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viernes, 22 de abril de 2016

El futuro petrolero de Venezuela y la COP 21 por @madfrancesco


Por María Alejandra De Francesco e Igor Hernández



El diálogo sobre el cambio climático ha estado sobre el tapete desde 1992, pero fue en diciembre de 2015 que alcanzó su punto más álgido en la historia contemporánea, con la celebración de la Conferencia de las Partes en París (COP21). Más de 38.000 delegados asistieron a dicha conferencia para tratar un tema común: ¿cómo pueden mantenerse o aumentarse los niveles de crecimiento económico sin que esto represente daños irremediables a la Tierra y a sus habitantes?

Más allá de las medidas de política pública que pueda contener el convenio de París para cada país en particular, es evidente que el mundo está coordinando grandes esfuerzos en alcanzar un futuro en donde la economía global se caracterice por un desacoplamiento de las emisiones de carbono y el crecimiento de las naciones[i].

Debe ser vital para la industria petrolera venezolana entender dónde están los flancos que pueden ser vulnerados por dichas políticas. Por ello examinaremos, a grandes rasgos, la naturaleza del acuerdo, cuáles serían los efectos sobre la utilización de combustibles fósiles y las implicaciones que tendría para el sector petrolero nacional.
La COP 21 y el Acuerdo de París

El objetivo principal del acuerdo de París es lograr el pico de emisiones de CO2 en el menor tiempo posible. Se entiende por esto que, una vez alcanzado ese máximo, las emisiones comenzarían a disminuir. El trasfondo de esta meta radica en la necesidad de mantener las temperaturas del planeta Tierra por debajo de los 2°C –en comparación a niveles pre-industriales– para 2100, igualmente los países que suscriben el acuerdo incluyeron el compromiso a limitar el aumento de las temperaturas a 1,5°C.

Para cumplir este objetivo, cada nación estableció una serie de acciones llamadas “contribuciones determinadas nacionalmente” (INDC, según sus siglas en inglés). Las INDC son una herramienta que permite a los países fijar, conforme a su contexto particular, distintas políticas que se ajusten a sus capacidades y necesidades.

Una característica importante del acuerdo radica en el logro de reunir países tanto desarrollados como en vías de desarrollo bajo el lema “la responsabilidad es común pero diferenciada”, este aspecto se manifiesta en los temas referentes al financiamiento –los países desarrollados deben enviar a los países en vías de desarrollo USD 100 mil millones anualmente para el año 2020– y en la asistencia técnica necesaria para los países en vías de desarrollo que sufren las consecuencias de los procesos de cambio climático.
En esto es importante señalar que las implicaciones planteadas a continuación reflejan apenas algunos escenarios de lo que pudiera ocurrir con la demanda de energía en los próximos años y que, por ello, existe un elemento de incertidumbre asociado a la magnitud y tiempo en el cual ocurran cambios. Sin embargo, los procesos aquí descritos ya se encuentran en desarrollo y por ello, los riesgos son más que palpables.
Implicaciones en la utilización de combustibles fósiles

Entre 1990 y 2013, según estimaciones de la Agencia Internacional de Energía (AIE), la demanda primaria de energía aumentó en 55%. Sin embargo, se espera que dicho crecimiento del consumo de energía disminuya considerablemente en el futuro. Existen elementos coyunturales que impactan sobre esta tasa como lo son la desaceleración de la economía global –en especial la ralentización del crecimiento de China–; no obstante también se contempla la necesidad por impulsar cambios más profundos para prevenir mayores incrementos en la temperatura global, evidenciando un mayor énfasis en medidas relacionadas con eficiencia energética: producir y consumir lo mismo con un menor uso de la energía. Por lo tanto, los escenarios que se contemplan abarcan un crecimiento de la demanda energética que puede ser de 12% bajo esquemas que restrinjan fuertemente las emisiones de carbono, hasta 45% si se mantienen las políticas económicas y energéticas actuales, según lo contemplado por la AIE[ii].

Las políticas de eficiencia energéticas se posicionan como herramientas efectivas –y aplicables en un horizonte temporal relativamente corto– que permiten alcanzar la meta referente al pico de las emisiones. Ya los efectos de estas políticas están rindiendo frutos: el consumo global final de energía se expandió en el 2014 en 0,7%, no obstante sin mejoras de eficiencia energética el crecimiento hubiese sido de 2,1%.
El reemplazo de equipos de generación termoeléctrica por unidades que emiten menos dióxido de carbono, la imposición de regulaciones dirigidas a reducir el consumo de combustible por milla recorrida[iii], los cambios en la infraestructura y acondicionamiento de los edificios para reducir la utilización de calefacción y los avances que pueden lograrse en el área de almacenamiento y transporte de energía son elementos que sugieren que, aún en un escenario de crecimiento económico prolongado, el aumento de la demanda de energía será cada vez menor.

