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viernes, 4 de octubre de 2019

Aporofobia, por @camilodeasis




Juan Guerrero 03 de octubre de 2019
@camilodeasis

No creo que los actos de rechazo contra algunos venezolanos que se están registrando en países, como Perú, Ecuador, Panamá, entre otros, sea por su nacionalidad, o porque sean negros o blancos o por feos o bonitos.

La razón es muy sencilla: son pobres. Los actos de rechazo, de existir realmente, por xenofobia, se habrían realizado años antes, en aquellos días cuando los venezolanos salían a esos y otros países con las manos colmadas de dinero para gastarlos en compras, turismo y propinas.

Que sepa, no encuentro registros donde aparezcan manifestaciones de odio a venezolanos por llegar a gastar ni invertir en negocios ni cuentas bancarias en dólares. Por el contrario, esas sociedades estaban abiertas y dispuestas, con sus gobernantes incluidos, para recibir de muy buena gana, a los venezolanos de los tiempos del “ta barato, dame dos” de aquellas décadas pasadas.

Me refiero a esto que titulo en mi artículo y que se denomina aporofobia o aversión, rechazo y miedo al pobre y la pobreza. Los venezolanos pobres y su pobreza están siendo rechazados progresivamente, como resultado de una visibilización de ese estigma social que marca a quién sale de su lugar de origen, con una mano adelante y otra atrás, a pie por esos caminos desolados del mundo, sin rumbo cierto ni tampoco nadie que lo espere.

Porque este venezolano que vaga desnudo en lo material, espiritual, académico y psicológico, es la peladera ambulante, pura y simple, la propia escoria social que así es vista, definida y tratada en cualquier sitio del mundo.

Lo afirmé hace tiempo en uno de mis escritos. La migración venezolana, que ya se acerca a los 5 millones de seres humanos, ha tenido cerca de 4 etapas u oleadas. La primera ocupó la salida de quienes nada tenían que perder y sí, mucho que ganar. Acaudalados herederos, empresarios, presidentes de transnacionales. Una segunda oleada la ocuparon los profesionales y técnicos calificados, y que en otros países eran disputados como verdaderos trofeos del saber, por su capacitación y experiencia en su área de conocimiento. Chile y Ecuador han salido adelante con este aporte en el área de las ciencias médicas. La tercera oleada ha estado compuesta por técnicos medios, artesanos, emprendedores y jóvenes recién graduados. En los dos anteriores casos, los países receptores ganan doble: no invierten en la formación académica y obtienen un profesional ya formado y con experiencia. La última oleada siempre es la indeseable. Son los históricos “pata en el suelo” o como los rebautizó el chavizmo, los “rodilla en tierra”. Ambos herederos del ancestral “Juan Bimba” del siglo antepasado venezolano.

Exportar pobres y miserables es lo que está de moda en el mundo. Eso ya lo han advertido muy bien los especialistas, como la profesora Adela Cortinas, quien acuñó el término aporofobia, para diferenciarlo de xenofobia y chovinismo.

Para muchos traficantes de la política y el control social los pobres huelen mal, son un estorbo para cualquier país en las circunstancias en que se plantea en la actualidad el desarrollo humano y la tan cacareada globalización. Por eso, y para perfumarla, a los pobres y miserables se les está buscando un valor, una rentabilidad que permita justificar invertir en ellos.

Por eso las migraciones que en las dos últimas décadas se han visto en el mundo, sobre todo del África y ciertas regiones del Medioriente y Asia, y ahora de Centro y Sudamérica, se están vinculando, sea con realidades basadas en control de áreas geográficas estratégicas, religiosas o ideológico-políticas. Son las “puntas de lanza” para posicionar poderes.

A los pobres se les “usa” para eso y más, porque con algo deben pagar su estancia en otro sitio. Atrás quedaron los días cuando los migrantes y refugiados, por las razones que fueran, eran usados como fuerza bruta para trabajos, como jornaleros en las plantaciones de frutas en EEUU, o los llamados braseros colombianos en las haciendas del sur del lago de Maracaibo, en Venezuela. En esos y otros países siempre, como ahora, en calidad de semiesclavitud.

Pues bien, por estos tiempos los pobres y la pobreza revisten mayor importancia porque puede explotarse, bien como “mercancia” usada con fines políticos, religiosos, o para divertimento, como masa sexual o conejillos de indias para experimentos biotecnológicos.

Por cierto, en el Perú de los años dorados de Fujimori, se ordenó “esterilizar” a cerca de 350000 peruanos, todos pobres, marginales e indeseables indígenas, de manera forzada, justificando un supuesto control de la natalidad. La verdad era otra, más tenebrosa e hipócrita.

Hay que dudar de estos supuestos rechazos de venezolanos por razones xonófobas. Más bien parecen actos propagandísticos bien calculados. Creo que detrás de ello puede existir todo un plan para distraer la atención de otros focos, políticos, religiosos, económicos, mucho más serios y reales.

Juan Guerrero
@camilodeasis

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