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domingo, 28 de junio de 2015

La irracionalidad de la tolerancia, @felixpalazzi


Por Felix Palazzi, 27/06/2015

Un valor no tiene ley o precio. Un valor ha de ser valorado y apreciado en tanto valor

Sólo tolera el mal quien no lo sufre o no tiene entrañas de compasión, quien se hace indiferente ante lo que sucede o quien ha perdido toda esperanza en que las cosas cambien. No solamente es irracional soportar el mal, es también inhumano y perverso permitirlo. La tolerancia como valor no puede reducirse a la simple idea de sobrellevar o conceder una dispensa a la ley común. El cristianismo católico hasta antes del Concilio Vaticano II sólo entendió la tolerancia como la dispensa al error. La convicción de poseer la verdad y estar en ella, favorecía a la interpretación de la tolerancia como la virtud de soportar el error en función de un "bien mayor" o en razón de un plan divino oculto. En el fondo se escondía una profunda petulancia de la Iglesia que se entendía como una "sociedad perfecta". Afortunadamente san Juan XXIII y el Papa Pablo VI abrieron paso a otra forma de entender la tolerancia, desde la relación de la Iglesia y el mundo y con las otras religiones. No nos ocuparemos de la historia de la fe cristiana en este artículo. Hoy nos urge entenderla en nuestra realidad.

La tolerancia surge en el contexto moderno para garantizar la convivencia y la pluralidad de opciones que tienen vida en todo grupo social. En el liberalismo político las sociedades democráticas tienen el deber y la necesidad de encontrar su legitimidad en medio de la pluralidad de propuestas políticas, morales, religiosas y filosóficas. Para tal fin John Rawls sostiene que el Estado y sus ciudadanos están comprometidos en construir una sociedad que garantice la libertad e igualdad de todos. Ello conlleva la profunda convicción del deber y la exigencia de la participación plural y simétrica al formular los propios acuerdos, así como la obligación de respetarlos. Para que esto se cumpla la instancia de la justicia debe garantizar el derecho a la legítima defensa y el respeto a los derechos humanos. Como podemos apreciar, el valor de la tolerancia en la filosofía liberal se transforma en la garantía de la pluralidad y la equidad social. Desde esta equidad y participación pública Rawls insiste en la necesidad de buscar las "justificaciones razonables" que permitan alcanzar acuerdos y garantizar la convivencia social.

Pero, ¿cómo vivir en una sociedad en la que no se garantiza o se promueve la igualdad de oportunidades sociales y políticas de todos sus ciudadanos?, ¿cómo lograr acuerdos si no hay la voluntad ni la claridad para alcanzarlos?, ¿qué instancias permanecen si la justicia no es capaz de garantizar la igualdad de todos?, ¿podemos ser neutrales ante situaciones, sociedades o grupos humanos que deciden ser fundamentalmente intolerantes?, ¿cómo alcanzar acuerdos "racionales" frente a la evidente "irracionalidad" que niega todo derecho o diálogo? Lo cierto es que las teorías parecen naufragar ante la dureza de la realidad. Nuestra realidad global y nacional pone en duda toda posibilidad de vivir de modo tolerante.

Un valor no tiene ley o precio. Un valor ha de ser valorado y apreciado en tanto valor. Luego del genocidio de Ruanda algunos optaron por invertir en la educación como instancia privilegiada para alcanzar la reconciliación y sanar al país. La educación de las futuras generaciones es una de las instancias privilegiadas para recuperar la salud social. Ello implica un proyecto a largo plazo, proyecto con el que ya estamos en deuda. Sanar nuestras instituciones y la dinámica social requerirá del esfuerzo de todos, pero éste debe empezar por la asunción y el aprecio de aquellos valores que nos permitan, al menos, vivir "razonablemente".

Doctor en Teología
@felixpalazzi

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