Además, el papel del petróleo dentro de esta demanda de energía será cada vez menor, pues al igual que el carbón se prevé su progresivo abandono –especialmente para la generación de electricidad– y sustitución por el uso de fuentes como el gas[iv] y, en menor grado, por fuentes de energía renovable. Esta tendencia se ha visto reflejada en indicadores como la intensidad petrolera, o la cantidad de petróleo consumido en relación al tamaño de la economía (medido por el PIB)[v]. Según la AIE, entre 1990 y 2014, la intensidad petrolera disminuyó 38% en Estados Unidos, 45% en la Unión Europea, 50% en China y –en promedio– 40% en todas las economías del mundo.

Ahora bien, el menor peso del carbón y petróleo en la demanda energética no necesariamente implica que se dará una sustitución inmediata hacia las fuentes renovables. Aunque los estimados entre instituciones como la OPEP, la AIE e institutos de energía de distintas universidades varían, se espera que el gas natural satisfaga un porcentaje cada vez mayor en la demanda de energía, sugiriendo que la transición hacia una economía de bajo carbono muy probablemente se logre mediante el uso de este recurso. Los hidrocarburos representan hoy en día 81% de la demanda primaria global de combustible, bajo el escenario conservador en el 2040 representarán 79%, en un escenario moderado 75% y en el escenario donde se alcanzan mayores niveles de mitigación llegan a significar 60%.
Aunque el escenario consistente con limitar el aumento de la temperatura global a menos de 2°C, involucra un peso importante de fuentes de energía renovable, existen al menos dos asuntos a ser considerados por las organizaciones económicas y políticas: por un lado, los requerimientos de inversión para aumentar la utilización de estas fuentes son elevados. Según la AIE, de implementarse los acuerdos propuestos hasta ahora, la inversión en energías renovables estaría sobre los USD 260.000 MM por año a nivel global; pero si se buscara una trayectoria de emisiones de carbono que sea consistente con un aumento limitado en la temperatura global, los requerimientos superarían los USD 400.000 MM, lo cual en el corto plazo puede verse afectado ante los precios actuales de los hidrocarburos.
Por otra parte, es necesario resolver obstáculos que se presentan en el desarrollo de proyectos relacionados a energías renovables, por ejemplo: se ha documentado que este tipo de proyectos en muchos casos no logran avanzar de la fase de investigación hacia la puesta en marcha comercial[vi]. Una de las razones radica en que en etapas iniciales –donde se desconoce aún el verdadero potencial del proyecto y los riesgos aún son grandes– no existen fuentes suficientes de financiamiento privado que permitan la reducción de costos a través del acceso a mercados más grandes. Por otro lado, el financiamiento estatal puede significar que algunos proyectos con alto potencial en el largo plazo, pero con costos muy altos en el corto plazo sean descartados, lo cual hace que el proceso de desarrollar nuevas fuentes de energía tenga un cierto grado de incertidumbre.

Los riesgos y  las oportunidades

Es importante considerar que, aún si se llegaran a implementar las acciones contempladas bajo las contribuciones determinadas nacionalmente, todavía la Organización de Naciones Unidas estima que el ritmo de emisiones de dióxido de carbono resultante sería consistente con un aumento de la temperatura cercano a los 3,7 °C[vii], el cual es un pronóstico similar al de diversas organizaciones e institutos que han analizado los compromisos adquiridos en diciembre[viii].

