Américo Martín 06 de octubre de 2019
Mis “desocupados lectores” –así llamaba Cervantes a
los suyos- advertirán que en esta columna he cambiado aunque quizá no tanto el
perfil de los temas que suelo tratar en TalCual, el diario
de Teodoro dirigido por Coscojuela en la era digital. “He cambiado”: eso se
notará al comenzar la lectura. “Pero quizá no tanto”, se percibirá al final.
- ¿Llamar
“desocupados” a los amables lectores ¿no es un inmerecido insulto?
En modo alguno, es solo una exhortación a leer con
calma y atención, para lo cual –obvio es– deben estar desocupados.
Dos causas me inducen al cambio de hoy. La primera, la
conclusión de la lectura, cual desocupado lector, de la muy vasta y profunda “Suma
del Pensar venezolano”, editada por la Fundación Empresas Polar y en
cuyo Liminar afirma con probidad Asdrúbal Baptista: “se recoge en compendio la
historia vivida del país en sus más diversos aspectos…”
La segunda es la andanada contra verdaderas o
infundadas modificaciones a la estrategia formulada por Guaidó. Ácidas
condenas reveladoras de una insuficiente comprensión del significado de la
Política. Hieratismo, apego a la letra, dogma. Dicho todo con el mayor
respeto hacia quienes con angustia venezolana las formulan.
En su Diálogo El Político y antes en el de La
República, Platón la concebía en su doble condición de ciencia, con sus
rigurosas regularidades; y arte, el toque personal, la imaginación creativa, la
viva improvisación, ayudadas por la realidad científicamente estudiada. Porque
a la habilidad, improvisación y audacia para introducir variantes, le vienen de
lo mejor los datos certificados de la realidad. Por esa doble condición de
ciencia y arte, Maurice Duverger comparó la Política con el dios Jano: un
severo rostro científico y otro alegre, artístico, flexible, inesperado.
Tanto amaba Platón el recóndito tesoro de la Política,
que intentó ejercerla como activista. Pero las inevitables asperezas del oficio
le hicieron desistir tal vez por miedo a ser colocado en la disyuntiva de su
maestro Sócrates: Te desdices de tu impiedad o te suicidas (léase: la cicuta)
La política es la actividad humana más importante.
Todas las demás, en su estupenda autonomía, se dan orientaciones políticas:
educativa, económica, militar, internacional, etc. Y en sentido estricto su
tema nodal es la forma de alcanzar el Poder del Estado para realizar –exitosa o
aterradoramente– la visión programática de los vencedores. La experiencia del
ejercicio político ha permitido definir ciertas reglas que piden mucha cabeza
fría. Para Platón Fuerza y Temple sobresalen en los políticos dignos de
tal nombre.
Sin fuerza no hay pasión y sin ese combustible no
arrancan los grandes movimientos. Pero sin Temple para contener desbordes
emocionales, dictar virajes oportunos, desarmar trampas y volverlas contra sus
autores, la pasión se desagregará en el desahogo y no en el logro.
Apegarse a la letra de una política sin aceptar
variantes es conferirle un carácter dogmático-religioso. Puro gesto sin logros.
En los años 60 oí decir:
- ¡Perdimos pero
mantuvimos en alto nuestra victoriosa bandera!
Dícese que en el corazón reside la pasión y en el
cerebro la razón, pero es ésta la que gobierna y cambia cuando deba hacerlo.
Betancourt denostaba los descarrilamientos emocionales de los 60 ¡Cabeza
calientes!, clamó.
Creo que mi artículo de hoy admite cuando menos tres
conclusiones: primera, el eje conformado por Guaidó y la AN aciertan por
flexibles, no por inflexibles. Segundo, cuando se piensa con el corazón las
palpitaciones se congelan y las neuronas se incendian. Tercero, sin crítica no
hay éxito posible, pero aceptemos que la Política a veces tiene razones que la
Antipolítica no entiende.
Américo
Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico