Por Yedzenia Gainza, 14/10/2015
Hace unos días Merritt Smith, una mujer indignada se dio a conocer por
dirigir unas palabras al hombre que en un hospital le dijo a su pequeña de
cuatro años –que acudía allí por una paliza que un niño le había dado en la
escuela– : “apuesto a que le gustas”.
La indignación de la madre fue tal que no pudo callarse, pues dice que
en ese momento se dio cuenta de que allí empezaba todo, y tiene toda la razón.
Desde pequeñas muchas niñas pasan la jornada escolar lidiando con verdaderos
salvajes que suben faldas, tocan traseros, tiran del pelo, y un subestimado
largo etcétera.
Esta manía de buscarle justificación al maltrato es la semilla que
germina en muchísimas mujeres que luego no saben cómo interpretar los insultos
o los golpes que en no pocos casos las llevan a la tumba.
Ya basta de esa nauseabunda estupidez de “quien te hace llorar es quien
te ama” o “me duele a mí más que a ti”. NO, NO y NO. Esas son las excusas bajo
las que se escudan los maltratadores. Y esas excusas no son solamente
utilizadas por los familiares de los agresores, sino aceptadas entre risas por
los referentes adultos de quienes padecen en medio de una confusión que huele a
muerte.
El maltrato no solamente es el que ejecuta la pareja o esa peligrosa
categoría que insiste en serlo sin considerar la voluntad ajena. El maltrato es
también la mirada que recibe una mujer cuando por fin un día suelta todo eso
que la oprime y la hace vivir con miedo a terminar en los titulares de un
noticiero. Al maltrato se suma el “¿por qué?” que la mayoría de los hombres
pregunta antes de un “¿estás bien?” como si hubiera un motivo para justificar
una bofetada. El maltrato además es conocer la situación y no llamar a la
policía porque “si no lo hace ella por algo será”. También es preferir no
saber para luego no tener que alojarla en tu casa –con los niños, si tiene– ni
convertirse en parte del blanco. Maltrato es pensar “ellos se entienden así”
sin tener en cuenta que ella no ve salida a su situación. En pocas palabras, el
maltrato no se queda en lo que hace la bestia que agrede a una persona, sino
que abarca el silencio, la indolencia o el veredicto de quienes le rodean.
A los doce años una muchachita que pasaba el recreo frente a la
cafetería del colegio, de repente fue empujada hasta los vestuarios en los que
un chico más alto que ella la besó a la fuerza. Se supone que un beso por
sorpresa es algo romántico, pero hace falta recordar que sorprender no es
sinónimo de obligar. Si una chica da puños para que la suelten, sobran las
interpretaciones. Mientras ella intentaba liberarse escuchaba las risas de los
que animaban al “machote” sin hacer el menor esfuerzo por ayudarla porque todos
asumían que a ella le gustaba, tenía que gustarle. Los mismos que estaban
cruzados de brazos al principio son los que luego reaccionaron ante los puños
del chico que ya no se sentía tan machote cuando la niña presa de la rabia y el
miedo decidió engancharse a sus labios y morderlos con fuerza hasta que el asco
por la sangre que le entraba a la boca la hizo desistir. Allí sí intervinieron
–para salvarlo a él–. Ella nunca contó en casa lo ocurrido, ni que el chico
entre sollozos por el labio partido exigía que citaran a sus padres y la
expulsaran por haberle roto la boca. Ambos siguieron en el colegio, el labio
partido que todavía lleva el agresor fue suficiente para que a nadie se le
ocurriera molestarla nunca.
Si le gustas no te pega, no te insulta, no te tira del pelo, no te hace
bromas pesadas. Si te quiere jamás tendrás que salir corriendo a encerrarte
bajo llave, dormir con un ojo abierto, inventarte excusas para justificar
moretones, ni caminar con su mala sombra a la parada del autobús o al salir de
clases. Si le gustas te sorprenderá con un beso que recordarás por la dulzura
del gesto y no por las marcas en tus muñecas.
Si te quiere, no aparecerá ante ti pidiendo que le perdones mientras
empuña un arma. Si quiere que estés a su lado no te dará una paliza alegando
que lo sacas de sus casillas, que te lo has inventado, que nadie te va a creer
porque no tienes testigos, ni jurará que no se va a repetir. Porque sólo una
certeza puedes tener: se repetirá, una y otra vez.
Así que si en algún momento te has echado a llorar sintiendo que el
mundo se te viene encima, has ido de copas con tus amigas teniendo un nudo en
la garganta, le has contado a un desconocido que tienes miedo de morir
asesinada, has mirado para atrás mientras caminas, has pedido a alguien que te
acompañe a casa, has mirado dos veces antes de abrir la puerta, te has
maquillado un morado, has llamado a la policía… No te engañes, no le gustas
como tampoco le gustabas al que te levantaba la falda en el colegio. No te
quiere como tampoco te quería el que no te dejaba en paz en la barra del bar o
en la puerta de tu casa aunque se lo hubieras pedido mil veces. No es cierto que
se esté muriendo por ti, lo que sí es posible es que seas tú quien termine
muriendo por él.
Cualquiera que tenga en sus manos la oportunidad de hablarle a una niña
golpeada puede intentar decirle cualquier cosa para animarla, pero no quitarle
importancia al hecho como si desde pequeña tuviera que aceptar y acostumbrarse
a que el amor se manifiesta a palos.
¡ESO NO ES AMOR!
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