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domingo, 31 de enero de 2016

Gerardo Blyde: La guerra entre poderes es suicida para todos los venezolanos


Por Hernán Carrera


Convencido de que el Gobierno sigue leyendo mal los resultados del 6D y de que en la oposición hay quienes aún apuestan a “vías rápidas”, advierte que la confrontación es un camino sin salida conocida, como no sea el de una espiral de violencia

En un país donde el común de los líderes políticos es tan proclive a los fanatismos como hábil para las mudanzas de discurso y opinión según el soplo de los vientos y los, digamos, costos de oportunidad, Gerardo Blyde parece querer ser excepción. O una de las pocas.


Desde que en 1999, con 35 años de edad, se estrenara en la política al presentar ante la antigua Corte Suprema de Justicia un recurso que logró modificar las bases –elaboradas por Chávez– del referendo consultivo que convocaría a una Asamblea Constituyente, el hoy alcalde de Baruta ha perseverado, con ecuanimidad también inusual, en posturas siempre apegadas a los mismos principios.

A partir de entonces, Venezuela ha vivido una veintena de procesos electorales, un golpe de Estado, un paro general, un paro petrolero, la muerte del líder máximo y único del proceso revolucionario, innúmeras protestas y guarimbas y hasta una Salida sin llegada o –no sólo de políticas vive el hombre– un crecimiento económico pasmoso que devino en crisis de proporciones catastróficas. El mismo Blyde, por su parte, ha transitado desde el anonimato y la abogacía hasta la mayor votación que haya recibido un diputado (año 2000) o un alcalde (2006); de la secretaría general de Primero Justicia a la de Un Nuevo Tiempo; de la condición de dirigente partidista a la de presidente de la Asociación de Alcaldes por Venezuela, que agrupa a los ídem de la oposición en todo el país. Y, cosa curiosa, cuesta recordar que alguna vez, una al menos, haya recetado salsas distintas para el pavo y para la pava.

Así lo deja ver aquí, una vez más, al hablar sobre el nuevo país que instauró el 6D, sobre las actuaciones y los ruidos de gobierno y oposición en ese escenario, sobre legalidad y legitimidad, sobre la imperiosa necesidad de diálogo para destrabar la política y atender el drama social y económico. Y, punto primordial, sobre los peligros de saltarse esa necesidad por acudir a una “vía rápida” que, advierte, no sólo llevaría a deslegitimar a la actual mayoría parlamentaria, sino que empujaría a Venezuela hacia una espiral de violencia de indescifrable final

Nada más lícito que discrepar de sus opiniones, claro está. E incluso adversarlas. Lo que parece indudable es que el país, el país como un todo, ganaría al siquiera considerarlas.


Hay que dejar nacer la Constitución del 99

—Yo creo que el 6 de diciembre fue la apertura de una válvula de presión importante que se estaba acumulando en el país. Y que se sigue acumulando, pero al menos fue un escape para que el país manifestara: por una parte, los que somos opositores de siempre, nuestra disconformidad con el gobierno imperante y la situación institucional del país; y por otra parte, los que no eran de oposición y votaron por la unidad –o se abstuvieron o votaron nulo–, un castigo a un gobierno que ha sido incapaz, en el tiempo que tiene, de enfrentar una crisis económica que se ha traducido en crisis social y, también, por la crisis de seguridad personal que sienten todos los venezolanos.

Bien dice el dicho aquel que “amor con hambre no dura”, y yo creo que llegó el momento, el 6 de diciembre, en que el pueblo venezolano –en su mayoría– le dijo a ese gobierno: “No te amo. Este amor se acabó porque hay hambre, porque hay problemas y porque el dinero no alcanza”.

Creo que el gobierno leyó muy mal los resultados y se empeña en pelear y cazar una polarización en el país, cuando el país no está diciendo eso. El país le dio una oportunidad a este gobierno para cambiar las cosas. Cambiar las cosas desde la acción de gobierno, pero primero tenía que haber tenido una acto de constricción y de humildad. No de constricción sin humildad, que fue lo que nos sucedió con el mensaje presidencial. Constricción es decir: “Me equivoqué, los invito a todos, todos los sectores, a construir un país distinto”. Porque todavía es gobierno, todavía es el Ejecutivo Nacional. Aquí no hubo una elección presidencial, aquí hubo una elección parlamentaria. Y era el campanazo más fuerte para que rectificara, en su conducta y en su dicho.

—¿No ha llegado ese campanazo a Miraflores?

—Creo que no lo hizo. Creo que retó otra vez, y trata de crear guerras y polarizaciones que lo mantienen en el plano político del discurso –el mismo que usó en la campaña electoral y que no le rindió frutos–, porque el plano económico y social está demasiado pegado a la gente en su día a día. Y el plano político en el cual quieren mantener el discurso –como quieren llevar a allí la oposición, y que la oposición caiga también en ese plano político y únicamente del discurso–, creo que es un error. Creo que nosotros tenemos que mantenernos en el mismo plano en que se mantuvo la Unidad Democrática durante toda la campaña electoral: no mordiendo anzuelos en el plano político, pero sí trabajando en el plano económico y social con la gente. Eso, en primer lugar, sería como el arranque de esto.

Lamentablemente, como no hay signos evidentes de voluntad de cambio en quien ejerce el poder –quien ejerce el poder está en Miraflores, no está en la Asamblea Nacional, que es un poder autónomo, independiente, pero con competencias constitucionales muy claras y delimitadas–, como no hay signos de cambio, yo creo que este año va a ser tan o más duro de lo que fue el año pasado para los venezolanos en general, sin distinción. Yo creo que este va a ser un año social y económicamente complicadísimo, cuya suerte la está trazando el propio Maduro, desde Miraflores, al empecinarse en no entender el mensaje que el venezolano en general le dio el 6 de diciembre. Hablar con la arrogancia, accionar con la arrogancia de la mayoría a la que estuvieron acostumbrados por años, cuando ya no lo eres, dista mucho de lo que el venezolano le dijo al presidente de la Republica el 6 de diciembre.

—¿Se puede prescindir del plano político en un momento tan complejo como este?

—Evidentemente, hay planos políticos que tocar, porque tú no puedes hacer inoperativa la Asamblea Nacional con un control institucional, no la puedes capar –y disculpa la expresión– en sus funciones institucionales y legales. Hasta ahora los poderes venezolanos han sido auto-complacientes, por la forma en que se montaron: hasta la elección de este Parlamento, de la Asamblea Nacional este 6 de diciembre, la Constitución del 99 no ha nacido, porque no la han dejado nacer los que controlan el poder.

Cuando tú hablas de un Tribunal Supremo de Justicia y un aparato judicial independiente y autónomo, de un Poder Ciudadano independiente y autónomo, de un Poder Electoral independiente y autónomo, y después de todos los años de vigencia de la Constitución –desde el 99 para acá– no los veías, sino que los veías entregados al Poder, es simplemente porque no había un sistema de pesos y contrapesos como tiene que tener un Estado republicano por obligación. Un sistema judicial no puede estar sumiso a un Poder Ejecutivo. Tampoco un Parlamento. Un sistema judicial debe estar sumiso a la ley. ¿Y sumiso a la ley para qué? ¿Para qué se crea un Poder Judicial? Para que tú, como ciudadano; yo, como ciudadano; cualquiera de nosotros, no sea aplastado por ningún poder. Para que cuando un alcalde pise tus derechos, tú tengas a dónde acudir, y que ese tercero –que se llama Poder Judicial- te reponga tus derechos y sancione al alcalde.

