunfo del presidente Trump en EEUU podría resumirse en factores políticos
determinantes: voto castigo, voto a ganador [economía del voto], correlación
favorable costo/beneficio, descontento de gestión Biden y correlación inversa
de lo políticamente correcto. Pero también existen factores que podríamos
denominar seminales, originarios, culturales que tocando la fibra tradicional
del norteamericano, abrieron un boquete a la alternativa demócrata de Kamala
Harris. Un boquete ético-costumbrista que ni Taylor Swift, Beyoncé, Selena
Gómez, JLo, Oprah Winfrey no pudieron cerrar. Por el contrario lo que hizo fue
impulsar un sentimiento de “resistencia” oculto, silencioso, que no respondía a
las encuestas por quién votaría.
Hagamos
un análisis de este histórico triunfo de Donald Trump, alertó, alejado de
cualquier personalismo, de identidades o alejamientos, que no son parte del
estudio.
Populismo y descontento con las élites
Analizar
la victoria de Donald Trump en la reciente elección, obliga hacerlo desde la
perspectiva de la cultura política y social de los EEUU. Existen elementos
claves que ayudaron a que su discurso resonara con una parte considerable de la
población.
Trump
construyó su campaña en torno a un discurso populista que canalizó el
descontento generalizado hacia el “establishment” político y las élites en
Washington y otras zonas urbanas. Muchos estadounidenses, especialmente
aquellos en regiones afectadas por la desindustrialización y la falta de
oportunidades, sienten que las políticas de las últimas décadas no los han
beneficiado. Su promesa “drenar el pantano” dio con con votantes que veían a la
clase política como distante y desconectadas.
El
discurso “woke” asociado con el Partido Demócrata en EEUU aboga por una
conciencia social que busca reconocer y combatir las injusticias históricas y
estructurales, especialmente en temas de raza, género, sexualidad y desigualdad
económica. Este enfoque incluye políticas progresistas que promueven la
inclusión y la igualdad, como los derechos LGBTQ+, la equidad racial y la
justicia ambiental. Sus argumentos críticos e irreverentes pueden llevar a un
activismo excesivo y polarizante, aunque sus defensores consideran que impulsa
un cambio positivo.
El
discurso de lo ‘políticamente correcto’ que se identifica con woke, fue
contrastado por una narrativa conservadora, que apeló al rescate de los valores
fundacionales de los EEUU. La libertad económica, la igualdad de oportunidades,
el respeto a valores religiosos [cualquier tendencia] y la exaltación de la
América próspera y segura [que corre peligro], impactó.
La
desmitificación se fue a las raíces de la confederación. Por ejemplo se cree
comúnmente que la abolición de la esclavitud vino de los demócratas o que el Ku
Klux klan era un movimiento republicano. Pero no es así. El movimiento
abolicionista en EEUU fue apoyado por líderes principalmente republicanos. El
Partido Demócrata del siglo XIX defendía en gran parte los intereses del sur
esclavista, mientras que el recién formado Partido Republicano (fundado en
1854) incluía en sus filas a varios abolicionistas y se posicionaba contra la
expansión de la esclavitud en nuevos territorios. La elección de Abraham
Lincoln, republicano y opositor de la expansión de la esclavitud en 1860,
impulsó la guerra civil y finalmente, la abolición de la esclavitud en 1865 con
la Decimotercera Enmienda. Este sentimiento originario, fundacional,
conservador, histórico, se cotejó con el discurso del despertar inclusivo,
colocándolo como un salto oscuro, caótico, económica y socialmente inesperado e
inconveniente.
Trump,
roturando una crisis de identidad nacional, lanza el nostálgico slogan “Make
America Great Again”. La promesa de “Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez”
evoca una época más próspera, segura y homogénea. En un contexto de cambios
demográficos y globalización acelerada, Trump supo capitalizar el miedo al
cambio cultural y a la pérdida de identidad. Muchos votantes, especialmente
blancos de clase trabajadora, vieron en Trump, un defensor de los valores
tradicionales que prometía el regreso de un país más unido.
La
polarización y la cultura del “nosotros contra ellos”
EEUU
ha experimentado un aumento en la polarización social y política en las últimas
décadas. Polarización que se exacerba con una suerte de victimización,
exclusión latente y excesos migratorios. Por una parte los procesos judiciales
contra Trump crearon una inestabilidad institucional que trasciende en el miedo
colectivo. Una suerte de juicio público donde los medios hicieron de Trump, un
producto mediático más de lo que era. Trump aprovechó esa “ola”, recurriendo a
un lenguaje que enmarcó sus propuestas como la defensa contra “los otros”
(migrantes, países extranjeros, los “liberales”). Construyó un enemigo común,
alineando su figura como el único capaz de defender sus intereses en una nación
dividida y percibida como profanada.
La
exclusión de Trump de la red social Twitter y su rescate por Elon Musk en “X”
viene a favorecer ese sentimiento de redención y reivindicación del “acusado”
que aun siendo culpable, merece una segunda oportunidad. Gran parte de la
sociedad norteamericana creyó en la cultura de “nosotros contra ellos”. Una
sociedad fatigada de manipulación mediática, de los desniveles de atención
hacia los juicios contra Trump vs. los juicios contra Hunter Biden.
En
otras palabras, una sociedad conservadora, adulta, 45 y 65 +/, un 67% de la
población mayoritariamente blanca [ver atlas político USA] decidió salir ‘al rescate’
del redentor que además sienten como un salvador. Siguiendo ese mismo ‘safe
heaven’ se montaron hispanos y minorías étnicas El resultado: Trump ganó en
todos los segmentos de la sociedad: mujeres, hombres, blancos asiáticos,
latinos, negros, jóvenes, educados y menos educados.
La
narrativa cultural del perdón, la vida, la paz preventiva y la redención en un
país donde la moralidad pública favorece a quien representa la “lucha” [fight,
fight]. Trump es la expresión más parecida al héroe, al fajador norteamericano,
ganador de todas las batallas. La búsqueda del bienestar económico, el rechazo
hacia la socialización, hacia una política migratoria errática y una política
exterior vulnerable, también favorecieron al aprendiz-sic-. quién agendó la
campaña “América Primero”.
El
‘outsider’: medios, RRSS y David contra Goliat
La
ética protestante, especialmente en su variante calvinista, ha dado forma a la
cultura política estadounidense desde sus inicios. Su énfasis en la
autosuficiencia, el trabajo duro y el éxito individual ha cultivado una visión
del individuo como el arquitecto de su propio destino. En EEUU el obrero no
envidia ni desdice de su patrono. En el caso de Trump, su imagen de empresario
exitoso y “outsider” en la política, conectó con esta tradición. La moral
protestante estadounidense también tiene un fuerte componente de redención y
perdón. En el cristianismo evangélico y protestante, el perdón y la posibilidad
de empezar de nuevo, son valores esenciales. Esta ética fue instrumental para
Trump, quién pese a escándalos y polémicas personales, logró que muchos
votantes lo perdonaran o relativizaran sus errores. Para sus seguidores, Trump
era alguien que, a pesar de haber cometido fallos, estaba dispuesto a luchar
por ellos lo cual justificaba darle otra oportunidad.
La
victoria de Donald Trump también debe analizarse desde la composición
geográfica y demográfica, principalmente blanca, de carácter aspiracional y
resiliente. Trump logró movilizar a comunidades rurales y suburbanas de mayoría
blanca, donde muchos votantes se identifican con valores tradicionales y
conservadores. Esta base ve en él una figura que representa el sueño americano:
alguien que, a pesar de desafíos y adversidades, persevera. El sentido de
resiliencia en estas comunidades, muchas de las cuales enfrentan desafíos
económicos y un sentimiento de abandono por las élites urbanas, hizo que Trump
simboliza una lucha contra un sistema que perciben como distante y
desinteresado en sus problemas. Trump apeló a su aspiración por un futuro mejor
para ellos y sus familias, consolidando un apoyo fuerte en estas áreas y
logrando una movilización efectiva en estados clave [Belt States] que fueron
decisivos para su victoria.
La
retórica de Trump lo posicionó como víctima del sistema político, de los medios
de comunicación y una clase política elitista. Ese papel resonó como un hombre
común perjudicado por las élites, una historia enraizada en la tradición
norteamericana de la “batalla de David contra Goliat”.
La
teología del éxito hizo su trabajo. La relación entre éxito, moralidad y
elección salvadora, parte de la ética evangélica, fue determinante para los
votantes religiosos. La cruzada de los hombres de Jacob Ammann [‘amish’] a
Pensilvania representó una simbología y una comunidad de votos determinante. Y
se reforzó el descontento con la administración demócrata y el sentimiento
anti-incumbencia.
Su
enfoque en limitar el apoyo estadounidense a Ucrania caló con una base cansada
de conflictos internacionales, y su postura sobre inmigración reforzó su imagen
de líder fuerte y decidido. Nuevamente, Elon Musk proporcionó un canal en RRSS
que le permitió llegar a audiencias amplias y movilizar una base leal, cuando
había sido expulsado de twitter. Y pasó de perseguido a cazador.
Trump
y Venezuela
Trump
es percibido como un sujeto hostil y duro. Frontalidad que sus adeptos la
sienten como autenticidad y valentía para hablar “las verdades incómodas”.
Entonces aquellos que se ven reprimidos o censurados por expresar sus opiniones
en el espacio público, tienen en Trump a su vocero. La estrategia demócrata se
centró en temas de justicia social y diversidad, lo que, aunque relevante para
sus votantes urbanos y progresistas, generó desconexión en la ‘América
adentro’.
Los
demócratas han mantenido una política de “negociación” con Venezuela, otorgando
importantes concesiones a Maduro que no han sido compensadas ni a EEUU, ni a
los venezolanos, ni a la justicia internacional. Maduro ha sacado provecho de
esa desconexión demócrata con la verdadera esencia del régimen de Caracas.
Trump y los republicanos criticaron duramente la política migratoria de la
administración demócrata, describiéndola como poco firme. Esto reforzó una
narrativa de inseguridad donde salió a colación los grupos criminales como el
tren de Aragua.
Somos
de la opinión que Venezuela estará en la agenda de prioridades de Trump. No
aisladamente. Su compromiso de “saneamiento migratorio” tocará las relaciones
con Rusia, ajustes con China, México y mano dura con Irán, donde también entra
la guerra de Israel et al. No creo en políticas de intervención forzosa.
Tampoco pienso que Trump reeditará esta narrativa. Tienes otras herramientas
para persuadir, presionar y lograr objetivos, carácter que no tuvo la
administración Biden.
Se han
tejido muchos mitos urbanos. La agresión militar, salidas “de seguridad” o
intervención forzosa. El régimen sabe que vienen otros tiempos. Tiempos de
quiebre interno, de transición, de sabia y utilitaria redención. Cuba,
Nicaragua también están en la mira. Los aliados se “reagrupan” y desmarcan. La
primera en desmarcarse de Maduro será México. Brasil y Colombia están en eso.
Rusia será requerido por Trump, y vendrán desenlaces.
Ojalá
lo sepan interpretar y aprovechar. Después será tarde.
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
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