domingo, 31 de enero de 2016

El amor y la política, por @felixpalazzi



FÉLIX PALAZZI sábado 30 de enero de 2016

Al referirnos al amor y la política parece que estuviéramos hablando de dos realidades antagónicas o desvinculadas entre sí. Si por una parte el amor es comúnmente asociado al ámbito de lo privado y de los sentimientos, la política, por otra, suele tener su marco referencial en el ámbito de lo público y el ejercicio del poder. Por ello, es común que la vinculación entre el amor y la política sea a simple vista difícil de establecer. Esta dificultad aumenta cuando el discurso político elude al amor aun frente a la tragedia real del otro o ante la dramática emergencia de nuestro presente. Paradójicamente, el amor ha sido, muy probablemente, la categoría más usada por el gobierno para instaurar su proyecto político.

Si la política es un ámbito complejo de estudio, mucho más lo es el amor. San Agustín se refería al amor como anhelo o deseo, de modo tal que "amar no es otra cosa que anhelar algo por sí mismo". Todos sabemos que amar es desear, tener pasión, alegría, esperanza y disfrute de lo que se ama. Pero el deseo por sí sólo no es suficiente para afirmar que realmente amamos a algo o a alguien. El deseo se configura y adquiere forma real en aquello que lo mueve o motiva, en el fin hacia al cual éste se mueve. Por ello Agustín reafirma: "mi amor es mi peso; él me lleva adonde soy llevado".

Esto lleva al santo teólogo a distinguir entre el amor como caritas o cupiditas."Cupiditas" se refiere al amor que se queda en la desesperanza, el temor, la desconfianza y el miedo porque sólo se busca a sí mismo. En cambio, el amor como "caritas" se muestra en la confianza, la esperanza, la participación y, al final, en la eternidad. El amor como "caritas" busca al otro, o a Dios, por lo que el otro es o representa en cuanto valor en sí mismo. En este laberinto y arduo trabajo que significa crecer en el amor todos estamos hechos de intentos continuos de amarnos a nosotros mismos y a nuestros mezquinos deseos, a la vez que queremos confiar y tener esperanza para abrirnos a algo mayor, a la eternidad.

El amor es la fuerza más humana que existe. Por ello, no debemos dejarlo como un valor abstracto, relegado al mero sentimentalismo o reducirlo a lo privado. Cuando el poder se refiere al amor, se refiere también al ejercicio de la justicia y la reconciliación. Sólo desde el amor se puede unir aquello que se encuentra separado y así preservar el vínculo de esa unión por medio de la justicia. La justicia consiste en hacer que la libertad del otro sea una libertad plena, que el otro tenga lugar y sea reconocido en sus capacidades y derechos.

Sin el amor la justicia se pierde en lo equitativo y reivindicativo, y puede llevar a la distorsión de la realidad y de las relaciones sociales. Sin la justicia el amor pierde la equidad que lo hace concreto en la historia. Sin la justicia el amor no encuentra los cauces apropiados para trascender el ámbito de lo privado o individual. En tal sentido, el amor no anula la justicia sino que la reinterpreta en el horizonte mucho más amplio de la generosidad y el reconocimiento mutuo. Sin el amor como "lógica de la abundancia" la justicia se torna simplemente "utilitarista".

Cuando el poder político usa el amor para satisfacer sus propios deseos y para aceptar sólo a aquellos que comparten su misma opción partidista, entonces ese amor se ha transformado en "cupiditas". Cuando la justicia no está al servicio de esclarecer la verdad, sino de justificar pequeños y parciales relatos de la realidad, incluso falseándola, entonces el amor no es más que una caricatura que oculta los obscuros deseos del poder.


Felix Palazzi
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi

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