La escala de transformaciones que pueden ocurrir con escenarios de este tipo aún está por determinarse, pero, si nos circunscribimos apenas a las implicaciones para el sector de energía, podemos empezar a imaginar la magnitud de los cambios por venir para el planeta. Algunos efectos para el sector tienen que ver con las potenciales interrupciones en el suministro de combustible y electricidad asociado a cambios meteorológicos bruscos –considere lo que ocurrió con el Huracán Katrina y los apagones en Nueva Orleans, por ejemplo.
Por otra parte, la disponibilidad de agua puede afectar muchas operaciones de manera significativa: hay procesos como la extracción de petróleo de lutitas –fracking–, así como el proveniente de arenas bituminosas –como las que se encuentran en Canadá– que son intensivos en el uso del agua y que pueden verse afectados por este factor de disponibilidad. Así mismo, el agua es utilizada en muchas operaciones de enfriamiento de unidades termoeléctricas, y si llegáramos a pensar en utilizar biocombustibles basados en cultivos agrícolas la falta de agua también puede convertirse en un problema. Otros efectos incluyen los riesgos asociados a operaciones costa afuera y los cambios inesperados en temperatura que pueden aumentar la utilización de electricidad en épocas cálidas –por refrigeración– o pueden disminuir la demanda de combustible en países con inviernos menos severos. Es claro que limitar estos efectos a lo que ocurre en el sector energético es una visión muy parcial de todo lo que pueda ocurrir, pero en este caso nos invita a considerar ­­–incluso desde una lógica estrictamente comercial– los trastornos fundamentales asociados al cambio climático.

Esta amenaza puede significar que la magnitud de los cambios para mitigar los efectos sobre el ambiente probablemente sea mayor a la anticipada, lo cual puede acentuar la transición que ya se ha descrito en la demanda de energía, asimismo impone un reto a las empresas del sector a lograr una mayor competitividad. Por ejemplo, se estima que un 18% del potencial de reducción de las emisiones viene por mayores eficiencias en las operaciones de la industria de petróleo y gas[ix]. Seguramente, lograr una mayor reducción de las emisiones dependa del desarrollo acelerado de tecnologías asociadas con la captura y almacenamiento de carbono, como consecuencia, por ejemplo, de la generación termoeléctrica o el asociado a la extracción de gas natural y petróleo, o la implementación de tecnologías de recuperación mejorada de petróleo (EOR por sus siglas en inglés) mediante la inyección de CO2. Esta última opción ofrece la oportunidad de usar CO2generado por la actividad humana –previamente capturado– en la extracción de petróleo[x] .

¿Y esto qué significa para Venezuela? Según lo observado anteriormente, pareciera que en los próximos años, los combustibles fósiles aún podrán satisfacer gran parte de los requerimientos El futuro de un mundo en crecimiento –aunque siempre pueden aparecer cisnes negros, eventos que por su naturaleza cambian paradigmas y obligan a replantear escenarios–. Sin embargo, ser relevante como país en el panorama energético mundial nos obliga no sólo a anticipar los requerimientos energéticos futuros, sino también cómo traducimos nuestra dotación de recursos en una fuente de competitividad para el sector petrolero y gasífero venezolano.
La cesta de exportación venezolana ha cambiado durante las últimas décadas, como consecuencia de la menor producción de crudos ligeros y dulces y el incremento en la producción de petróleo pesado y extra pesado –proveniente de la Faja Petrolífera del Orinoco– y productos como el combustible fuel oil. Esta migración presenta un grave problema a nivel ambiental: la producción de petróleo extra pesado es un proceso intensivo en el uso de energía[xi] por lo que las emisiones asociadas a él se disparan; sin mencionar que el consumo de combustible fuel oiltambién genera mayores emisiones a la atmósfera[xii]. Si esto es así, es necesario considerar cuáles pueden ser los mercados futuros: según las INDC remitidas por China a la ONU, la nación plantea reducir su consumo de carbón para generación termoeléctrica en los próximos 20 años, por lo que podría pensarse que el uso de derivados del petróleo o incluso el coque puede convertirse en un sustituto al carbón en esas circunstancias. Mientras que en EEUU, aunque la expansión del petróleo extraído de las lutitas ha reducido las importaciones de crudo, el Departamento de Energía contempla necesidades significativas de insumos para producir diésel; si a esto le añadimos que una gran parte de la capacidad de refinación de pesados y extrapesados sigue en EEUU, se constituyen elementos para al menos preguntarse si es posible colocar los crudos de la Faja en estos mercados. Tomando en cuenta lo anterior, la pregunta sobre costos y competitividad es aún más relevante, sobre todo al comparar los costos del petróleo extraído de la Faja con el obtenido de las arenas bituminosas en Canadá. Considerando el tamaño de las reservas de crudo extrapesado existentes en Venezuela, la pregunta no es trivial.