Y lo mismo si es un ministro, lo mismo si es un parlamentario, cuando, ejerciendo sus funciones de legislador, apruebe una ley que cercene o eche para atrás derechos laborales o derechos sociales adquiridos –no se puede retroceder sobre ello–, y tú como ciudadano tienes derecho a acudir un tercero que lo ponga en cintura y lo vuelva a meter dentro del orden jurídico. El imperio de la Ley y la democracia social sólo se garantizan con un Poder Judicial autónomo, un Parlamento que controle y, también, un Ejecutivo que haga su función de ejecutar.

Patentes de corso ya no hay

—¿Y ahora? ¿Se da ese contrabalance o asistiremos simplemente a una pugna de poderes?

—Yo creo que esto es un primer ejercicio democrático, al cual el Poder no está acostumbrado –este poder que nos gobierna–, pero que tiene que entender que va a tener frenos, que va a tener que negociar, en los buenos términos de la palabra negociación en democracia, y que va a tener límites. Y que para poder avanzar, tiene que convencer y no imponer; para poder avanzar en políticas que rescaten la economía del país y los logros sociales que ha podido tener esta revolución.

Eso por un lado. Por el otro, tienes un Parlamento que tiene que entender que no pude ser obstruccionista per se, sino que aquellas propuestas –tanto en lo legislativo como en lo orgánico– que pueda realizar el propio Ejecutivo Nacional, que puedan ser aprobadas y debatidas porque vayan en beneficio del pueblo venezolano, las va a tener que aprobar. Igual que con aquellas que no lo sean, pues va a tener que decir por qué no.

Es decir, aquí nadie, en este momento, tiene una patente de corso para actuar, o para hablar, o para hacer. El único que tiene la palabra más fuerte se llama “pueblo de Venezuela”, y está observando la conducta de cada uno de los poderes.

—Los encuestólogos, e incluso voceros de la propia oposición, han sostenido que el pueblo no votó por mayor pugnacidad, sino por un cambio que implique soluciones.

—Igual que tampoco el pueblo votó para darle dos terceras partes a la oposición, para que luego otro poder, a través de vericuetos nada jurídicos y muy poco legales ni constitucionales, le tuerza la voluntad al pueblo. El pueblo también está viendo a ese Tribunal Supremo de Justicia, está viendo cómo se comportan esos magistrados. Porque al final el pueblo es el que castiga, y va a castigar duro. Aquellos que no entiendan este momento en el que estamos metidos, pues lo verán. Porque la crisis es mucho más fuerte de lo que aquellos que están en cargos públicos están viendo.

Fíjate que hay un ejemplo bien interesante: cuando Chávez estaba punteando las encuestas en el año 98, Acción Democrática y Copei decidieron –en el antiguo Congreso– adelantar las elecciones parlamentarias, y lograron mayoría en ese Parlamento. Creyeron que con eso, controlando la Corte Suprema de Justicia y controlando el Parlamento, iban a poder controlar a Chávez, que iba a ganar las elecciones unos meses después. Pero el pueblo había decidido cambiar. Y ese control institucional que pretendían imponer en contra de la voluntad del pueblo, bueno, meses después gana Chávez y se lleva por delante toda esa institucionalidad.

—¿Hay realmente similitud de condiciones?

—Mira, no hay institucionalidad preconstituida que pueda contra un pueblo que decidió cambiar. Ni este Tribunal ni el Ejecutivo Nacional van a poder frenar el impulso y el deseo de cambio del venezolano, por más inconstitucionalidades que quieran realizar a través del control institucional que ejercen. Una cosa es el control institucional legal –y tenemos dudas muy serias sobre la legalidad de 13 magistrados–, pero ese control no puede estar por encima de la legitimidad del pueblo. Me llamó mucho la atención una declaración del expresidente del TSJ, que dice que “los diputados que fueron impugnados son legítimos pero no son legales”. Si un juez tiene que decidir entre aquello que es legítimo y aquello que es legal, con los ojos cerrados debe decidir a favor de lo legitimo, por encima de lo legal. Jamás al revés, porque estaría decidiendo en contra del pueblo y eso es muy delicado.


