Por Simón García
A Maduro le está yendo muy
mal, pero al país peor. La población, devastada por un insoportable ciclo de
destrucción, vive la tragedia de estar entre un gobierno que se niega a morir y
una oposición que no acierta en la ruta para salir de las crisis.
La alternativa está detenida
por una obstrucción catastrófica. Una maraña incrustada en el poder, de
intereses no todos políticos, impiden el avance económico, el equilibrio
social, la estabilidad política y el restablecimiento constitucional de la
democracia.
La contradicción principal
no es entre gobierno y oposición, sino entre la sociedad toda y esa macolla
autocrática que impone un modelo autoritario de hegemonía excluyente.
¿Tiene el régimen su tiempo
contado? La mayor desdicha, dice Sancho en algún lugar de El Quijote, es la que
aguarda que el tiempo la consuma. Esta claro que este régimen, centrado en
perpetuarse contra todo resquicio de alternancia, no va a negociar su
disolución, a menos que mantenerse en el poder sea su peor opción. Y aún así,
necesita, no solo que la oposición lo enfrente con una estrategia exitosa sino
que le formule una oferta creíble con garantías para integrarse a un proyecto
democrático.
Las preguntas, palancas para
abrir nuevas comprensiones de lo real, deben asediar constructivamente la falta
de logros de la ruta de los tres pasos. En su momento inicial, ya con los
caballos atravesando el río, había que apoyarla porque ofrecía un desenlace
rápido, mediante acciones militares que producirían la renuncia o destitución
de Maduro. Pero diez meses después es evidente que la estrategia del cese
no democrático a la usurpación se agotó.
El empuje inicial del
liderazgo de Guaidó y de la política de la Asamblea Nacional debe ser repotenciada.
No con acciones aisladas y ahondando los enfrentamientos internos en la
oposición, sino apelando a un pensamiento de cambio que recupere el vínculo
entre la política y la suerte de los condenados por la crisis, la solidaridad
con los más débiles y un diseño de sociedad deseable que amplíe los alcances y
los actores implicados hasta ahora en el plan país.
No podemos contemplar
impasibles que el descontento con el gobierno no se traduzca en entusiasmo por
la oposición. Mientras nos desafían los por qué hay que romper el
acostumbramiento al empate.
Presionar a los dirigentes
de los partidores opositores para superar estas carencias y limitaciones tan
negativamente influyentes. Alentar el tercer lado, no como una tercera opción
para competir con la oposición existente, sino como una vía independiente para
fortalecer a los partidos democráticos de cambio, a la recomposición de la
estrategia, a la política transicional y a la dimensión cívica de la política.
Actuar para reunir y unificar esfuerzos para retomar negociaciones que pueden
descentralizarse dentro de una perspectiva común.
Abordar una transición
ordenada exige reponer la iniciativa de Noruega, asumir como avances parciales
los acuerdos de la casa amarilla y lograr un entendimiento plural, a diez años,
para reconstruir las bases de una sociedad convivible para todos.
Sin entendimiento entre los
actuales proyectos rivales no habrá reconstrucción, gobernable y sustentable,
para Venezuela. Una condición ineludible que nos exige competir para ser mejores
como fuerzas modernas de cambio. Apura un mal que, lejos de la política
digital, duele y extermina.
21-10-19
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