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miércoles, 27 de enero de 2016

Emprendimiento y ciudad por @marconegron


Por Marco Negrón 


En un artículo reciente (City Journal, otoño 2015) Edward Glaeser sostiene que el desarrollo del emprendimiento puede ser un componente fundamental de una nueva agenda orientada al desarrollo exitoso de las ciudades y empieza recordando cómo 50 años atrás Benjamín Chinitz explicaba la resiliencia de Nueva York por “la rica cultura emprendedora de la ciudad”.


En una onda semejante, Hans Blumenfeld argumentaba en 1967 que son los negocios y servicios de consumo para la población local de una gran área metropolitana los que “son constantes y permanentes y por tanto los elementos verdaderamente ‘básicos’ y ‘primarios’ de la economía metropolitana, mientras que las inestables industrias de exportación son los elementos ‘ancilares’ y ‘secundarios’”. Posteriormente un importante número de investigaciones ha venido a darles razón a ambos autores.

De acuerdo a Glaeser, la energía emprendedora se mide por el número de empresas pequeñas o nuevas y sostiene que los lugares donde ella abunda han crecido más rápidamente que aquellos donde es más escasa. Además, “porque ofrece una vía para que los residentes más pobres se ayuden a sí mismos, muchas veces creando empleo u ofreciendo servicios a sus propias comunidades”, constituye también una poderosa herramienta para combatir la pobreza urbana.

Muchas razones hacen pensar que la energía emprendedora de las principales ciudades venezolanas es extraordinaria, si bien un variado conjunto de elementos hacen que gran parte de ella, quizá la mayoritaria, se mantenga en un estado silvestre o más exactamente pre-moderno, conformando lo que se ha dado en llamar el sector informal de la economía, tanto de productores como de comerciantes incluyendo los denostados buhoneros y los aborrecidos “bachaqueros”.

La importancia de esa fuerza de trabajo ha sido frecuentemente incomprendida: mientras unos la ven como una molestia, suerte de zánganos e incluso semidelincuentes que para colmo afean la ciudad y por decisión propia se niegan a integrarse a la modernidad, otros la tratan de aprovechar como masa de maniobra política, terreno fértil para sembrar su demagogia. En verdad se trata de una importante masa de ciudadanos, en su mayoría insuficientemente dotados del instrumental necesario para enfrentar con éxito una economía moderna, que sin embargo se han negado a rendirse ante la adversidad y, haciendo de la necesidad virtud, “autoemplearse” en actividades frecuentemente marginales pero que les permitan llevar un mínimo sustento a sus familias; lo que no ha impedido que a menudo sean objeto del rechazo y el desprecio del resto de los ciudadanos, y aún, como ocurre con los “bachaqueros”, del odio de la mayoría.

Pero no se trata aquí de hacer el elogio de una situación aberrante, caracterizada por las formas más primitivas de la vida económica, sino de destacar la existencia en esa población de un notable espíritu emprendedor pero cuyo potencial está limitado tanto por su baja formación profesional como por las barreras que levanta una organización económica y social que somete a quien aspira a implantar una actividad formal a uno de los más largos, enrevesados y onerosos procesos que se conocen en la región.

La propuesta de política que se deriva de lo anterior es evidente: se trata de crear las condiciones para modernizar, fortalecer y liberar esas fuerzas para abrir las puertas a un dinámico proceso de expansión de pequeñas unidades comerciales y de producción encuadradas en el marco de la economía formal, capaces de acercar a la sociedad a niveles de bienestar y equidad más altos. Mientras ese objetivo no se alcance, nuestras ciudades seguirán hundidas en el subdesarrollo.

26-01-16




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