 Destrabar la política

—Con un país tan hondamente fracturado en dos mitades, y ante una crisis económica y social como la actual, ¿hay alguna posibilidad, para Venezuela, distinta al diálogo?

—Yo no la veo. Hay quienes hablan de salidas rápidas, fáciles… Yo creo que si aquí se produce una salida rápida del Ejecutivo Nacional, será porque el propio Maduro buscó, al no rectificar, esa salida. Pero yo no la veo. Yo insto en este momento al nuevo Gabinete –que no es tan nuevo–, y al presidente de la República, a que rectifiquen de verdad, de fondo. Porque el país no se merece que nosotros entremos en una espiral de guerra institucional. Los venezolanos no se merecen que entremos en una guerra de poderes, en una guerra inter-institucional. Pero, adicionalmente, el país no se merece seguir hundiéndose. Y más importante es eso que permanecer cualquiera en el poder. Más importante.

Ojo: si no hay esas rectificaciones, aquí hay un recientemente electo Parlamento Nacional, recientemente legitimado. Y un castigo enorme a un gobierno nacional que ha sido incapaz de frenar la crisis y, por el contrario, nos ha hundido más en ella. ¿Quién gana, ante el pueblo, en una pelea inter-institucional? No me cabe duda de que ganaría el poder más legitimado recientemente. Pero tampoco quiero esa guerra. Esa guerra es absurda, esa guerra es suicida para todos los venezolanos.

—¿Cómo podría –o debería– comenzar ese diálogo? ¿Por dónde? ¿Para qué tendría que servir?

—Nosotros necesitamos un país donde haya diálogo, como primera herramienta para lograr luego mejores niveles de vida. Ver, por ejemplo, la Ley de Amnistía como una bandera absoluta de –como dice el gobierno– “condonación y falta de penalización” de supuestos crímenes cometidos por quienes puedan ser beneficiarios de ella, es un error gigantesco. El propio Chávez, después del Carmonazo y de los paros petroleros, dictó una Ley de Amnistía, a través de un decreto-ley por vía habilitante. Porque Chávez entendió que él era producto también de una amnistía, si bien distinta, porque fue a través de indulto presidencial. Son esas las dos armas que tiene el sistema para drenar los problemas políticos: una se la da el presidente de la República, a través del indulto o el sobreseimiento de causa, y la otra al cuerpo colegiado de la Asamblea Nacional, para que esos muros que nos dividen vayan perdiendo su fuerza, sean derribados y podamos unirnos como sociedad.

Yo creo que una Ley de Amnistía, en este momento –aprobada después por el Presidente cuando le ponga el ejecútese, no rechazándola de plano, entendiendo el problema nacional–, nos indicaría que podemos pasar, que podemos liberar las presiones del plano político para dedicarnos todos al plano social y económico, que es el más importante.

—¿Es eso realista? A los ojos del Gobierno, y de gran parte del chavismo, eso luce más bien como un escollo.

—Eso lo hace un estadista. Eso lo hizo Caldera con Chávez. Muy en contra de la opinión de muchos de nosotros. Yo como abogado pensaba que primero tenía que ser sentenciado para después otorgarle el indulto, pero Caldera le otorgó sobreseimiento. Eso lo hizo la Cuarta República con la guerrilla, cuando la izquierda venezolana dejó de estar enguerrillada y volvió a tomar la vía democrática. Ahí mucha gente fue amnistiada, indultada, y etc., para que se incorporaran a la vida democrática a través de partidos políticos, y nace el MAS, y se legaliza el Partido Comunista.

Hoy en día, yo creo que necesitamos liberar los problemas del plano político, que la Asamblea termine de aprobar su Ley de Amnistía, que el Presidente ponga el ejecútese; que entienda que el problema político tiene que ser resuelto cuanto antes, para que podamos unirnos a resolver el problema económico y social del país. Todos los países que quieren salir de sus conflictos en democracia, terminan con acuerdos de convivencia que pasan por amnistías, indultos, etc. Es una figura absolutamente constitucional, democrática, que no solamente existe aquí, existe en muchísimos países.

