Por Piero Trepiccione
Hemos visto infinidades de
veces a Lionel Messi, Cristiano Ronaldo y muchos más, practicar fintas
para confundir a los defensores en el fútbol. Es un movimiento que intenta
mostrar que se va a ir hacia un lado y se termina yendo para el otro. Es una
forma clásica de “engañar” y poder avanzar más fácilmente hacia el logro del
objetivo, que puede ser dar un pase a un compañero mejor ubicado para anotar un
gol o intentar hacerlo directamente liberado ya de la marca del jugador
engañado. Es un ejemplo clásico en el deporte más popular del mundo, pero
también se usa en otros deportes como el baloncesto, las carreras de
automóviles, el rugby, el fútbol americano entre muchos más. Es una
táctica para confundir al adversario y facilitar los triunfos.
En la vida también es muy
típico que nos consigamos con multiplicidad de fintas para lograr
objetivos. En el mundo empresarial es muy común ver a corporaciones
haciendo anuncios públicos cuya intención de trasfondo sea confundir a las
firmas competidoras. En las relaciones de pareja, las escenas artificiales de
celos son ejemplo típico del concepto de finta. Cuando se trata de conquistar a
una pareja, existe prácticamente un recetario de fórmulas que ayudarían con
este fin aplicando fintas de diversa índole. Ni hablar de estudiantes que al no
haber cumplido con las tareas se inventan fintas variopintas para conseguir
prórrogas o el perdón de los docentes.
Pero en la política las
fintas son mucho más delicadas y complejas, sobre todo por las
consecuencias que pueden generar en el corto, mediano y largo plazo. Hitler las
usó mucho en su tiempo. Le mostró a Inglaterra, Francia, Los Estados Unidos y a
la Unión Soviética, que él no representaba ningún peligro para Europa y el
mundo. Y claramente no fue así. Las consecuencias de sus actos aún hoy se
padecen con mucha crudeza. Y ejemplos como éste los hallamos por doquier en la
historia antigua, medieval y reciente de la humanidad. Líderes políticos que
mostraban una cara y luego salían con otra. Con consecuencias terribles para sus
pueblos.
Las fintas o el engaño
enganchan a multitudes que respaldan masivamente proyectos políticos que
luego resultan ser verdaderos personalismos conllevados al extremo del culto
colectivo. Estas fórmulas terminan aniquilando el Estado y los controles
institucionales necesarios para garantizar la democracia.
Los mediadores no hacen
fintas
Estas últimas semanas en
Venezuela hemos visto la utilización de la técnica de las fintas en su máxima
expresión. Se ha hecho protagonista a una figura como José Luis Rodríguez
Zapatero, ex premier español, quien ha copado reiteradamente la agenda pública
del país. Si, parece algo absolutamente insólito, pero cierto. En un país con
una hiperinflación devastadora del poder adquisitivo de su gente, con serias
dificultades en los servicios públicos, con una tasa de migración sin
precedentes, con un déficit público alto en extremo y una situación humanitaria
al borde del colapso, la noticia central y el foco de atención del debate político es Rodríguez
Zapatero, quien sirvió de mediador en los procesos de negociación
intentados en los últimos meses que no llevaron a resultados concretos.
El liderazgo político de
oposición se canibaliza para debatir en torno a este personaje que lejos está
de la cruel realidad-país actual. Eso verdaderamente se llama una finta
política. Creo que Cristiano y Messi se deben sentir contentos por haber sido superados
en su capacidad de engaño al adversario. Pregunto yo, ¿no hubiese sido más
sencillo decir que Zapatero ya no podía seguir siendo mediador en el proceso y
ya? Tenemos claro que para ser mediador se requiere el apoyo total de las
partes en conflicto. Si no se tiene ese apoyo, no se puede ser mediador y se
pasa a otra etapa de búsqueda. Pero las fintas son muy útiles cuando la
visión política es extremadamente cortoplacista.
11-11-18
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