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lunes, 12 de noviembre de 2018

Si yo fuera Zapatero por @goyosalazar



Por Gregorio Salazar


Viviría, como mínimo, sumido en hondas cavilaciones, con las sienes aprisionadas entre las mano buscando incesantemente la respuesta al hecho cierto de que después de más de dos años pretendiendo cumplir con el rol de mediador en la crisis venezolana no haya podido ganarme la confianza del vasto sector opositor, sino todo lo contrario.

Me atormentaría la evidencia inobjetable de que la controversia en torno a mi figura y mi actuación como facilitador del diálogo ha copado la escena y la ha avasallado de manera inconveniente, pues terminó por colocar en un segundo plano la necesidad que tiene Venezuela de que los dos alejados extremos de la política nacional se encuentren y concilien salidas urgentes a la crisis política y medidas que comiencen a revertir las grandes calamidades que arrasaron las condiciones de vida de la población.

Dejaría de una vez por todas de incurrir en el desacierto de buscarle atenuantes a la responsabilidad del régimen en el caos nacional para asignárselas a otros factores internos y externos, tal como ha sido política reiterada del oficialismo.

Aunque parezca una nimiedad, administraría mejor esas sonrisas desplegadas cuando esté al frente de los amos del poder en Venezuela. Me convencería de que la gran mayoría de los venezolanos no les hace gracia esas carantoñas palaciegas y lee esas exhibiciones como una señal de connivencia o entendimiento con los autores de su tragedia. En medio de la hipersensibilidad ciudadana, esas escenas de mutua complacencia acaban con cualquier presunción de desinterés del mediador y de ellas se ha servido el régimen para estigmatizar la mesa de diálogo y sembrar el descreimiento sobre su utilidad y eficiencia.

Me interrogaría muy francamente sobre si la división que ha tomado cuerpo en el seno de la oposición a partir de la agria y permanente controversia sobre mis ejecutorias no ha desbalanceado el proceso de negociación en beneficio del régimen. Entendería que la fractura que se produjo esta semana en el seno de la Asamblea Nacional va a ser un factor concomitante, y no en forma positiva obviamente, sobre cualquier reinicio de negociación. En principio porque ya no serían dos, sino tres los factores en pugna.

Pero más que eso, me preguntaría si la decisión del Poder Legislativo no ha llevado a su mínima expresión la posibilidad de permanecer como propiciador en la búsqueda de un proceso de diálogo.


¿Estoy en condiciones de pasar por alto esos cuestionamientos ahora de carácter institucional?

Pero dejemos hasta aquí este informal ejercicio de ponernos en el calzado de Zapatero y aterricemos en la evidencia de la decisión de un sector de la oposición de no cerrar definitivamente la puerta al diálogo, sobre todo si mejoraran las condiciones para ello. Y ese diálogo pudiera reabrirse a despecho de los sectores en contra.

Zapatero pudiera renacer de sus cenizas si se interpretara que la fracción de la AN que votó en su contra no se opone exclusivamente a él y sus equívocos, sino contra toda posibilidad de diálogo con un régimen que redujo los intentos anteriores a simple burla, ganó tiempo para afianzar sus posiciones y encajó reveses a la oposición, que a cambio recogió como fatídica cosecha el rechazo y/o el descreimiento de sus seguidores. El rechazo no sería única y básicamente al personaje sino al proceso todo. La pregunta es si quienes no lo han condenado de plano en la AN estarían dispuestos a quedarse con el “malo conocido” descartando al “bueno por conocer”.

Dicen las empresas de sondeo de opinión que más del 60 % de los venezolanos quiere la paz y la solución pacífica de la crisis. Eso implica diálogo y negociación, que es decir impulsar y generar condiciones desde la oposición que el gobierno se ha empeñado una y otra vez en demoler.

11-11-18




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