Fíjate en lo que está tratando de hacer Colombia. Está priorizando la estabilidad política del país, para poder seguir su crecimiento económico y social. Ya vendrán otros tiempos. Los chilenos lo tuvieron que hacer. Es más, se tuvieron que tragar a Pinochet –todos los sectores democráticos– por casi dos años como comandante en jefe de la Fuerza Armada, a pesar de tener ya un Presidente elegido democráticamente. Hasta que se sintieron absolutamente fuertes para poder sacarlo con el apoyo popular, reformar su Constitución de nuevo y asumir, como debe ser, el poder civil –el presidente de la República–, la comandancia de la Fuerza Armada. Pero tuvieron que hacer unos pactos de convivencia política, para poder tener la democracia que hoy tienen. Entonces, si nosotros queremos tener una democracia que sea exitosa en lo económico, que sea exitosa en lo social, necesitamos destrabar el tema político.

¿Y si sale Maduro, es otro el país?

—Justamente: para mucha gente de la oposición, pareciera que los problemas de Venezuela se resuelven en el momento en que se haga un revocatorio y el chavismo salga del Ejecutivo. Y no luce tan sencillo, ¿no?

—¿Y qué puede suceder allí? Suponte que, por cualquiera de las causales de terminación anticipada de mandato, Maduro salga: renuncia, le revocan el mandato… bueno, no quiero decir las otras porque son las que menos deseamos, pero en todo caso cualquiera de esas dos. O que hagan una enmienda constitucional y recorten los períodos presidenciales. O incluso, aquellos que defienden la constituyente. Yo creo que no hay que hacer constituyente en este momento; lo que hay es que aplicar esta Constitución, dejarla que nazca de una buena vez, probarla en su institucionalidad –que no la hemos podido probar–, y después veremos si es necesario reformarla, enmendarla, lo que fuera. En todo caso, no desgastarnos más en esos temas tan híper institucionales.

Suponte que entra un nuevo gobierno: la crisis es igual, la economía está igual de destrozada, las reservas están igual de caóticas, la producción petrolera está por el piso, el barril petrolero… Bueno, ellos hablan del barril petrolero, pero es que también la producción petrolera la tumbaron al piso, a niveles como nunca habíamos tenido en la producción interna, porque durante más de 15 años no se hicieron inversiones para mantener y producir más petróleo, como siempre se había hecho tradicionalmente en la industria petrolera venezolana. Entonces, aguas abajo, tú tienes un país casi quebrado.

—Más la pugnacidad política…

—Y con esa pugnacidad política, no le arriendo la ganancia a ningún nuevo gobierno. Como no se las arriendo a este, si se mantiene. Y claro, en ese caso el madurismoy el PSUV pasarían a hacer oposición a ese nuevo gobierno. A menos que surja de sus propias filas, que ese es otro escenario, pero si no surge de sus propias filas, sino que fuese un escenario donde la oposición esté gobernando –ella gobierno y el chavismo en la oposición–, la pugnacidad sería igual. Evidentemente, tú tendrías un Ejecutivo sobre el cual actuar, como está haciendo Macri, ejecutando –aun en términos de desventaja parlamentaria, institucional– políticas económicas que él, pues, como Ejecutivo, puede dictar. Tendrías un Presidente que podría dictar esas políticas, pero, ¿hasta qué punto las podría realmente implementar en esta diatriba, en esta pelea y polarización constante a la que estamos sometidos todos los venezolanos? Yo creo que el diálogo es importante, ahorita o después. Y era importante ayer. Se lo dijimos a Maduro, dos años y medio atrás, en Miraflores, cuando nos citó a todos los alcaldes y me tocó cerrar la intervención: diálogo y economía, diálogo y economía.


