Freddy Omar Durán 06 de julio de 2019
Fue
tal la avalancha de venezolanos y colombianos que se agolpó en las afueras del
Centro Comunitario de Prados del Este, en la ciudad de Cúcuta, el pasado
martes, que el operativo para abrir citas para el registro de nuevos
colombianos, que se extendió hasta la medianoche de Venezuela, no pudo atender
a todos aquellos que incluso acamparon en la noche en el lugar.
Los
que quedaron por fuera, sin embargo, al finalizar la tarde se consolaron con la
promesa de que el miércoles serían atendidos, y para eso se ajustaron a
las listas llevadas por los “líderes” de
grupos de 30 personas. Sin embargo, ya alrededor de las 11:00 de la noche,
cuando muchos se habían ido confiados en el compromiso, hubo “cambio de luces”
y se quedó en que ellos serían los primeros en ser atendidos el 1 de agosto,
fecha que se cambió al 2.
No
obstante, al día siguiente nuevamente surgían rumores de que esas listas nada
valían y que todo pudiera tratarse de ser un vil engaño para dispersar los
campamentos nocturnos; otros refutaban esa versión, diciendo que no solo se
cumpliría con la “palabra empeñada” (sic.-palabras de un efectivo del Ejército
colombiano), sino que las listas –alrededor de 11, porque 23 habían sido
dispensadas el martes- serían expuestas a las afueras de la sede ad hoc de la
Registraduría.
Aunque
varios medios de comunicación pedimos a un policía, quien en la mañana fue el
único que proporcionaba información, la presencia de un vocero oficial, para
que explicara por qué prácticamente se suspendía el operativo el miércoles –el
segundo de los 2 días establecidos-. Guarecido, desde un portón, el gendarme
cuidaba de que no entraran sino los encargados de los operativos, y los que
incluso habiendo entrado en la noche, no pudieron ser atendidos, y que fueron
llamados por una lista.
Otro
de los rumores también indicaba que la orden vino de muy altos mandos de la
Cancillería colombiana, pues se venían elecciones y no se podía atender a unas
1.600 personas que en cada operativo logran su cita. La relación del sufragio
con el cumplimiento de un derecho constitucional que no se puede burlar, no la
entendieron muchos de los presentes.
El
fantasma de las listas y el bululú que en múltiples escenarios se vive en el
Táchira, se trasladaron a unos cuantos metros de la frontera con Venezuela.
Por
supuesto, a dicho escenario no le faltaron sus “vivos”, sus despistados, y más
que todos ellos, muchos no tenían ni para comprar un refrigerio, bajo un sol
algo benigno el día martes.
Algunos
sencillamente se desanimaban y se iban; a otros no les importaba sacrificar lo
que sea, con tal de lograr su propósito. Un albañil venezolano afirmó haber
perdido tres empleos por venir a hacer cola infructuosamente en varias
oportunidades, para el mismo fin.
Tal
desinformación solo hizo cundir el desánimo, las lágrimas y la ira entre muchas
personas, que incluso venían de estados alejados de Venezuela, como Apure, Aragua,
Mérida o Trujillo.
Muchos
se quejaron porque no era justo que, así como han tenido que pasar
humillaciones en suelo patrio, también deban sufrir igual en otros lares. No
faltaron los que tuvieron que pagar hotel, comida y transporte, perdiendo eso
gastos al no ser atendidos.
Eran
dos ambientes que tenían que controlar los funcionarios del Ejército y la
Policía colombianos, de Cancillería, de Registraduría, ciertamente en número
muy limitado para tanto demandante, en turba, a ratos calmada, y a ratos
vociferante, pues no soportaban tantas horas de pie, sobre un piso de grava o
bajo la sombra de árboles en un matorral, sobre improvisados asientos de
cartón, piedra o ladrillo.
El
desorden llegó a un punto que en varias oportunidades se paralizó la actividad,
hasta tanto la gente se comportara, se alejara de la puerta.
Se
intentó organizar el caos con un sistema de lista, similar al que se usaba para
las colas de combustible, de 30 números, que se depuraban a medida que muchos
se retiraban.
Entre
los grupos se dio cierta camaradería y sirvió a muchos para hacer catarsis,
respecto al largo calvario –con tantos peajes de corrupción- que se tiene que
vivir para obtener la nacionalidad colombiana. Cada quien contaba su historia,
pero en todas se repetía el deseo de irse de Venezuela, porque ya no soportan
la crisis económica.
También
esos corrillos servían para asesorar y revisar los papeles que debían
presentar, en vistas que afuera la única información que había era un papel, ya
humedecido y arrugado, pues los funcionarios se cuidaban de ser abordados, al
borde del ahogo por la muchedumbre.
Al
finalizar la tarde, con megáfono en mano, el registrador encargado del
operativo intentó llegar a un acuerdo con los rezagados, que se espera que sean
cumplidos, pues fueron registrados. Se calmaron los ánimos y se contuvo el
embrollo.
Pese
a que es obvio que la dimensión del problema escapa de las capacidades del
Gobierno colombiano, y quienes aspiran a la nacionalidad, para ellos o sus
hijos. así lo entienden, no podría considerarse imposible “humanizar” la
situación.
Al
momento los funcionarios, policial y militar, que trataban de controlar el
gentío se portaban a la altura de la presión; pero no faltaron los ratos en que
“se salían de la ropa” y soltaban algunos “desguisados”, afirmando que los
desórdenes se armaban en Venezuela y no en Colombia. A quien tal prenda soltó
se le olvidaba, entre otras cosas, que muchos de los que solicitaban atención
eran colombianos, de retorno o ya residenciados, y que querían resolver la
situación de sus hijos, previendo el agravamiento de la crisis en Venezuela.
Por
casualidad de la vida, entre los presentes se hallaba un hombre que necesitaba
la nacionalidad colombiana para su hijo, porque requería para este una atención
médica de urgencia en los Estados Unidos, pues durante protestas en la ciudad de
Mérida recibió un perdigonazo y perdió el globo ocular.
Se
prestó una atención especial a los de la tercera edad y a quienes venían con
sus hijos, pero no faltó el malicioso que aseguró que entre los menores había
muchos “niños prestados”. Se calcula que pudieron ingresar al Centro
Comunitario 900, cifra lejana a lo que en el común de las jornadas se atiende.
Los
que alrededor de la 11 de la noche salieron de Prados del Este y no tenían
dónde alojarse en Cúcuta, debieron cruzar la trocha en horas de la madrugada y
confiarse en medio de la oscuridad a los baquianos.
Fuera
de 4 desmayos y otros pequeños casos médicos atendidos por el personal de la
Cruz Roja, apostado en el sitio, no se reportaron más hechos que lamentar.
El
miércoles, más y más personas iban llegando, pero de inmediato se les
informaban que no se les atendería ese día.
Porfiadamente,
armaban una nueva lista y se negaban a irse; hasta que por fin se convencieron,
con un profundo dolor, que ese no era su día. Muchos temían que su oportunidad
se alargaría hasta el próximo año, pues es normal que las elecciones del
presente año en Colombia redirijan las acciones de la Registraduría Nacional
del Estado Civil a otras funciones.
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