Américo Martín 08 de marzo de 2020
Entre
la espada y la pared, si te pela el chingo te agarra el sin nariz; son maneras
de traducir el título de esta columna de la mitología helénica a nuestro cómoda
Lengua española. Caribdis y Escila eran monstruos marinos del Mediterráneo
encargados de impedir el paso de las naves: al tiempo que uno desataba
remolinos, el otro devoraba los barcos batuqueados por las aguas revueltas.
Sólo el ingeniosísimo Laertíada, el divino Odiseo, sobrevivió con la ayuda de
la diosa y hechicera Circe.
Pero
el puñado de hombres y mujeres que están haciéndose cargo e las complejísimas
elecciones venezolanas, para mayor abundamiento, las tres planteadas: las
universitarias, las parlamentarias y las presidenciales, no parecen asistidos
por hechiceras, por el azar ni por la suerte. ¿Quiénes son los líderes que
dirigen, o pretenden hacerlo, de las dos últimas elecciones mencionadas? Se
aprecian significativos cambios en la conducción.
Para
el momento en que se escriben estas líneas nos acercamos, sin duda, a una
definición más precisa, lo cual sería uno de los hechos auspiciosos en este
océano de contradicciones y contrasentidos que flotan sobre la solución
electoral. Por el oficialismo se consolidan Nicolás Maduro y Jorge Rodríguez,
no sólo por una mejor comprensión de sus propios intereses sino también por un
manejo más diestro de las contradicciones en la alternativa democrática.
Figuras
como Diosdado Cabello –otro de los hombres fuertes del PSUV– tienden a venirse
a menos, mucho más después del atentado contra Juan Guaidó y su equipo en
Barquisimeto, que siguen restándole influencia en las decisiones oficialistas y
en las iniciativas del Poder.
Por
ejemplo, mientras Maduro y Rodríguez han encontrado un lenguaje común para
encarar con cierto éxito las propuestas de la mesa de la Casa Amarilla,
Diosdado no termina de flexibilizar su agresiva rudeza que en este momento ha
dejado de ganarle adeptos dentro de su partido. Como tampoco es propiamente un
escaso, se permitió, en tono inaudible, enviarle una flor a Fermín, gesto de efectos
contradictorios, tanto en la alternativa democrática como en el oficialismo. Al
fin y al cabo, en tiempo de tensión las ambigüedades no tienen buena prensa.
Estas
ambigüedades reflejan la diferencia básica que nos ha acompañado a lo largo de
los años: participar en las elecciones o abstenerse. Lo recomendable es no
sentar dogmas infalibles en ésta ni en ninguna otra materia. Dada la magnitud
de lo que está en juego y la correlación actual de fuerza de las dos aceras
enfrentadas, es evidente que el sentimiento de votar se ha afirmado aun cuando
del brazo de la exigencia de condiciones democráticas que proporcionen
credibilidad y confianza en el sufragio.
No
es necesario pedir la luna o refugiarse en demasías que no serían más que
pretextos para la abstención. Lo importante es que nunca como ahora había
contado la democracia venezolana con un respaldo tan grande, tan sólido y con
tanta vocación de logro.
Cerca
de 60 países de los sistemas regionales y universales están presionando con
admirable solidaridad y constancia por impedir que en Venezuela se cometa un
fraude.
Presión
que ha llegado al detalle de no descartar medidas capciosas del régimen para
apoderarse del sistema electoral. Es una de las grandes fortalezas de la
alternativa democrática.
En
la trinchera pluralista las decisiones dependen, obviamente, de Juan Guaidó, el
G4 y la clara mayoría de la Asamblea Nacional, muy a pesar del intento de
encanallarla fabricando un torcido paralelismo legislativo de subterránea
procedencia. Precisamente por eso la cúpula de Miraflores insiste en reducir la
consulta solo al parlamento. Pese a que las presidenciales de 2018 han sido
desconocidas por los países arriba citados, por la legítima AN y, según
consultas reiteradas, por la amplia mayoría nacional, Miraflores insiste en
disponer de un lapso que no le corresponde y, en ese sentido, espera valerse de
las contradicciones en el campo democrático con el fin de filtrar sus
ilegítimas aspiraciones.
Es
interesante contrastar la posición de la comunidad internacional con la de la
mesa de la Casa Amarilla, en el sentido de no aceptar elecciones puramente
parlamentarias. Estos insisten en que se “nacionalice” la política para
desestimar la presión mundial en defensa del derecho de los venezolanos a
elegir y ser elegidos libremente, que es un derecho humano expresamente
reconocido como tal, lo cual explica el interés de la conciencia democrática
universal en el destino de nuestro país, hoy una causa mundial antes que un
aislado caso nacional.
Américo
Martín
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