Señores diputados: a trabajar

—Y desde esa perspectiva, usted que personalmente ha insistido tanto en la necesidad de dialogar, ¿cómo valora las primeras actuaciones de la oposición, del 6 de diciembre para acá?

—Algunas altisonantes, pero realmente intrascendentes. Yo valoro los órganos por lo que producen. Vamos a ver cuáles son las primeras leyes que de verdad son aprobadas por nuestra Asamblea Nacional; cómo comienza la Comisión de Contraloría a controlar; cómo comienza la Comisión de Política Interior, Justicia y Paz a tratar el tema de la seguridad, el tema de las cárceles, el tema de la coordinación entre entes públicos –nacionales, estadales y municipales– para proteger la vida y los bienes de los venezolanos; cómo comienza la Comisión de Energía y Petróleo a hacer la evaluación de la producción de PDVSA y de las asociaciones que se han hecho con otros países y terceros; cómo se valoran las ayudas petroleras que se siguen dando… Y que no deberían seguirse dando: ese petróleo debería venderse a precio normal, en época de escasez. Es como cuando te ganas la lotería, entonces ayudas a los vecinos pobres que tengas alrededor; pero si a ti no te alcanza para comprarle la comida a tus propios hijos y a tu familia, ¿qué, vas a seguir regalándole al vecino? Eso no tiene ningún sentido.

Yo espero ver las actuaciones de la Asamblea. Hasta ahora ha habido mucho ruido, mucho ruido de instalación, de “…y me salgo porque violaste el reglamento”. Que además da risa, porque los que estuvieron violando los reglamentos y las leyes del país por cinco años, a la primera que sintieron que le dieron el derecho de palabra a Julio Borges, se pararon y se fueron. ¿Qué es eso? O sea, son muy fuertes cuando conforman mayoría y muy poco resistentes en minoría. Y se los dice alguien que pasó cinco años allí siendo minoría –del 2000 al 2005–, recibiendo palo, y no me iba de ninguna sesión, y amanecía en cada una de las sesiones. Porque a mí no me eligieron para salirme de las sesiones, a mí me habían elegido para estar allí y dar la pelea.

—¿Cabe esperar que baje ese ruido?

—Esos ruidos van a bajar, porque no pueden vivir en eso indefinidamente: las doce de la noche del 31 de diciembre son un sólo momento, y ahí vienen los fuegos artificiales y ya está. Pero cuando nos reintegramos a trabajar los venezolanos –los que nos reintegramos el 4, los que se reintegraron a mitad de mes–, nos tropezamos y dimos contra el día a día: contra la escasez, contra la inseguridad, contra “los reales no me alcanzan”, contra “me pagaron la quincena y no sé qué voy a comprar”, contra “tengo que llevar a los muchachos al colegio y no tengo qué darles para la merienda en la cantina”, contra “no consigo harina para hacer la arepita”: contra eso. Y contra “me pueden asaltar en el carrito por puesto, o en la esquina mientras lo espero”. Contra esa realidad es que está enfrentándose el venezolano. Entonces, los fuegos artificiales iniciales se acabaron: a dedicarse a trabajar. En la Asamblea y en el gobierno. Y ojalá se den cuenta. Ojalá que Aristóbulo haga puentes de diálogo…


Fast ways, self-murders ways

—¿Y del lado opositor? Porque hay una situación nueva en el país. Hasta hace poco, el gobierno controlaba absolutamente todo, y era fácil ver o poner todas las responsabilidades allí. Ahora la oposición tiene el control del Legislativo, que es también un poder…

—Un tremendo poder

—Sí, un tremendo poder. Pero mientras –como usted acaba de decir– la gente lo que está pensando es en “cómo resuelvo yo mis problemas”, el espectáculo que se percibe es el de una polarización a la que está jugando no sólo el gobierno. ¿No hay también, dentro de la oposición, mucha gente que apuesta a la confrontación, a vías diferentes al diálogo?

