Trino Márquez 03 de octubre de 2019
@trinomarquezc
Las
expresiones de xenofobia de reducidos grupos de la sociedad peruana, incluidos
policías y medios de comunicación, han causado un hondo impacto en Venezuela.
La ahora exdiputada Esther Saavadra, de Fuerza Popular, partido dirigido por
Keiko Fujimori, en una intervención en el Congreso llegó a solicitar que el
ejército sacara a los venezolanos, malos y buenos, de esa nación. Lanzó una
proclama similar al Decreto de Guerra a Muerte: venezolanos, contad con la
muerte aun siendo inocentes, le faltó decir a la señora.
¿Por
qué tanto odio del fujimorismo contra los miembros de la diáspora que se
encuentran en Perú? La conocida periodista Rosa María Palacios, en su programa
Sin Guion, señaló que ese encono perseguía distraer la atención porque los
reflectores de la opinión pública estaban colocados sobre los casos de
corrupción que salpican a la mayoría fujimorista del Congreso y en las
tensiones existentes entre el Parlamento y el Ejecutivo. Ya sabemos cómo se
resolvió el conflicto. El presidente Martín Vizcarra decidió clausurar el
órgano legislativo y convocar nuevas elecciones en enero próximo. Las piruetas
chauvinistas del fujimorismo no fueron eficaces. Esther Saavedra y Keiko
Fujimori deben de estar decepcionadas. Sin embargo, el problema de la xenofobia
va más allá de la manipulación política.
Nicolás
Maduro condenó de forma categórica los episodios de persecución y acoso a los
venezolanos. Era lo menos que podía hacer quien es el gran culpable de la
tragedia que viven millones de compatriotas expulsados al exterior. Su aparente
furia no puede encubrir esa responsabilidad inocultable.
Hacia
Perú se han movilizado más de medio millón de venezolanos. Acnur, la Oficina
Internacional de Migraciones y el gobierno peruano estiman que 2019 cerrará con
una población cercana al millón de exiliados. Esta cifra es muy alta para una
nación de proporciones medias como esa. El impacto en los servicios públicos
será muy alto. Al Gobierno le resultará muy difícil atender las demandas de esa
población tan elevada.
Ese
choque hay que examinarlo en su contexto. En un trabajo publicado en BBC Mundo,
el periodista Ángel Bermúdez señala que los gastos realizados por los
venezolanos en 2018, de acuerdo con cifras del Banco Central de Perú,
representaron un punto de los cuatro que creció el PIB durante ese lapso. En
otros términos, la contribución fue de 25%. Nada despreciable. Otro dato
significativo, también según el banco central, es que la inflación en 2018
disminuyó, especialmente porque la oferta laboral del contingente de
venezolanos permitió que la remuneración salarial se mantuviera estable. La
gran mayoría de ellos trabajan en el sector formal. Solo una franja compuesta
por 30.000 compatriotas se desempeña en el sector informal. Los venezolanos contribuyeron
a que hubiese crecimiento sin inflación y sin expansión acelerada de la
informalidad, objetivo que toda economía sana aspira.
La
periodista Rosa María Palacios ha desmontado algunas mentiras difundidas por
los xenófobos. Una de ellas es que los venezolanos están protegidos por la Ley
de sueldo mínimo vital. Palacios demuestra que tal prerrogativa no existe. La
ley de sueldo mínimo rige para todos los trabajadores peruanos, sin que se
discrimine o privilegie a ningún estrato en particular. Otro dato relevante es
el que se refiere a la delincuencia. Los xenófobos dicen que los delitos han
aumentado de forma exponencial. Una nueva distorsión. En Perú la población
penitenciaria asciende a 70.000 reclusos. De ellos, solo 74 son venezolanos.
Entonces,
¿a partir de cuál criterio se establece que los venezolanos son ‘delincuentes’?
En el grupo emigrante hay capas que carecen de educación y formación en un
oficio calificado. Este núcleo trata de ganarse la vida de formas poco
convencionales. Algunos transgreden las normas. Cometen delitos. Lo mismo
ocurría con quienes abandonaron Perú durante la aciaga década de los ochenta,
cuando los terroristas de Sendero Luminoso y Túpac Amaru causaban pánico entre
los peruanos y muchos de ellos huían despavoridos hacia otras naciones del
continente, entre ellas Venezuela. Aquí nadie dijo que todos los peruanos eran
unos gamberros que debían ser expulsados en masa.
La
xenofobia siempre conduce por caminos descarriados. Lo que más les duele es que
70% de los venezolanos que se hallan en Perú poseen títulos universitarios. Son
profesionales y técnicos de alta calificación. El pequeño lote de desadaptados
que han cometido actos repudiables no representa a la inmensa mayoría que ha
salido a buscar un destino mejor al que Nicolás Maduro y su socialismo del
siglo XXI ofrecen. Los xenófobos odian al extranjero, al que es distinto,
porque son mediocres, no se atreven a competir, tienen complejo de inferioridad
y colocan la responsabilidad de sus males en factores externos.
La
buena noticia es que en la capital peruana se formó hace algunos años el Grupo
de Lima, que reúne a gobiernos democráticos que enfrentan sin tregua a Nicolás
Maduro. En este momento ese comportamiento solidario debemos subrayarlo, al
igual que la actitud de la mayoría de los peruanos, que han recibido a los
venezolanos con respeto y fraternidad.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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