CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 08 de marzo de 2020
@CarlosRaulHer
Calígula
violó en público a un general y luego a su mujer, porque estaba aburrido. Chi
Shi Wan Chi, creador del imperio chino, hacía enterrar vivos en masa a los
niños de las provincias rebeldes. Enfurecido porque una colina “no dejaba
pasar” al ejército, hizo talar todos los árboles y pintarla de rojo (color muy
apropiado) devoraba mercurio porque, según sus médicos, lo haría inmortal cosa
que lo mató. Hitler hasta la hora final, movilizaba batallones inexistentes y
ordenaba fusilar oficiales “traidores”, entre ellos a Goering.
En
plena convención del Baath que proclamó a Saddam Hussein dictador de Irak, la
policía política detuvo decenas de dirigentes inconformes, y esa noche los
asesinaron. En los 80 Castro reunió temblorosos y valientes intelectuales que
pedían libertad de creación. “Que hable el que tenga más miedo”, y le respondió
el enclenque Virgilio Piñera: “Fidel, seguro yo soy el que tiene más miedo.
Quiero preguntarte es por qué debo temer”. Mesalina, la mujer del Emperador
Claudio, se acostó una noche con doscientos hombres.
La
emperatriz china Wu Zetian obligaba a los varones que iban al palacio a hacerle
cunnilinguis, so pena de muerte. Son enfermos de la cabeza y dueños de
cementerios personales. Gutiérrez Nájera es salomónico: “todos los dictadores
están locos”. Son heterosexuales voraces, homosexuales, bisexuales, impotentes,
paranoicos obsesivos, ansiosos, bipolares, introvertidos, cariñosos o crueles
con sus familias y animales (mujeres e hija de Stalin y Hitler se suicidaron).
Joaquin
Fest, Allan Bullock, Karl Schmitt, Isaac Deutscher, Jung Chang, Norberto
Fuentes, Robert Service, el best-seller Sebastian Ellner (me ha sido duro
hallar alguien que no diga haberlo leído) los estudiaron y una investigación
norteamericana sobre Hitler de 1942, pronosticaba su suicidio, pero gozaron de
inmensa popularidad y del apoyo, no solo “de las masas” sino de una
intelectualidad que sabía muy bien que hacía.
Armaos
los unos a los otros
¡Tantos
manifiestos en apoyo a Stalin y a Castro! Para clasificar su malignidad hay un
baremo sencillo: ¿cuánta sangre está dispuesto a derramar, incluida la suya, en
plan de cambiar el mundo? Los más domésticos, cuando las cosas se tuercen, se
meten en una embajada, huyen entre las brumas de sus millones y pasan la vida
pegados de la prensa de su país a espera del mítico retorno. Otra estirpe más peligrosa
tiene en la cabeza rellenos mesiánicos, los “revolucionarios”, marxistas,
fascistas, suprematistas, islamofascistas.
Para
ellos la vida de un hombre o de un millón no valen nada en el “huracán
revolucionario”. Mao, por ejemplo, declaró que sacrificaría tres cientos
millones de chinos para “derrotar el imperialismo” y en su etapa final dormía
desnudo con grupos de niños y niñas. Su narcisismo les hace creer que tienen
una misión. Pero ningún tratado comprende los tortuosos espíritus de estos
emisarios del horror, como MacBeth de Shakespeare.
Incontables
versiones penetran múltiples facetas del tirano y su terrible lady, pero
tomamos para título de este artículo la del japonés Akira Kurosawa. Es
apasionante su perspectiva porque las sociedades asiáticas solo conocieron
tiranías hasta la llegada de los europeos. Un asiatólogo de las dimensiones de
Alfred Weber, afirma que en Asia y África nunca nació la idea de libertad y que
en sus lenguas ni siquiera existe una palabra equivalente.
Es
una idea exclusivamente occidental que los hombres son “libres e iguales”
“todos somos hijos de Dios”, gracias a la figura y la prédica de Cristo, “amaos
los unos a los otros” (contra sociedades que creen en “armaos los unos a los
otros”). El Sermón de la Montaña es la reivindicación de los pobres en su
derecho de ser iguales, base de la democracia representativa. Y la libertad
nace con la disidencia de Lutero en el siglo XVI, al reclamar “libertad de
conciencia” para interpretar la Biblia.
Con
pies de barro
En
los dos fines de semana anteriores, la Fundación Humboldt nos ofreció un
MacBeth protagonizado por el dramaturgo, narrador, director y actor José Tomás
Angola con un equipo que lucha agónicamente por la cultura en este desolado
país, en el que nuestro esfuerzo es agónico en sentido unamuniano: lucha por la
vida, la justicia, la belleza y la democracia.
El
personaje de Shakespeare no profesaba ninguna ideología moderna de las que
hacen creer a los tiranos que encarnan al pueblo y tienen un destino
predeterminado para salvar a los pobres, la nación o la raza. Pero también se
sentía invencible, porque del más allá le habían convencido que ningún “hombre
parido por mujer” podía derrotarlo y esa eventualidad era tan absurda como que
“el bosque de Birnam se moviera hasta el castillo de Dunsiname” donde vivía la
pareja del trono sangriento.
Las
fuerzas oscuras engañaron al monstruo porque Macduff, el hombre que lo
aniquiló, nació por cesárea y los soldados avanzaron al castillo camuflados con
ramas de los árboles de Birnam. Antes de Freud, Lady MacBeth enloquece de
remordimientos y se dedica a lavarse interminablemente las manos para limpiar
la sangre que hizo derramar, y haberse lanzado, y a su marido a la perdición.
Los dictadores son sangrientos, pero humanos, aunque crean lo contrario. Espero
que, con ayuda de Stanislavsky, José Tomás Angola, convertido ese día en un
cruento asesino, se haya salido del papel.
Carlos
Raúl Hernández
@CarlosRaulHer
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