—No lo dudo, que haya sectores de la oposición –es más, estoy seguro de ello– que están buscando fast ways, vías rápidas. Pero yo creo que, hasta ahora, la sensatez y la vía democrática y constitucional han primado en la mayoría de la dirigencia opositora. Y eso nos hizo llevar a la MUD al triunfo electoral, el 6 de diciembre. Yo espero que no se olvide ese éxito. Si se buscan otras vías distintas, sería leer mal lo que el venezolano quiere y aspira, en primer lugar. En segundo lugar: una vía muy rápida llevaría a deslegitimarte en tu mayoría, que es lo que está buscando el gobierno: deslegitimar la mayoría de la Asamblea Nacional. Hasta ahora han sido muy inteligentes.

Desde la época de Manuel Rosales, candidato presidencial, pasando por todos los procesos electorales que hemos vivido –locales, regionales, presidenciales con Capriles–, ha costado muchísimo llegar al 6 de diciembre. En 2005, cuando nosotros íbamos a reelección para diputados, la mayor parte de la dirigencia opositora, e incluso –me atrevo a decir– los medios de comunicación, el sector empresarial y hasta dirigentes vecinales, estaban arropados en la onda de la abstención. Y nos decían: “No vamos a votar, con eso sólo vamos a legitimar…”. Muchos de los líderes, en aquel momento, de la abstención, cinco años después eran líderes de la participación, porque eran candidatos.

Ojalá que esa rectificación que hicieron no los devuelva a otras arenas, en las cuales muy posiblemente sepas cómo entrar, pero no sabes cómo sales. Quien crea que aquí puede haber una salida abrupta de un Gobierno Nacional, para colocarse ellos, tiene que saber que no es tan fácil. Hay muchos factores que pueden rodear eso. Y yo no quiero que Venezuela caiga en un asunto de golpes y contragolpes, con crisis económica además –porque eso lo genera la crisis económica–, como les ha pasado a países como Bolivia, Argentina, a los que les costó decenas de años, cinco años, diez años, volver a tener estabilidad. Eso lo han vivido otros países de Latinoamérica, y sería muy peligroso que Venezuela se metiera por ese camino. Porque por ese camino no vamos a resolver los problemas económicos y sociales del país; sólovamos a seguir en el plano político del control del poder. Y ese plano político del control del poder te puede llevar a una espiral indescifrable al final. No sabemos el fin de la historia: golpes, contragolpes. Son circunstancias ya conocidas en Latinoamérica.

Invalidado para fiscal o magistrado

—Hace mucho tiempo que usted no declara sino en condición de alcalde. ¿Qué hay de su militancia política?

—Yo pertenezco a la dirección nacional de Un Nuevo Tiempo. Soy socialdemócrata, y ahí me mantengo. Pero no soy vocero del partido, porque UNT tiene su presidente, su vicepresidente y su secretario general, que son sus voceros oficiales.

—¿Pero hay algún motivo para que usted no aparezca públicamente en condición partidista?

—Quizás porque he estado más dedicado a mi gestión de alcalde, y además hemos creado la Asociación de Alcaldes por Venezuela, donde soy un vocero importante; todos los alcaldes del interior confían, o nos han dado ese voto de confianza, para que nosotros los representemos y seamos su voz. Y yo creo que confundir mucho a la gente, en cuanto a vocerías, es complicado. Creo que me he querido mantener más institucional que en la arena del partido político, propiamente dicho, pues así le he podido aportar más a la institucionalidad. No significa que no sea un militante político. Lo soy. Por lo tanto, yo por ejemplo estoy invalidado para ser un magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, estoy más que invalidado para ser fiscal general de la República: estoy invalidado para cualquiera de esos cargos en los cuales uno no debe tener militancia política. Y no porque renunciara hoy, mañana me podría postular. Eso es inmoral.


28-01-16




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