Juan Guerrero 09 de noviembre de 2018
@camilodeasis
La
banalidad del discurso político, en los últimos 25 años, gira alrededor de la
gran fiesta del espectáculo de la propaganda revolucionaria. Atrás quedaron los
viejos espectáculos de misses y grandes festines de passarelas. También, en
pequeña escala, de la farándula de actores con su consiguiente secuela de
amoríos y traiciones de medianoche.
Todo
ese protagonismo ha sido copado por los políticos. Han sido ellas y ellos
quienes ahora aparecen con su cursilería trasnochada, con sus voces de
borrachos amanecidos para hablarnos hasta el cansancio, de una realidad que de
tan trajinada ha sido descartada para ser ahora tomada en cuenta en su
veracidad. Es que todos estamos saturados de tanta desgracia, de tanta
aberración y de tanta obscenidad.
Porque
los políticos mienten. Esa ha sido una de las prácticas más putrefactas y comunes
en la vida de estos vendedores de ilusiones. De su fracaso todos estamos
seguros mientras ellos sigan enfrascados en querer aparecer al frente de
revoluciones, cambios, salidas, quiebres o cualquier otro eslogan que a bien
tengan utilizar para atrapar incautos.
En la
Venezuela del fracaso político continuado no existe líder alguno que aparezca
con credibilidad real frente a una población, total y absolutamente empobrecida
tanto material como intelectualmente. Es que la cursilería, la banalidad y el desenfreno
protagónico usados por estos vendedores de fracasos, han sido tan abrumadores
que es casi imposible encontrar un ciudadano que señale a un político como
garantía de su ecuanimidad y coherencia de argumentos.
Creo
que uno de los factores más significativos de este fracaso de los políticos en
Venezuela es su falta de lectura y escritura, y su buen hablar. Lo digo
asumiendo el riesgo de meter en un mismo saco de gatos y guacharacas, a todos.
Porque es una realidad que es evidente, notoria y comunicacional. No hay
político en este momento que se pueda indicar como apasionado lector, usuario
de la lengua escrita o que en sus actuaciones públicas, luzca atributos
intelectuales ni de buen y menos, magnífico orador.
Más
aún. Hay una pobreza de fluidez discursiva. Una lamentable muestra pública de
incapacidad fonética para articular una lógica idiomática. La argumentación de
coherencia y cohesión lingüísticas se evidencia en una tendencia a la
cacofonía, a la repetición discursiva. En fin, a una pobreza idiomática que es
indicativo de su escasez intelectual y, obviamente, de una originalidad de
ideas.
Usted
como espectador dedíquese a escucharles y haga un esfuerzo por leerlos en sus
manifiestos, que como esquelas de amores baratos, aparecen en esos documentos
cibernéticos llamados memes. Donde invitan a actos y encuentros políticos.
En
verdad se siente pena ajena, tristeza y dolor frente a las miles de víctimas
que esperan su turno en hospitales, centros penitenciarios y psiquiátricos,
para irse a un mejor destino: la muerte.
Hay
una corresponsabilidad entre estos individuos, llamados políticos, y los
ciudadanos desamparados en esta expresión geográfica llamada Venezuela. El acto
político en este país se convirtió en escenario de circo cavernícola. Una escenificación
donde actúan los políticos mostrando eso que mejor saben hacer: unos denuncian
la atroz realidad, entre gritos y arengas de incoherencias, mientras otros se
dedican a instalarse e instalarnos en la verosimilitud de una realidad de
confort que nadie conoce.
En eso
pasamos las horas, días, meses y estos últimos años. Es, ciertamente, un
gigantesco y dantesco espectáculo de prisioneros de su propia incapacidad
intelectual de lenguaje, donde los primeros actores siempre son los políticos,
y, pisándole los talones, esos mugrientos seres burlescos llamados militares.
Los dueños y señores del “discurso del silencio”, amos de la paz de los
sepulcros.
La
política en manos de estos seres banales es percibida por la población como
acto que se presta para transacciones comerciales, para actos oscuros de
tráfico de influencia y ganancia fácil.
Triste
destino este de la política para una sociedad abandonada a un incierto futuro y
a su propia suerte. Donde los escasos políticos que en verdad quedan, son vistos
como parte de un combo de payasos, disfrazados de salvadores de la patria.
Ellos están sepultando la poca credibilidad de 4 o 5 líderes que ya nada pueden
lograr, salvo lágrimas y sangre de su propio pellejo.
Juan Guerrero
@camilodeasis
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