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viernes, 29 de enero de 2016

En la ruta del guayuco y del conuco


Por Froilán Barrios Nieves


En medio del fragor de las dos guerras mundiales acaecidas en el siglo XX, la humanidad entera temió que la intensidad del conflicto conllevara una crisis civilizatoria, un apocalipsis, que en definitiva nos trasladaría como el túnel del tiempo a la edad de piedra, por el cúmulo de ciudades y pueblos pulverizados y por los millones de muertos en todos los continentes.  


Si bien es cierto en Venezuela no padecemos un apocalipsis del tamaño de los conflictos citados, no deja de ser preocupante al extremo el proceso degenerativo de nuestra sociedad, de nuestra forma de vida y del surgimiento de un sentimiento retrógrado colectivo como es el miedo, el pánico a lo desconocido, en un país que te vio nacer, que te brindó posibilidades de educarte, crecer en armonía, hoy lo ves cómo se derrumba ante los ojos de todos ante la inercia gubernamental.

Pareciera que fuera noticia de otro país el parte económico diario, donde hemos sufrido el peor paquete económico que dudo haya sufrido cualquier pueblo latinoamericano en los últimos 30 años, al ser impactados por índices de inflación demoledores de 200%, de 300% y ya se habla para 2016 de hasta 700%, que precarizan la vida de millones de seres humanos, como ya lo estamos viviendo en Venezuela.

Esta realidad dramática se ve a diario en los mercados populares, cuando los cabeza de familia se acercan a los mostradores y piden “véndame 3 cebollas, 2 tomates, 4 papas” o “véndame 300 bolívares de carne molida, 200 gramos de queso”, donde no hay siquiera con qué rendir la compra, cual milagrosa multiplicación de los panes para el grupo familiar típico en nuestro país de 5 a 8 personas.

Vamos en barrena a un tobogán de la miseria, ya que si no hay para la alimentación, mucho menos habrá para el vestido, la educación, la condición de vida decente que exige todo ciudadano y su familia, con un salario mínimo de 9.648 bolívares. Y una canasta alimentaria que ronda los 100.000 bolívares. Y una canasta básica cercana a los 180.000 bolívares. Ante esto la gran pregunta: ¿qué cristiano en nuestro país devenga estos ingresos? 

Por tanto, la indolencia gubernamental es criminal cuando insiste en dar como respuesta, y señalar la guerra económica como culpable de la atroz situación que fulmina, en barrios, urbanizaciones, campos, ciudades cualquier esperanza de vida digna e incluso de supervivencia, al incluirse el tema de la salud y el desabastecimiento de medicinas que ya ha producido numerosos decesos en la población.

De allí que la decisión de la Asamblea Nacional de negar el decreto de emergencia económica presidencial dignifica a un pueblo en ruinas estafado por un régimen barbarazo e inconforme con la riqueza acumulada. Igualmente la votación del 6-D reclama una política contundente de solución a esta terrible crisis nacional, desatada por una gestión destinada a llevarnos a la indigencia del conuco y el guayuco, si no somos capaces de detener la repetida farsa gubernamental. No es tiempo de aguas tibias, es tiempo de decisiones firmes que rescaten nuestros valores democráticos.

27-01-16




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