Por otra parte, el rol que ha ocupado históricamente el petróleo en Venezuela nos ha hecho prestar menos atención al desarrollo del gas natural como una fuente de competitividad para el sector. Los escenarios antes descritos nos invitan a pensar en el esquema de negocios y desarrollo industrial que permitan no sólo una mayor identificación de recursos sumados a los ya existentes –que sitúan a Venezuela en una posición muy relevante en el contexto de América Latina–, sino también ayuden a puntualizar oportunidades para generar mayor valor a partir del desarrollo de este hidrocarburo, no sólo por fines energéticos sino por otros usos industriales (como por ejemplo, la petroquímica), siempre en consideración de las restricciones que impone crecer en un mundo con recursos finitos y donde la última restricción la impone el planeta.
Ya varios actores internacionales han captado las señales de estos cambios y están preparándose en consecuencia: recientemente se ha hecho saber que Arabia Saudita planifica la creación de un fondo soberano valorado en USD 2.000.000 MM (millones de millones de US$) con el propósito de diversificar la economía saudí y disminuir su dependencia de los hidrocarburos. Para Venezuela, existen una serie de preguntas bastante concretas: ¿Tiene la industria venezolana una estrategia para enfrentar estos escenarios? ¿Cómo se puede asegurar los flujos de ingreso futuro de la industria que representa hoy en día el 96% de los ingresos en divisas del país? Estas preguntas sobre diversificación económica han permanecido casi por tanto tiempo como la explotación petrolera, y parece que aún hoy navegamos en una profunda incertidumbre al respecto.
Los retos que surgen a partir del cambio climático nos llevan en última instancia a pensar en el logro de la competitividad, independientemente de los sectores que terminen desarrollándose.
En el caso del sector energético, estas preguntas involucran a múltiples actores que no sólo abarcan a las empresas y al Estado, sino a organizaciones como las universidades e institutos técnicos –investigación y desarrollo, así como la formación de capital humano son apenas algunas contribuciones necesarias desde estas organizaciones–.Este trabajo conjunto permitiría la aplicación comercial de productos que cubran la demanda energética al tiempo que se apoyen en la base de recursos geológicos existentes y logren la colocación de productos y servicios asociados para la creación de empleo y valor agregado a la economía.
La sociedad venezolana no puede –ni debe– aislarse de este debate, ya que en última instancia se trata de buscar el entorno político, institucional y social que sirva de apoyo para la desarrollo de sectores productivos competitivos. Pero también significa conocer los riesgos que se avecinan y presionar una agenda que nos ayude a prepararnos para el futuro, sin mayores postergaciones. De lo contrario, seguiremos víctimas de las circunstancias y pensando en lo que pudo haber sido.
[i] Según la Agencia Internacional de la Energía, durante el 2014 no hubo un aumento de las emisiones de CO2 asociadas a la energía sin embargo la economía mundial creció 3%. Esto es considerado un hito en la historia: por primera vez en 40 años el frenado de la tasas de crecimiento de las emisiones no está asociado con un periodo de depresión económica o crisis financiera.
[ii] Aunque la diferencia entre trayectorias es un elemento común planteado entre las organizaciones que se han atrevido a hacer proyecciones.
[iii] Se espera que cercano al 2035 un carro de pasajeros promedio se desplace 50 millas por galón, comparado con 30 millas por galón hoy en día. 
BP Energy Outlook, 2016.
[iv] 23% del aumento en generación eléctrica global se hará con unidades que dependan de este combustible.
[v] Energy Intensity Methodology, UN.
[vi] Valleys of Death. The Breakthrough Institute, 2011. Ver
[vii] The Emission Gap Report 2015. UNEP, 2015
[viii] 
INSIDER: Why Are INDC Studies Reaching Different Temperature Estimates? World Resource Institute, 2015
[ix] 
La Energía y el Cambio Climático. IEA, 2015
[x] Para más información sobre este proceso revisar “Storing CO2 through Enhanced Oil Recovery”. IEA, 2015.
[xi] Para el petróleo extra pesado el uso de energía como porcentaje de la energía producida está entre 20% y 25% mientras que para el combustible convencional se acerca al 6%.
[xii] How much carbon dioxide is produced when different fuels are burned?, Administración de la Información Energética de Estados Unidos.
Maria Alejandra De Francesco es economista egresada de la UCAB. Investigadora del Centro Internacional de Energía y Ambiente del IESA.
Igor Hernández es economista egresado de la UCAB, con Maestría en Economía de Duke University, EEUU. Actualmente es Coordinador del Centro Internacional de Energía y Ambiente del IESA y Profesor Invitado de la misma institución.

20-04-16

http://prodavinci.com/2016/04/20/actualidad/el-futuro-petrolero-de-venezuela-y-la-cop-21-por-maria-alejandra-de-francesco-e-igor-hernandez/


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