No creo que sea el miedo, a pesar de que miles de agentes cubanos están dispersos por todo el país. Tampoco la comodidad de la clase media. Ni la debilidad de los liderazgos y los partidos hoy en la oposición.
Aunque, nadie puede negarlo, es un fenómeno que efectivamente hace que mucha gente hable todo el tiempo de política pero actúe, de manera militante, muy poco.
Lo que hoy en día paraliza de una manera notable la capacidad de respuesta de los sectores democráticos que adversan a la cúpula cívico militar que gobierna el país es la perplejidad. Como lo define el Diccionario de la Real Academia Española, “la irresolución, la duda de lo que se debe hacer”.
Estamos en la misma situación de los niños que son víctimas de lo que en algunos lugares del país se llama el “choteo”. La partida de metras está avanzada. Los ganadores están confiados. Y, de improviso, dos zagaletones se avalanzan sobre el terreno de juego, gritan “¡Choteo!”, y se llevan todas las metras que están en el piso.
Los demás niños quedan paralizados. Se culpan unos a otros. Ninguno se imaginaba que sus circunstanciales compañeros de juego podían hacer tan grande ratería. Tardíamente algunos piensan que, a pesar de su debilidad, debieron haber enfrentado por la fuerza a quienes rompieron las reglas del juego. Otros, que pudieron haber estado más vigilantes.
En realidad la perplejidad los consume. Y los paraliza.
El “choteo”, la usurpación, la malandrería, el asalto vulgar a las instituciones, el robo evidente, es lo que ha venido caracterizando, en una arremetida sin precedentes en nuestra breve historia democrática, la acción política de la resentida cúpula cívico-militar que nos gobierna.
Decididamente dispuestos a violar todas las normas establecidas en la Constitución de 1999, la que ellos mismos redactaron y aprobaron, más temprano que tarde se quitan la máscara democrática que ocultaba el rostro autoritario y en vez de mover la raya amarilla, como venían haciendo hasta ahora, la violan y la orinan, la pisotean y la atraviesan.
Como salieron derrotados en cinco lugares claves para gobernar el país actúan como vulgares ladrones y, denigrando a la Fuerza Armada en su labor de guardianes de todo el país y no de sólo uno de sus sectores, operando además como guapetones de barrio con sus círculos de camisas rojas armados, se apropian de aeropuertos, puentes, edificios públicos, situados constitucionales para tratar de recuperar por la fuerza lo que por la razón electoral habían perdido.
Frente a eso, obviamente, es difícil actuar. ¿Cómo podían impedir los zulianos, por ejemplo, que les quitaran la administración del puente sobre el lago? ¿Qué tipo de insurrección popular deben hacer los mirandinos para que no se aplique la operación de hacer desaparecer su estado para controlarlo políticamente? ¿Qué harán los tachirenses si el TSJ aprueba como ha ordenado Yo, el supremo echar para atrás los resultados que hicieron a Pérez Vivas gobernador? Comenzó otra etapa. Si la cúpula cívico-militar aprendió a gobernar totalitariamente en medio de un contexto de simulación institucional, la disidencia tiene que aprender a responder en condiciones diametralmente análogas, la resistencia democrática me gustaría llamarla, por ahora para restaurar la Constitución de 1999. Para eso es necesario salir de la perplejidad. Terminar de manera conjunta de identificar a qué tipo de régimen nos enfrentamos y qué tipo de política se debe hacer para detenerlo. Pasar de asumir la resistencia como asunto de marchas (que por supuesto no hay que abandonar) a entenderla como una acción diariamente militante para la que es indispensable organizarse en cada terreno particular sin esperar a que nadie nos llame a hacerlo.
Tulio Hernandez
El Nacional
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