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martes, 25 de agosto de 2009

...y del alma.

No voy a contarles absolutamente nada de la concentración en el Centro Lido, ni de las pancartas ni de la gente. Hoy no.

Solo voy a relatarles la grosera represión de la que fuimos objeto los que este sábado 22 de agosto luchamos por la LIBERTAD de nuestro país.

Caminamos por la ruta que nos indico el régimen como los judíos cuando los soldados de la GESTAPO los guiaban a los trenes que los conducirían a los campos de concentración.

Caminamos por ese túnel rodeados de policías, guardias nacionales y bomberos de nuestro país, esos mismos que consideramos nuestros hermanos venezolanos.

Caminamos con todas las salidas, las bocacalles, las entradas al Metro trancadas por patrullas de uniformados.

Caminamos sin seguridad, caminamos sin miedo.

Reconozco que no estuve en primera plana cuando lanzaron la primera arremetida de las bombas criminales…. pero estaba muy cerca… por lo que solo vi correr a la gente hacia mí, lavarse la cara con vinagre, coger aliento y regresarse.

A ese grupo me uní.

Llegamos de nuevo a la línea divisoria entre el derecho a protestar y el excesivo abuso del poder de las armas.

Esperamos sentados, solo para demostrar que no teníamos miedo, solo por convicción, por principios y sin más ni más viene la segunda arremetida. Bombas que venían desde los lanzadores de las filas armadas.

Volver a correr, volver al vinagre, volver a nuestros puestos… volver a sentarnos.

Y allí con ellos y con nosotros se quedaron Carlos Vecchio, Leopoldo López y Luis Ignacio Planas como uno más sin pretensiones de líderes sino con la rabia compartida que nos unía en ese momento.

Viene la lluvia y los muchachos, y nosotros, no nos movimos de nuestros sitios y ellos tampoco. Ahora los estudiantes, seis de ellos, se acostaron delante de la fila soldadesca en señal de RESISTENCIA pero cuando amainó la lluvia se separa del batallón el soldado que se atrevió a vociferar el infausto discursuelo. Minutos antes peleaba con los manifestantes, el pueblo caraqueño, aduciendo que ya era tiempo de terminar esta “payasada”, que el permiso era hasta las tres …( eran las dos horas y diez minutos de la tarde) y que “sus” soldados ya estaban cansados…

“- Se acabó esta vaina-“

Acto seguido tomó el micrófono y con el poder que dan los cinco minutos de gloria ordeno a la arremetida final: los soldados se abrieron en columnas y comenzaron a correr tirando sus bombas de gas, la ballena pasó entre ellos tirando bombas de gas, el helicóptero sobrevoló tirando las bombas de gas.

Los cadetes arremetieron contra los muchachos que permanecían acostados y les tiraron las bombas directamente a sus cuerpos. Sin lastima, sin compasión.

Los manifestantes corrían pero las bocacalles estaban cerradas, los manifestantes corrían pero las entradas del Metro estaban atestadas de gente, los manifestantes corrían sin saber adonde iban porque las nubes densas de las bombas no les permitían ver.

Los periodistas con sus mascaras anti-gas, las mascaras de guerra se acostaron en la calle para captar la aberración de las tropas venezolanas y los lentes no pudieron seguir a toda la injusticia que se cometió.

Los soldados arrinconaron a los que no corrieron a lo largo de la Avenida Libertador. No nos dejaban correr ni ayudar a los que caían detrás de nosotros; nos condujeron a las entradas del Metro sin permitir caminar por las calle y el Metro estaba inundado con el gas; no podíamos escaparnos de la avenida central porque las bocacalles están custodiadas con los soldados obedientes.

Y esos soldados, hermanos venezolanos… si, son venezolanos y no cubanos ni iraquíes ni congoleses… esos soldados, impávidos, nos trancaban las calles que nos hubieran permitido escapar del gas maligno.

Y ese soldado que dio la orden maldita seguía gritando con el megáfono en mano “ – Y ahora si corren... no ique eran valientes?-“

“- Donde están los lidercitos que los comandaban-“

“ – Ningún escuálido tumbará a mi comandante Ch…-

Y esos soldados nacidos en este suelo seguían persiguiendo a todos los que manifestamos por la LIBERTAD DE VENEZUELA con las camisas rojas detrás de ellos.

Y esos soldados castrados de Venezolanidad no merecen llamarse venezolanos, no merecen tener hijos venezolanos, no merecen a esta Patria grande que demostró, una vez mas, que Venezuela no se rinde y que rodilla en suelo solo ante Dios y la Virgen de Coromoto.

Milagros Nieto
milagrosnieto@yahoo.com


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